Echando mano de algunos apuntes que tomo cundo algo llama mi atención, recuerdo, que hace algunas fechas, quizás demasiadas, y viendo por la tele una película sin trascendencia, escuché (miento, más bien leí, ya que tengo la costumbre de quitar el volumen que a mí no me sirve para nada, dada mi proverbial sordera, como diría mi amigo Vicente, y leí en los subtítulos) una frase en boca del protagonista que vino a ser algo así como <
De entrada, no hice mucho caso, me pareció una simple opinión como cualquier otra, no alteró mi conciencia. Pero, posiblemente porque estoy jubilado, tal como iba pasando el tiempo la frase me revenía, me presionaba y hasta me obligaba a la reflexión, a estar pensativo. Por lo tanto, cuando ya no pude más, me levanté y la anoté en un papel para que no se me olvidara.
Y es que, digo yo, existe una forma de envejecer que, sin tener estudios ni estadísticas que la confirmen, imagino que es la común y habitual. Me refiero a la de llevar una vida tranquila, de caer en la rutina de contar detalles pasados, celebrar el paso del tiempo, colaborar con los hijos y nietos, hacer recados y pasear, mantener tertulias con amigos, etc. En definitiva, buscar actividades cuyo objetivo central, guste o no, es matar el tiempo, entretener mientras uno se muere lentamente y sin darse cuenta. Pero claro, eso no tiene nada que ver con lo de <
Queridos lectores, sé que uno no puede vivir a los 67 o más años con el mismo programa de vida que se tiene a los 20, pero es bueno atreverse e inventar cualquier cosa o actividad, que provoque que la ilusión por el futuro sea mucho más poderosa que el recuerdo del pasado.
