El Ejecutivo que presidía Juan José Imbroda, comenzaba su andadura tras las convulsiones y contraconvulsiones experimentadas en el orbe político melillense. La moción de censura que tuvo sus partidarios y sus detractores, se había celebrado y por lo tanto no había duda: Imbroda era el presidente legítimo de todos los melillenses. En teoría, era la última condición "sine qua non", para que Melilla quedara gobernada por un grupo estable, sin los últimos terremotos políticos que como se había podido comprobar merecían lacerantes críticas de los administrados. Acababa, por tanto, el sarampión político y un grupo de formaciones y personas iba a disfrutar de un aval con carencia de tres años vista. Los nuevos gobernantes apostaban por la eliminación de gastos superfluos.