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España, un gran proyecto compartido

Es por ello preciso, por el bien del futuro de nuestro proyecto colectivo, o lo que es lo mismo, por el bien del futuro de nuestros hijos y nietos, cultivar perseverantemente la moderación y el respeto al discrepante y poner coto a nuestra radicalidad personal. Es ahí, en la moderación y en el respeto al que piensa diferente, donde, a mi juicio, se encuentra la única España posible, la que constituye ese gran proyecto compartido.
para otazu

Durante la campaña electoral que acaba de finalizar, se ha realizado un gran esfuerzo, protagonizado por alguna de las candidaturas concurrentes, de dibujarnos una   España de bloques. Dos mitades de nuestra nación, enfrentadas de manera irreconciliable y con incapacidad para entenderse, pactar o acordar, porque, simplemente son diametralmente, contrapuestas.

Siempre he defendido y sigo defendiendo que no existe plataforma pública, sea ésta un partido político, una asociación cultural o una peña de amigos, que represente, al cien por cien, todas y cada una de nuestras aspiraciones personales, salvo aquélla de la que uno sea el fundador y único socio, porque en cuanto haya dos socios, habrá dos posturas individuales, con puntos de acuerdo y puntos de discrepancia, dado que, afortunadamente, cada uno de nosotros somos seres únicos e irrepetibles. Es por ello que, en la naturaleza asociativa que percibimos como sustancial de nuestra esencia, lo natural es aproximarse a aquella plataforma que más se acerque a nuestra forma de entender las cosas, a sabiendas de que algo tendremos que sacrificar, pactar y negociar, siempre. Es precisamente de eso de lo que van los procesos electorales, de aproximarnos, temporalmente, a las diferentes ofertas que se nos presentan para que expresemos con cuál nos sentimos más cómodos en este momento, a sabiendas de que no darán, exactamente, respuesta a todas y cada una de nuestras aspiraciones.

De las múltiples definiciones de lo que podemos entender como nuestra Patria, yo me quedo con la incluida en las Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas de 1978, que la definían como el “quehacer común de los españoles de ayer, hoy y mañana, que se afirma en la voluntad manifiesta de todos”. Cuando lo he planteado en algunos foros, se me ha contrapuesto que a esta definición le falta emoción o sentimiento y que es meramente formalista u ordenancista y la Patria necesita emoción y sentimiento. Yo, modestamente, expongo que, a mí, saberme copartícipe de un quehacer común histórico que trasciende a las generaciones de los españoles de ayer, hoy y mañana, me llena de emoción y sentimiento, pero, en fin, parece que a otras personas, no. Como decía antes, forzoso aceptarlo y asumirlo. Maravillosamente únicos e irrepetibles.

Hace unos años, reflexionaba, públicamente, en estas páginas, sobre lo que consideraba y considero la única España posible, como aquella que integre las múltiples maneras de sentir que en ella conviven y las múltiples perspectivas que de ella tenemos, sin descalificar ninguna de ellas sobre la base de nuestros prejuicios y aceptando, en suma, la existencia legítima de puntos de vista discrepantes que no son, por ello, menos válidos que los nuestros. Son, sencillamente, diferentes. Todos y cada uno de los cuarenta y ocho millones de españoles que vivimos actualmente, en el interior de nuestras fronteras o en el extranjero, compartimos el legítimo título de copropietarios de esta espléndida realidad social, histórica y cultural que conocemos y el mundo conoce como España.

La consideración de la democracia como una alternancia de despotismos en la que cada cuatro años tenemos la oportunidad de imponer al otro nuestra voluntad es, a mi juicio, la antítesis de la democracia. Un gobierno democrático gobierna, por definición, para todos, para los que le han votado y para los que no lo han hecho, ni piensan hacerlo.

Esta semana, paralelamente al debate y a la campaña electoral, se han puesto de manifiesto dos percepciones contrapuestas sobre las restricciones a la libertad de expresión en nuestro país. Por una parte, se ha rescatado un vídeo, emitido ya el año pasado en la plataforma digital youtube, de un conocido actor catalán, Albert Boadella, en el que exponía lo que él consideraba un resurgimiento de las actitudes inquisitoriales. Criticaba él, en ese vídeo, la autocensura impuesta en el campo de la creatividad en el altar de lo políticamente correcto, en el que se rinde culto al ideario de lo que se considera indiscutible en ámbitos como el del cambio climático, la diversidad de género, la multiplicidad de percepciones del hecho femenino y otros sobre los que él considera que no se puede ejercer ningún tipo de manifestación humorística o creativa so pena de ser públicamente penalizado como irrespetuoso sobre conceptos que se consideran sagrados.

Al mismo tiempo y de igual manera, pero en sentido contrario, se producía, también esta semana, una tertulia en Televisión española en la que se cuestionaba la admisión a trámite en un juzgado de una denuncia interpuesta contra una revista por una organización aparentemente vinculada a la ideología de la iglesia católica por presuntas ofensas al sentimiento religioso, al haber publicado dicha revista una portada con una representación gráfica de una imagen irrespetuosa del nacimiento de Jesús de Nazaret, al que la propia revista calificaba, aunque irónicamente, como el hijo de Dios. Para los contertulios, esta admisión a trámite estaba absolutamente injustificada, aunque de sus manifestaciones se pudiese deducir que, en su opinión, lo que debería suprimirse debería de ser la existencia de un tipo penal por manifestaciones ofensivas a las creencias religiosas, aunque también en la tertulia se percibía que cuando se hablaba de creencias religiosas se referían muy específicamente a las católicas, que, al parecer, para los contertulios, eran las que deberían de verse específicamente privadas de cualquier tipo de protección frente al concepto que ellos definían como libertad  de expresión.

Se deduce de todo ello que lo que es sagrado para unos no lo es para los otros y viceversa, por lo que, de cara a una sana convivencia, sería prudente respetar las percepciones personales de unos y de otros.

Es por ello preciso, por el bien del futuro de nuestro proyecto colectivo, o lo que es lo mismo, por el bien del futuro de nuestros hijos y nietos, cultivar perseverantemente la moderación y el respeto al discrepante y poner coto a nuestra radicalidad personal. Es ahí, en la moderación y en el respeto al que piensa diferente, donde, a mi juicio, se encuentra la única España posible, la que constituye ese gran proyecto compartido.

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Fernando Gutíerrez Díaz de Otazu
Fernando Gutíerrez Díaz de Otazu

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