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La ciencia tras nuestras ¿no libres? decisiones. Slava Ukraini

En el límite de lo que somos capaces de tratar de entender, énfasis en el tratar de, está la física cuántica. Nuestro único consuelo es que nosotros entendemos el uno por ciento de la teoría, pero que los más afamados científicos actuales tampoco entienden el cien por cien.
Profundizando en el campo de nuestro desconocimiento encontramos una derivación de la neurociencia, la ciencia del cerebro, que es la neuro filosofía y de la que a su vez se deriva la llamada neurociencia del libre albedrío. Esta última se encarga del estudio de temas relacionados con nuestra capacidad para decidir con libertad y, en su caso, en qué grado lo hacemos.
Resumiéndolo en unas frases: cuando tomamos cualquier decisión, ¿realmente somos libres para tomar una de las opciones posibles? ¿O nuestras circunstancias biológicas, vitales, ambientales y otras realmente limitan nuestras opciones o incluso predeterminan nuestra decisión? ¿Somos libres o somos esclavos de nuestras circunstancias? La dificultad de captar su explicación neurocientífica es similar a la de entender los conceptos de la física cuántica, como por ejemplo entender cómo una partícula puede ir por dos caminos diferentes, al mismo tiempo.
Cuando Putin decidió invadir Ucrania ¿fue una decisión realmente libre, o todas sus experiencias vitales previas determinaron el que, enfrentado con una situación que presentaba un conjunto de parámetros determinados, era la única decisión que podía tomar? Trataré de explicar, con el limitado conocimiento que sobre el tema poseo y de la manera más clara de que sea capaz, la compleja respuesta a esa pregunta. Es preciso resaltar que no debemos confundir el determinismo con el fatalismo. En cualquier momento somos capaces de añadir a nuestro acervo ideológico nuevas variables que, consecuentemente, cambiarían la predeterminación de nuestras decisiones y negarán el fatalismo.
Y adelanto lo que, para mí, es una clara conclusión: aunque admitiéramos la inexistencia del libre albedrío, las acciones que causan perjuicios graves a la sociedad, como la invasión rusa a Ucrania, deben conllevar unas consecuencias, no las llamemos castigo si no queremos, que impidan al que ha realizado dichas acciones el que las vuelva a realizar en un futuro, más o menos lejano según las circunstancias y gravedad de los hechos. Para ello habrá que recurrir a su aislamiento y su tratamiento sicológico para tratar de asegurar, mediante el cambio de sus perjudiciales para la sociedad condicionamientos preexistentes, la no reincidencia en las actuaciones que necesitaron de su separación de la sociedad y su tratamiento. Según la doctrina legal actual en muchos países europeos, la reinserción social sería el objetivo final de las reclusiones físicas, aunque es muy cierto y lamentable que, con demasiada frecuencia, las personas son liberadas sin que se haya logrado ese objetivo.
Es por ello por lo que, desde el punto de vista social, humano si se quiere, los que han sido víctimas de delitos de mucha gravedad, contra ellos o sus familias, ven con inquietud o incluso con rencor u odio, la puesta en libertad de los que tanto daño han causado dejando una terrible huella indeleble en sus almas y sus mentes. O cuando se observa que individuos reincidentes en el delito, que han sido detenidos en algunos casos decenas de veces, son puestos en libertad inmediatamente o al cabo de poco tiempo, cuando es evidente que el objetivo de la detención, la reinserción social del delincuente, no se ha conseguido.
La neurociencia del libre albedrío es muy reciente, ya que hasta hace pocos años era imposible estudiar el funcionamiento físico del cerebro humano vivo y, como consecuencia, los procesos de toma de decisiones neuronales. Los resultados obtenidos han sido con frecuencia sorprendentes, revelando experimentalmente realidades sobre la influencia sociocultural en las acciones tomadas por los individuos, sobre la responsabilidad moral y sobre la conciencia en general. Para diversos investigadores el libre albedrío significa muchas cosas diferentes, desde los que opinan que el libre albedrío es compatible con el determinismo, a los que afirman lo contrario. Desde los que piensan que decidimos lo que queremos en cada momento, sin influencias de nuestro pasado u otras, hasta los que piensan que nuestras decisiones están prejuzgadas por nuestras circunstancias heredadas y vividas. Desde los que piensan que elegimos entre un amplio número de opciones, hasta los que piensan que, dadas nuestras circunstancias, solo podemos elegir una opción y no otra.
En la actualidad, la tendencia más extendida es que, aunque creemos que nuestras decisiones y pensamientos conscientes causan nuestras acciones, de hecho estas se basan en lecturas de la actividad cerebral en una red de áreas que controlan la acción voluntaria. Existe, por tanto, un marcado determinismo ya que, para tomar decisiones, ‘leemos’ la información que precisamos de nuestro subconsciente. Nuestras decisiones están, en cierta forma, escritas ya en nuestro cerebro.
La ciencia actual afirma que el cerebro de una persona parece tomar ciertas decisiones antes de que la persona se dé cuenta de haberlas tomado. Los investigadores han encontrado un retraso de aproximadamente medio segundo o más. Con la tecnología de escaneo cerebral existente hace 15 años, ya los científicos pudieron predecir con un 60% de precisión si los sujetos del experimento presionarían un botón con su mano izquierda o derecha, hasta 10 segundos antes de que el sujeto se diera cuenta de haber tomado esa decisión. Esos estudios iniciales utilizaron principalmente métodos menos precisos, como la electroencefalografía, pero en estudios más recientes se utiliza resonancia magnética funcional, registros de neuronas individuales, y otras medidas. Los estudios actuales disponibles sugieren que la conciencia llega al proceso de toma de decisiones aún más tarde de lo que se creía anteriormente, se actúa subconscientemente mucho antes de que nos demos cuenta conscientemente de lo que hacemos o decidimos. De confirmarse estos estudios, el «libre albedrío» daría paso al determinismo. Hacemos y decidimos lo que nuestras experiencias y nuestra biología nos dictan y no otra cosa. Los procesos inconscientes pueden desempeñar un papel más importante en el comportamiento de lo que se pensaba.

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Gonzalo Fernández

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