Desde el Lejano Oriente hasta nuestros días.
Por Victor Javier Becerra Martínez
Querido lector, le escribo estas líneas entre el calor imperante en esta época del año que tanto usted como yo estamos padeciendo. ¿Qué sería el verano sin el calor? Pues, sinceramente, otra cosa. Anhelamos la llegada del buen tiempo todo el año, sabiendo que con ello vendrán aquellas charlas en la piscina con amigos o vecinos, con algunos de ellos no solemos cruzar más de una frase el año, pero en verano se abre la puerta a estrechar nuevos lazos o vivencias conjuntas. Esas cervezas o el delicioso mejunje mágico que, para más inri, lleva la coletilla de verano, el tinto de verano. Esas noches mirando al cielo con tu pareja o simplemente en la playa con amigos, aquellos viajes en familia, donde por mucho que hayas planeado todo, siempre queda algo suelto que resulta ser el detonante, en un primer momento trágico, pero con el paso del tiempo gracioso que se recordará a lo largo de la vida. En fin, el verano tiene estas cosas, estas nuevas aventuras, pero con él, viene también el calor, un calor que sinceramente aumenta con el paso de la edad. De pequeños no recordamos pasar calor, como si ese calor nos repeliese, pero de mayores… válgame el señor, como dirían en aquellos maravillosos pueblos de la Mancha, se notan y vaya si se notan.
Pero el ingenio del ser humano puede ser maravilloso y aunque en ocasiones pensemos que nuestra época es la más avanzada, caemos en el error. Simplemente, en mi opinión, afrontamos nuevos retos con una mentalidad distinta a la de otras épocas, sin ser más o menos superiores a las mentes de nuestros antepasados. Un reto que nuestros antepasados compartían era el calor y con ello, la manera de refrescarse. Ahora ponemos el aire acondicionado en nuestro salón o el ventilador de techo y esperamos pacientemente a que nuestro hogar tenga una temperatura óptima, pero en otras épocas no existían estos avances y se las apañaban para solventar el tema del calor de una u otra forma. Una de ellas era poder refrescarse mediante algún tipo de bebida: el sorbete.
Durante la Ilustración, siglo XVIII, el refresco favorito para combatir las altas temperaturas era el sorbete. Las personas quedaban para charlar, como en la actualidad, pero a diferencia de otras épocas, en las que reinaban las bebidas alcohólicas, el sorbete o el helado era el producto más demandado. Su origen se remonta a Oriente, sabemos que los persas ya utilizaban una bebida para afrontar las altas temperaturas a las que estaban expuestos en verano. Una bebida que llevaba hielo raspado junto con miel o frutas, algo que sin duda refrescaba el paladar y el cuerpo. También tenemos constancia que los chinos ya la utilizaban sobre el 2500 A.C y que el gran Alejandro Magno conocía su existencia, así como el Emperador Nerón, el cual traía nieve de los alrededores de Roma, para degustar sorbetes.
Era el primitivo sorbete y solamente estaban al alcance de grandes familias de la alta sociedad, pues recoger y conservar hielo en esas regiones era algo muy complicado y que llevaba un gran coste. Su avance lleva consigo su éxito para combatir el calor.
Con la conexión de Occidente y Oriente llegaron muchos avances y uno de ellos fue la introducción de esta nueva bebida, en aquellas épocas llamada sharbat. Durante el siglo XVI el sorbete comenzó a experimentar cambios que serían arrastrados con el paso del tiempo, descubriéndose que el azúcar era un ingrediente ideal para esta bebida refrescante. Daba un sabor especial y único para aquellos paladares de la época, creando una adicción aún por descubrir que les hacía consumir el producto una y otra vez. Se sabe que, en la corte de Carlos V, se consumían y eran muy famosos. De tal modo, la villa de Madrid construyó unos depósitos subterráneos para la conservación del hielo procedente de las montañas de alrededor de la capital. Este hielo era transportado desde los montes a la capital, para proveer este nuevo consumo de bebida refrescante.
En el siglo XVIII, ya era parte de nuestras vidas y un remedio más para combatir el calor en aquellas ciudades de la vieja Europa en las cuales el verano azotaba sin piedad. La bebida se había democratizado con las nuevas técnicas de conservación del hielo y su coste había bajado, haciendo que pudiera llegar a un público más amplio de la aquella sociedad. Lo que comenzó siendo una bebida de unos pocos, ahora era una bebida común y pedida por muchos para combatir el calor. Junto con la expansión llegaron nuevos sabores, el aumento de paladares trajo consigo un aumento de gustos, diversificando los sabores. Sorbetes, granizados y helados experimentaron su alza en el siglo XIX, donde ya había congeladores domésticos en las casas y todos podíamos degustar un rico sorbete o helado, sin salir de casa. Sin darnos cuenta, aquel primitivo refresco oriental, se había hecho un hueco en nuestro congelador junto con otros alimentos congelados. Seguramente usted tenga en su congelador alguno, esperando el momento después de comer o cenar para degustar uno y refrescarse el paladar, igual que lo haría aquel persa o aquella persona de la Ilustración.
Los gustos han podido cambiar o, mejor dicho, aumentar. Nuestras mentes se han abierto a diversos y exóticos nuevos sabores, pero en estas épocas que vivimos, el producto estrella sigue siendo un buen helado, granizado o como dirían nuestros antepasados, un buen sorbete. Le invito a ser esta noche o esta tarde como aquel persa, rey por un momento en el palacio de su hogar y deguste uno de ellos, recordando que si ellos pudieron combatir el calor, nosotros también tendremos que hacerle frente de alguna manera.
Nos vemos la próxima semana, a ser posible con un poco de fresco.