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Intentar cambiar el futuro, o quizá mejor no. En una democracia todo puede y debe cuestionarse

Película del futuro

Año 2023, por fin los españoles se libran del yugo del mentiroso líder que todo lo controlaba y que nos exprimía, a impuesto limpio, hasta dejarnos secos… Todos somos mucho más pobres, pero estamos felices porque nos libramos, esperemos que para siempre, de un parásito mentiroso y engreído cuya única preocupación fue conservar el sillón y sus privilegios.

España está a punto de ver reducida su dimensión, con la inestimable ayuda de Sánchez y sus socios comunistas, con la independencia de Cataluña y el País Vasco.

En Cataluña y en el País Vasco ya no se enseña el castellano en las escuelas, los sediciosos fueron perdonados o se redujeron sus condenas, con cambios en las leyes que lo permitieron. Puigdemont está a punto de volver para hacerse cargo del “nuevo país catalán” (algo parecido ocurre con Ottegi allí arriba un poco más a la izquierda, donde ya hace tiempo tampoco se enseña el castellano y se impone por todas partes el eusquera).

¿Debemos intentar luchar por cambiar un futuro que parece bastante cierto y que hará que se desgajen de España Cataluña y el País Vaco? La lógica y el sentido común dicen que sí, pero cada vez son /somos más las personas que no queremos con nosotros a los que no quieren estar y que veríamos con buenos ojos que se largaran y nos dejasen en paz. Al menos tendría una clara ventaja: los siguientes gobiernos de España no estarán mediatizados a los votos de las dos autonomías citadas.

Otro impuesto más de Pinocho, el MEI.

Como decía Jean Baptiste Colbert: «el arte de los impuestos consiste en desplumar al ganso de forma tal que se obtenga la mayor cantidad de plumas con el menor ruido».

Menos mal que el pensamiento y el conocimiento, al menos por ahora, están libres de gravamen tributario.

Tanto si eres autónomo como empleado o empresa deberás pagar un nuevo impuesto a partir del 1 de enero de 2023. Se trata del El Mecanismo de Equidad Intergeneracional (MEI). Lo deberán pagar todos los trabajadores (y sus empleadores) que se encuentren dados de alta en la Seguridad Social. El nuevo impuesto afectará a más de 20 millones de ciudadanos.

Con el disparado envejecimiento de la población, el paro actual, la inminente jubilación de la generación del baby boom y el fondo de reserva de las pensiones bajo mínimos, el Gobierno prevé la llegada de tiempos muy difíciles para las pensiones y, como viene siendo habitual, sigue desplumando al ganso. No se les ocurre a Pinocho y compañía centrar sus esfuerzos en luchar contra el paro y en gastar menos en chorradas múltiples y gastos innecesarios; es más fácil dejar al pavo sin plumas poco a poco a base de impuestos. Esperemos que no se les ocurra (no me extrañaría) recuperar “La mano muerta”, un impuesto de la Edad Media que consistía en que si un siervo (ahora ciudadano) moría, la mayor parte de sus bienes pasaban al señor feudal (ahora el Estado).

El MEI será asumido por todos los trabajadores independientemente de sus ingresos. Es decir, el porcentaje sobre el salario será el mismo para todos. Las clases medias y bajas serán, como con casi todas las medidas de Pinocho, las que más sufran el impuesto.

Se supone que es un impuesto temporal que se puede activar o desactivar, pero el Gobierno pretende recaudar (¡cuánto les gusta este verbo!) alrededor de 22.000 millones de euros hasta 2032, fecha en la que está previsto que termine la aplicación de este nuevo impuesto (con lo que no parece que vaya a ser muy temporal).

Se aplicará un 0,6% sobre el salario de los trabajadores. De esta cantidad, los empresarios pagarán un 0,5% (la persecución habitual de Sánchez y sus socios a las “explotadoras” empresas) y los trabajadores pagarán el 0,1% restante. Mientras que en el caso de los autónomos, los sindicatos calculan que el pago medio será de unos 5 euros al mes.

Para un salario de, por ejemplo, 2.000 euros brutos, el nuevo impuesto supondrá pagar 12 euros más a pagar al mes, de los que 10 euros los pagará la empresa y 2 euros el trabajador.

En resumen, más sacos para la burra y un habitual mayor peso para las empresas y los autónomos. ¡Nada nuevo bajo el sol!

Una democracia que no controla a sus poderes no es una democracia

En una democracia hay tres poderes que emanan del pueblo (de su voluntad y sus votos): el poder ejecutivo, el poder legislativo y el poder judicial.

Pero a estos poderes, insisto en que hablo de una democracia, no se les da carta blanca, sino que deben responder de sus acciones/decisiones porque afectan a la vida y haciendas de todos los españoles. La crítica, el control, el mostrar la disconformidad con sus actos y decisiones, la huelga, manifestación o el derecho a recurrir a todas las instancias y medios que cada uno considere para intentar modificar injusticias o abusos (al entender del que las sufre, claro) de cualquiera de los tres poderes antes citados, debe ser incentivado y respetado desde estos mismos poderes y son la esencia sin la cual no hay democracia. Si no hay crítica se pasa de poderes cedidos por los ciudadanos a poderes “per se” sin limitación que nos convierten en una autocracia o dictadura.

Hace unos días, siento decirlo, sentí miedo porque en España los tres poderes citados se crean incontestables.

En un juicio reciente (mejor dicho, en el previo al comienzo) se me puso sobre aviso, al menos eso entendí yo y pido perdón si lo interpreté mal, sobre el peligro de criticar o valorar, en este periódico, las decisiones judiciales que no nos habían sido favorables. Ya lo dije en aquel momento y lo digo ahora: se lo agradecí porque entendí, y sigo pensando igual, que sus intenciones eran buenas.

Desde entonces me he sentido mal. Mal porque nuestra democracia da síntomas de gran debilidad (a la que Pinocho Sánchez y Montero, por poner algunos ejemplos, ayudan en gran manera).

Se que lo que escribo me podría perjudicar en un proceso judicial en curso, pero también me creí al juez cuando me hablaba de que lo que expresaba era una opinión personal y un bien intencionado aviso que no influiría en el resultado de la cuestión que nos ocupaba en ese momento.

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