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La caída de la mascarilla, ¿fin de la mascarada?

DESDE MI OTERO/ Por Francisco Robles

Ya es oficial, y a partir de pasado mañana no será obligatorio el uso de las mascarillas en los interiores, salvo en determinados ambientes -centros sanitarios y sociosanitarios, así como transportes públicos-; compartiendo los criterios que llevan al Consejo Interterritorial de Salud a tal acuerdo, como ya ha ocurrido y hace semanas en otros países de nuestra esfera (sirvan de ejemplo Gran Bretaña o Francia), llama la atención una vez más la manifiesta descoordinación (¿de intereses?) entre el gobierno de España y los de las Comunidades Autónomas, no sólo porque haya algunas que no lo crean aún oportuno, sino por la «carrera» con claros intereses políticos, habida para dar una noticia tan ansiada -por lo que significa sanitaria, social y económicamente- por los ciudadanos.

No es de recibo que el gobierno anticipe un acuerdo, que no sólo excede sus competencias -le corresponde al Consejo- y por lo tanto se podría tildar de desleal, sino que además origina un efecto indeseable muy grave, el que la ciudadanía anticipe la medida al mismo momento de su anuncio, y no espere hasta su oficialidad para llevarla a la práctica; ello es comprensible, ya que los ciudadanos así se responden a una lógica pregunta ¿por qué esperar unas semanas más, si ya se dan las bases para tal propuesta-decisión tomada?

Lamentablemente esto no es una novedad, ya que «llueve sobre mojado» en el tema de la estrategia durante la epidemia -y su deseable coordinación-, pues precisamente no han sido un ejemplo de ello las relaciones entre los gobiernos de España y los de las Autonomías; sirva recordar el «ordeno y mando» de los estados de alarma, y su paso a la cogobernanza posterior, que no ocultaba más que un intento de diluir responsabilidades por parte del gobierno de España, en la habitual mascarada a la que éste nos tiene acostumbrados, y que desde este atril de opinión se asimiló al baile de la escoba. Y todo ello es normal, que origine el cansancio y el hastío en los ciudadanos, con las consecuencias de toda índole derivadas de tal esperpento.

Pero cuidado, el que no sea obligatoria su uso, no significa que lo sea no usarla, es decir, aquellas personas que aún deseen utilizarla en diferentes ámbitos -laboral, social,..-, podrán seguir haciéndolo a expensas de lo que recoja el Real Decreto de mañana; y comprendo el que haya profesionales -docentes, agentes de seguridad, etc..-, que ya expresen su intención de seguir usándola, en ejercicio además de su libre albedrío, de una medida personal en la prevención del contagio, que además puede verse reforzada por las recomendaciones de los gabinetes de salud laboral respectivos.

Así que -al salir de casa- la mascarilla deberá seguir formando parte de nuestro equipo personal habitual, tanto como el monedero o el pañuelo, porque tengámoslo claro, el riesgo de contagio sigue presente.

N.A.- La O.M.S. no baja la guardia y sigue considerando la Covid-19 como una pandemia, con lo que esto conlleva, o sea una emergencia sanitaria internacional; y es que los datos no permiten otra actitud, no sólo porque sus incidencias -tanto de infectados como de fallecidos, incluso en el mundo desarrollado- aún no pueden considerarse «normalizados», también pesa y mucho para ello, un dato aún más grave, la tasa de cobertura vacunal mundial aún es baja. Ésta constituye la verdadera espada de Damocles para el mundo, ya que el Grupo Asesor Estratégico en Inmunización de la O.M.S. (SAGE), a pesar de que el 59% de la población mundial(4900 millones de personas) se puede considerar vacunada, reconoce que la realidad es muy variada y hay países en el que este dato no alcanza ni el 10%, lo que podría ser orígen de nuevas cepas y pandemias. Su objetivo para junio de 2022 es alcanzar la cifra del 70%, pero para muchos es una quimera.

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