Cuando hablamos de paz o de violencia y de guerras, nos estamos refiriendo a la paz frente a los terroristas, a los bandoleros, a los secuestradores, a los narcotraficantes, a los proxenetas, y a muchos otros trágicos actores de la muerte, todos ellos parte de la misma ralea junto con los racistas, xenófobos o integristas y fundamentalistas intolerantes.
Ante la ausencia de un conflicto mundial, también pudiera parecer que el mundo está en paz. ¡No!: El mundo está cargado de conflictos. La paz verdadera tiene que caracterizarse por ser activa, resultado del diálogo en convivencia, de la lucha eficaz contra la pobreza basada en la cooperación desde la solidaridad y la tolerancia, o sea y sobre todo desde el respeto hacia los demás, cualquiera que sea su ideología o creencia (religiosa o agnóstica), gracias a una conciencia profunda sobre la inviolabilidad de la dignidad humana individual y colectiva. ¿Es a todo eso a lo que nos referimos? En tal caso y para servir esa paz en el seno de cada país hay que asegurar la libertad y consiguiente democracia, que comience con elecciones plenamente libres. A partir de ahí necesitamos democracias realmente participativas por parte de todos los ciudadanos e incluso también anticipatorias, es decir, que expliciten su respectiva visión y metas de futuro en vez de limitarse casi siempre a programas a corto plazo, concretamente al correspondiente periodo legislativo. Pero, además, una democracia, que merezca actualmente tal nombre, requiere asegurar un desarrollo sostenible, de hombres viviendo en armonía con la naturaleza, es decir: Un desarrollo sostenible, viable, de progreso y bienestar, que además debe ser social y humano.
Concretamente, desde la observación mundial de los grandes problemas y desafíos, resulta que el contravalor que está cada vez más en auge — causa de tanta violencia y falta de paz — es el egoísmo. Por cierto que el egoísmo va siempre de la mano de la ignorancia supina, aunque sean gentes con muchos títulos, del mismo modo que, por contraposición, el conocimiento contribuye siempre a la solidaridad si se aprovecha a la hora de resolver los problemas. Por eso es que queremos una educación que forme, desde luego, sobre nuestros orígenes, devenir, realidad presente y futura posibles, además de una educación que permita alcanzar una cultura integral, tanto literaria como científica y tecnológica, incluidas las nuevas tecnologías, a fin de superar el actual analfabetismo funcional de muchos supuestos hombres cultos. Eso es lo que debería constituir el papel de la cultura en el entramado del mundo de hoy y del mañana: Acceder no sólo al conocimiento sino también, y a ser posible, alcanzar la sabiduría y superar el egoísmo. Si no fuéramos tan ignorantes en nuestras actuaciones egoístas, nos daríamos cuenta que la cooperación y la solidaridad (el amor para con el prójimo) la tenemos que ejercer aunque sea por interés propio, es decir por "egoísmo ilustrado". Salud, nutrición, agua potable, trabajo, energías renovables, etc. son necesidades básicas y, para todo ello, se requiere igualdad de oportunidades en materia de educación. Por eso conviene eduquemos no sólo para la solidaridad sino simple y claramente para la paz "entre los prójimos" y en el seno de la familia, en el seno de cada sociedad, con mutuo respeto para lograr la convivencia. De ahí también que la educación para la paz tenga que partir, sobre todo, de una formación básica y permanente en valores éticos y morales, inspirados por una historia re escrita en torno a los pacificadores, es decir de quienes merecen ser vistos como los verdaderos héroes de la historia universal.
Esa paz entre pueblos, culturas, ideologías y creencias necesita, desde luego, del poder de la palabra, de la literatura, de las obras cumbres de la humanidad. Sin embargo, hay que poner mucha atención a las palabras que elegimos y usamos, cualquiera que sea el idioma. Cada palabra se distingue y cobra fuerza por su forma, si bien lo más importante es su contenido, empezando por su etimología, la cual nos adentra en su significado, en su alma.
Y a propósito de las lenguas, desde el Renacimiento ha habido proyectos dignos de admiración para crear idiomas internacionales. El esperanto fue un destello brillante durante algún tiempo. No necesitamos elegir un idioma global único, aunque ahora utilicemos el inglés a modo de "esperanto instrumental mundial”. A mi modo de ver, el único lenguaje universal aceptable por excelencia son las Bellas Artes, en general, y la música, en particular, la cual nos habla a todos con sus mensajes, los cuales llegan directamente al cerebro y, sobre todo, al corazón. Lo que sí precisamos es aprender otros idiomas para obtener una mayor sensibilidad y comprensión hacia otras culturas y a sus gentes y, puesto que todas las escuelas deben llegar a ser islas de paz, sus planes de enseñanza deberían incluir al menos un segundo idioma y formar para la convivencia desde el respeto hacia las demás culturas del mundo.
Consecuentemente creo que las instituciones y empresas en el siglo XXI serán, sobre todo, lo que quieran sus propios directivos lleguen a ser y reflejarán en buena medida la respectiva visión, voluntad, capacidad y valores de esos hombres y mujeres que ocupan los puestos a su cargo. Por consiguiente y desde su parte alícuota, las empresas tienen que ser solidarias con el devenir futuro de los hombres en su dimensión local o global.
Por si ello fuera poco, las empresas de futuro no sólo tenderán cada vez más a expandirse en el seno de su país de origen hasta alcanzar la necesaria «masa crítica» del mercado, sino que también tenderán a internacionalizarse. Se trata de convertirse en empresas transnacionales en función de ámbitos culturales afines, mercados complementarios o alianzas entre competidores y suministradores, tanto mas ante el fenómeno de la creciente globalización en curso y las nuevas tecnologías de la información las cuales facilitan las finanzas, la información compartida, el comercio y aún las gestión industrial, todo lo cual ofrece un potencial extraordinario de desarrollo pero también requiere, por lo mismo, una gestión mucho más exigente que nunca ante la gran complejidad y las incertidumbres frecuentes que rodean las perspectivas de futuro.
Una empresa sostenible, cara al futuro, tendrá por lo tanto que aprender a convivir en armonía con "el paisaje y el paisanaje" de su entorno, es decir de los stakeholders, además de los shareholders.