¿Es creíble una defensa Europea?

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Arthur Vandenberg, senador republicano de Michigan, solía decir que la política partidista se debería detener en la orilla del agua. No porque los estadounidenses no discreparan sobre cuál debía ser su política exterior sino porque, en sus mejores momentos, la estrategia internacional de Washington estaba anclada en principios, no en conveniencias. Europa entera se benefició de ello con el Plan Marshall, que no fue creado para extraer riqueza de los aliados, sino para reconstruir un continente devastado, salvándolo del colapso y de la dominación soviética.

Pero esos tiempos parecen lejanos. La presidencia de Donald Trump, con su rechazo a las alianzas tradicionales y su cálculo puramente transaccional de las relaciones internacionales, ha generado una crisis de confianza en Europa. La desconfianza en Estados Unidos como garante de la seguridad de sus aliados ha alcanzado máximos históricos. Encuestas revelan que hasta el 78% de los británicos, el 74% de los alemanes y el 69% de los franceses consideran a la administración Trump una amenaza para la estabilidad.

El otro gran temor proviene del Este. La agresividad de Vladímir Putin ha hecho sonar las alarmas en el continente, particularmente en Alemania, los países del Báltico y en Polonia, que han aumentado su gasto en defensa de manera exponencial. Pero hay un tercer actor que no puede ser ignorado: China. Su ascenso global no solo desafía a Estados Unidos, sino que altera el equilibrio de poder en Europa. Pekín ya ha tejido una red de inversiones estratégicas en infraestructuras y tecnología dentro de la UE, mientras expande su influencia en los Balcanes y norte de África, regiones cruciales para la estabilidad europea. En este contexto de competencia entre grandes potencias, Europa se está preguntando hasta qué punto puede seguir dependiendo de la protección estadounidense.

 

Europa y su apuesta por la autonomía estratégica

La respuesta europea ha sido variada. Francia ha liderado el discurso sobre una defensa europea independiente, con Emmanuel Macron afirmando que Europa debe prepararse para actuar sin la tutela de Estados Unidos y calificando la situación de la OTAN como de «muerte cerebral». Alemania, pese a su tradicional pacifismo, ha comenzado a reforzar muy significativamente su industria militar, aunque sigue enfrentando resistencias internas. La Unión Europea ha impulsado una cooperación de defensa más estrecha, incluyendo proyectos conjuntos de armamento y maniobras militares. La empresa alemana Rheinmetall, por ejemplo, ha incrementado significativamente su producción de blindados y municiones.

Sin embargo, la realidad es que Europa sigue dependiendo de la OTAN incluso en las misiones que organiza bajo bandera de la UE. Ejemplos como la Operación Atalanta en el Cuerno de África, la misión en Malí o las operaciones en Bosnia y en Kósovo han requerido infraestructura logística, capacidades de inteligencia y transporte estratégico proporcionadas, en gran medida, por Estados Unidos y la Alianza Atlántica. En cada una de estas misiones, las carencias han sido evidentes.

En logística y transporte estratégico, la UE carece de una flota de aviones de transporte pesado y de suficientes capacidades de reabastecimiento en vuelo. En cuanto a inteligencia y vigilancia, la recopilación de información sigue estando dominada por Estados Unidos, así como la localización satelital y otras capacidades necesarias. En capacidades de mando y control, aunque la UE ha intentado desarrollar estructuras de mando propias, como el MPCC, sigue sin capacidad para dirigir operaciones de alta intensidad sin apoyo de la OTAN. Por fin, y muy importante, la capacidad de disuasión nuclear está solo en manos de Francia y el Reino Unido, mientras que el resto de Europa sigue bajo el paraguas atómico estadounidense ¿Hasta qué punto estaría dispuesto alguno de estos países a arriesgar una confrontación nuclear en defensa de un tercero?

 

¿Qué costaría una defensa europea autónoma?

Para que Europa logre, a medio plazo (2027-2035), una capacidad defensiva similar a la proporcionada actualmente por la OTAN, se requerirían inversiones masivas en las siguientes áreas:

Presupuesto de defensa: Actualmente, el gasto combinado en defensa de los países de la UE ronda los 290.000 millones de euros anuales. Para igualar las capacidades de la OTAN sin Estados Unidos, Europa debería incrementar su gasto hasta un mínimo del 3% del PIB, lo que supondría unos 500.000 millones de euros anuales.

Transporte estratégico y logística: Se necesitaría una flota propia de aviones de transporte pesado y de reabastecimiento en vuelo. Se necesitarían de unas inversiones de unos 80.000 millones de euros en la próxima década.

Capacidades de mando y control: Construir un mando militar integrado y sistemas de comunicación seguros, al nivel de la OTAN, costaría unos 20.000 millones de euros.

Defensa aérea y antimisiles: La OTAN proporciona a Europa una red de defensa aérea avanzada. Europa necesitaría al menos 150.000 millones de euros en la próxima década para desarrollar sus propios sistemas de defensa aérea avanzada.

Disuasión nuclear: Para prescindir del paraguas nuclear estadounidense, Francia y el Reino Unido tendrían que expandir sus arsenales y desarrollar sistemas de entrega avanzados. Se estima que esto costaría al menos 200.000 millones de euros en dos décadas.

Producción industrial y armamento: Europa necesitaría duplicar su producción de municiones, misiles, tanques y barcos de guerra. El coste estimado es de 250.000 millones de euros en la próxima década.

En total, alcanzar una defensa autónoma europea comparable a la actual OTAN costaría, en una primera fase (2027-2035), al menos 1,2 billones de euros, con un mantenimiento anual superior a los 500.000 millones de euros.

 

¿Es posible alcanzar esta capacidad en el medio plazo?

Desde una perspectiva técnica y económica, sí, pero políticamente es improbable, ya que se enfrentan una serie de obstáculos de gran magnitud.

Resistencia política y social: Muchos países europeos aún rechazan aumentar el gasto militar. Alemania, por ejemplo, aunque ahora parece dispuesta a llegar al 5% de gasto, ha tardado más de una década en comprometerse a alcanzar el 2% del PIB en defensa, y países como España e Italia ni siquiera han llegado al 1,5%.

Fragmentación y falta de coordinación: A diferencia de Estados Unidos, Europa no tiene un mando unificado ni una doctrina militar común. Las compras de defensa siguen siendo nacionales, con poca estandarización.

Distracción por otras prioridades: La transición ecológica, el envejecimiento poblacional y el crecimiento de los partidos populistas dificultan el consenso para aumentar masivamente el gasto militar.

Dependencia estructural: Aunque Europa desarrollara capacidades propias, seguiría dependiendo de Estados Unidos en ciberdefensa, tecnología satelital y proyección de fuerza global.

 

Conclusión: una Europa sin autonomía de defensa.

En resumen, Europa no está lista para defenderse sola, ni en el corto ni en el medio plazo. Aunque los países han aumentado su gasto en defensa y han iniciado esfuerzos de cooperación militar, la fragmentación, el pacifismo arraigado y la falta de voluntad política, pueden seguir siendo obstáculos insalvables.

Europa necesita desarrollar una estrategia realista, consolidar su industria militar, desarrollar capacidades autónomas de disuasión y, sobre todo, generar un consenso político para asumir el costo de su propia seguridad. Mientras eso no ocurra, la defensa creíble de Europa seguirá dependiendo, guste o no, del impredecible talante de Washington.

 

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Gonzalo Fernández

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