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Improvisaciones tras el descalabro en Galicia

Juan Ríos nueva
(Personajes: Juan Ríos)

Por Juan Ríos, periodista y consultor político

 

Aturdido aún por el descalabro en Galicia, el presidente del Gobierno despachó a su Ejecutiva nacional improvisando algunas causas del desplome del Partido Socialista. Fue muy interesante analizar lo que dijo desde el punto de vista del análisis político. A pesar de su brevedad, en las palabras de Sánchez y del resto de portavoces socialistas coexisten excusas, contradicciones, problemas internos, propósitos de enmienda y una idea bastante original del liderazgo en política. Intentaré resumirlo en ideas esquemáticas.

Sobre sacar conclusiones demasiado firmes y demasiado rápido: es improbable que Ferraz —ergo, Sánchez— tenga listo un documento de conclusiones 24 horas después de la debacle. Las campañas son procesos largos que comienzan mucho antes de los 15 días fijados por la LOREG y acaban días después de la noche electoral, después de analizar resultados, tendencias, suelos y techos de voto y comportamientos sociales. Se hace cuando se gana, pero sobre todo cuando se pierde. Intentar tapar el ruido y el debate dando carpetazo al asunto es contraproducente, pues transmite poco respeto a quienes no te votaron esta vez, falta de autocrítica a quienes sí lo hicieron y mal ejemplo a nivel interno. La indiferencia se paga cara.

Sobre “Es Galicia”, la excusa comodín: una de las frases que más he escuchado trabajando en campañas electorales es “Aquí las cosas funcionan diferente. Esta ciudad es muy especial”. Y tienen razón. Cada ciudad, cada pueblo, cada región es diferente, única y especial. Y cada elección distinta. Por esa razón, no sirve de nada copiar una estrategia de otro territorio u otro momento político, aunque lamentablemente ocurre demasiadas veces. “Es Galicia” es la excusa de quien no hizo lo que debía: investigar, crear una candidatura, instalar un relato coherente, conectar, comunicar, evaluar y reajustar la estrategia. La historia está llena de vuelcos políticos en lugares imposibles, pero los milagros se trabajan, y el PSOE no lo ha hecho. 9 diputados y 50.000 votos menos evidencian una campaña nefasta sin paliativos.

Sobre el riesgo de ser omnipotente: el PSOE está sufriendo hoy las consecuencias de ceder todo el peso y el poder del partido a una única persona. Cuando un líder asume el control total, el destino nacional del partido queda ligado a sus aciertos y sus errores, y los liderazgos autonómicos se resienten. Crecen gracias a él, pero se hunden también con él. Tras 6 años al frente del gobierno y el partido, la imagen de Sánchez ya no basta para absorber el daño, y la concentración de poder, unida a la ausencia de autocrítica y a una jerarquía construida sobre la lealtad y el culto, ha terminado vaciando al PSOE de todo su peso territorial. Las alarmas no se escucharon lo suficiente hace un año con las derrotas de Fernández Vara en Extremadura, Lambán en Aragón, Armengol en Baleares o Ximo Puig en Valencia porque Sánchez lanzó su órdago adelantando las generales, pero la política no es solo nacional. Los ciclos terminan, y el ruido ya no se puede disimular.

Sobre cómo y cuándo construir un liderazgo: aunque vivimos en la era de la inmediatez y las noticias caducan en cuestión de horas, los liderazgos no se crean en dos días, ni las elecciones se ganan con dos eslóganes ocurrentes, aunque seas el presidente del Gobierno o te encomiendes a Zapatero. Sánchez llegó tarde designando candidato para Andalucía y la Comunidad de Madrid, y ha vuelto a llegar tarde en Galicia. Reclamar nuevos liderazgos después del terremoto evidencia nerviosismo y desconocimiento, porque, en política, los liderazgos no surgen de manera espontánea, y mucho menos se imponen (nota: los candidatos paracaidistas son un experimento que casi siempre sale mal). Cuando Ferraz-Sánchez eligió a Besteiro en octubre olvidó que el candidato necesita tiempo para conocer y darse a conocer, tiempo para conectar, entender al votante, para transmitir, para construir un proyecto creíble, para ser percibido como útil y auténtico. Necesita, en definitiva, tiempo para alinear su ethos político con el discurso y las emociones. Eso no se logra en 3 meses, y menos cuando el proyecto nacional empieza a mostrar síntomas de agotamiento.

Sobre liderar bloques y poner tus esperanzas en otro partido: cuidado. Por muy mal que llegues a las urnas, tu votante no suele entender que des alas a tu rival. Ciudadanos sufrió las consecuencias de arrodillarse ante el PP. Pablo Iglesias renunció a la vicepresidencia para salvar a la capital y mendigó un pacto de última hora a Más Madrid, y desapareció. Si Sánchez pensó, por vanidad, que en Galicia sería diferente apostar por Ana Pontón, ahí tiene los resultados. La gente castiga a los que se presentan como perdedores.

Sobre no extrapolar la derrota al resto de España: una reacción clásica de los partidos ante una hemorragia electoral. Pero la evidencia es aplastante, y el intento bastante burdo. Cuando tutelas a tu candidato desde Madrid, planteas la campaña en clave nacional, diseñas el relato con temas como la amnistía, que no competen en nada a Galicia, y diriges toda tu atención a líder de la oposición, consigues dos cosas: que toda España (gallegos incluidos) piense que Galicia te importa bastante poco, y que la derrota en las urnas es también un mensaje claro a tu estrategia de gobierno con el nacionalismo.

Sobre extrapolar la victoria al resto de España: si Besteiro necesita más tiempo para consolidarse en Galicia, Feijoo lo necesita también para consolidar su posición a nivel nacional. Revalidar la mayoría absoluta es un impulso enorme, pero no deja de ser una meta volante hacia el objetivo principal, la Moncloa. Pensar que con la victoria del domingo concluye todo el trabajo es un error que no puede permitirse el líder del Partido Popular. Es tiempo de celebrar, no de darlo todo por hecho. El País Vasco no es Galicia, y el PP, a día de hoy y a pesar del éxito, sigue siendo oposición.

Conclusiones telegráficas: Pensar que las decisiones que tomas dentro de Madrid no tienen repercusiones fuera es ceguera, y la ceguera te conduce al error. Creer que desde el púlpito de la Moncloa se ganan elecciones en los pueblos es ingenuidad, y la ingenuidad se entiende como insulto. Despachar con excusas la autocrítica y la reflexión en las derrotas es arrogancia, y la arrogancia se paga con desprecio.

El poder es una ilusión frágil. Se construye con trabajo, credibilidad y confianza y se quiebra con mentira, decepción y errores no forzados. No pertenece a nadie porque no tiene dueño. Se aprovecha mientras dura, pero su naturaleza es efímera. Quien piense que forma parte de su patrimonio pagará las consecuencias. Y entonces no habrá liderazgo que lo impida.

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