El fútbol como fenómeno de masas ofrece a diario motivos para su desprecio. Millonadas indecentes, mercantilización de sentimientos, violencia sectaria, modales de pordiosero por doquier, etc. Pero cuando lees a Valdano algo te lleva a rescatar determinados principios que afloran entre tanta obscenidad. Sí, el fútbol no deja de ser un espejo de la sociedad que lo alimenta a diario. Aunque, de vez en cuando, en medio de la nada, podría decirse aquello de que brota una flor que no tiene raíces y que desprende el aroma redondo de algo verdadero. Una rareza. Ese es Andrés Iniesta Don, en un mundo de egos, vanidades y chequeras a modo de catecismo.
Al anunciar que abandona el Barça y por ello la liga española (la antes llamada BBVA y ahora Santander, dechado de beneficios las dos entidades) se ha desencadenado un alud de elogios sin contraindicación alguna. No se podía esperar otra cosa de un tipo que, cuando en el 2010 marca el gol más importante para este país, se despoja de la camiseta patria para mostrar una frase de afecto a Jarque, el malogrado jugador del Español de Barcelona (no de Cornellá, querido Piqué) fallecido un año antes. Sí de ese equipo rival del F.C. Barcelona, su equipo de toda la vida.
Andrés Iniesta ha sido y es un virtuoso del balón. Un intérprete del juego que nunca dio la espalda al espectáculo. Curtido en la Masía – la fábrica de sueños del Barcelona – quiso recordar su deuda de gratitud con ese origen el día de su despedida. Merece la pena subrayar que tal vez no fue una apreciación menor sino el ejercicio de una reivindicación necesaria. Evocó una filosofía que tiende a perderse, por desgracia. Iniesta llegó de un pequeño pueblo de Albacete a vivir un sueño. Llegó a Barcelona a luchar por alcanzar lo que muchos niños y jóvenes anhelan. Su biografía, su ejemplo. Su trayectoria de leerse como un auténtico ¡Claro que se puede! Se puede llegar muy lejos sin perder el sentido de la humildad.
Cuando en los estadios y sus aledaños de primera división pero – cuidado – también en los campos de cualquiera de nuestros pueblos y del extranjero se presencian tantos episodios de bajeza moral, insultos, desprecios, racismos, fobias, agresiones… este jugador transmite un mensaje de serenidad y honestidad. Por supuesto también de talento, esfuerzo y superación pero, sobre todo, un mensaje de seriedad y respeto a contrarios, colegiados y aficiones. En medio de tanto griterío y en un ecosistema sin mesuras, aporta esa serenidad como un valor que debería ayudar a reinventar nuestra relación con este deporte.
Menores de todo el mundo sueñan con sus ídolos. Lo hacen en todas partes, en toda clase de circunstancias y desde cualquier condición social. Muchas veces vemos en las noticias y no solo deportivas a niños con las camisetas de sus jugadores favoritos en África, Oriente Medio o Latinoamérica persiguiendo el sueño de ser como Iniesta, Cristiano, Messi, etc. En ciudades destruidas, en cualquier descampado del mundo y con dos piedras como portería, como cuando jugábamos los que nacimos en los años 50 y algunos mucho antes. Esos críos comienzan a incubarse sueños que deberían tener la opción de ser oportunidades. Por eso faltan Iniestas que acierten con la idea del éxito. No nos vale cualquier modelo. No debería valer cualquier formato de éxito. El éxito en el deporte necesita una revolución. Otra partitura. Otra interpretación. La partitura de la normalidad. La partitura de la serenidad y de los buenos modales. Gracias Don. Andrés Iniesta simplemente por ser un gran ejemplo a seguir tanto dentro como fuera de los campos de fútbol. Hasta que tú quieras te seguiremos disfrutando, estés donde estés. La afición, juegues donde juegues te aplaude merecidamente y te lo reconoce. Tu mayor satisfacción no es ese balón de oro que tenías y tienes más que merecido, sino el reconocimiento de todo el mundo del fútbol en general, e incluso fuera de él.