Carta del Editor. MH, 17/4/2925
Enrique Bohórquez López-Dóriga
Murió el lunes pasado, 14 de abril, Mario Vargas Llosa, un gigante de la literatura -‘un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano’, dijo en su discurso de aceptación del Nobel de 2010- paladín de la libertad contra los tiranos, un héroe de la libertad.
Sus cinco libros más destacados, según algunos expertos, son: La ciudad y los perros (1963, un colegio militar y sus alumnos, denominados los perros), La casa verde (1966, con el famoso sargento Lituma), Conversación en La Catedral (1969, una taberna de Lima, quizás el mejor de sus libros), La tía Julia y el escribidor (1977, su enamorada), Historia de Mayta (un adolescente trotskista, 1984), La fiesta del Chivo (la corte del odioso Leónidas Trujillo, 1999).
Mario Vargas Llosa escribió mucho, era inmensamente trabajador. En mi biblioteca he contado 38 libros suyos, incluyendo uno muy poco conocido, ‘Desafíos a la libertad’, una serie de artículos suyos publicados en distintos medios entre 1990 y 1994 en los que defiende el internacionalismo, como camino de civilización -lo contrario de lo que está haciendo Trump, por cierto. Su ‘Elogio de la dama de hierro’, Margaret Thatcher, primer capítulo del libro, es excepcionalmente brillante y termina con la frase que, junto con un ramo de flores, le envió cuando supo la noticia de su caída: “Señora: no hay palabras bastantes en el diccionario para agradecerle lo que usted ha hecho por la causa de la libertad”.
Mario disfrutó de la vida y de la relación con mujeres conocidas, como la tía, Julia Urquiji, once años mayor que él, con la que se casó, escandalizó a la familia y se fueron, desde Perú, a vivir a París; como otra prima, esta de verdad y sobrina de Julia, Patricia Llosa, con la que se casó en 1965 y han estado 50 años juntos; y con la famosa Isabel Preysler, ocho años juntos y un portazo final de Mario, con vuelta al pasado y refugio en el Perú, su vuelta a casa.
Fue un enamorado de España, país que le concedió su nacionalidad. ‘Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna’, dijo Mario cuando recogió el Premio Nobel. Siempre fue un caballero elegante. Deja un inmenso hueco en la literatura universal.