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Encarna

Podía encajar esta historia entre dos obras de los hermanos Álvarez Quintero. Aquel patio de Encarna al fondo, que en las largas tardes de verano llegabas hasta notar algo de fresco y las flores que te recibían nada más subir dos escalones. Esas dedicadas a una madre que desde la vida nunca olvidamos, para ese amor que nos sigue acariciando el alma o simplemente para poner color a una habitación. Aquella floristería de Castelar, de apellido Jiménez, forma ya parte de cada uno, del yo más íntimo o de instantes compartidos en días sin fecha mientras hablaba mi padre con su amigo Félix o te recibía la limpia sonrisa de Encarna. Ahí, en ese pequeño espacio había tesón, esfuerzo, ilusiones, todas las que tomó como testigo una mujer para que los Jiménez no desaparecieran del rotulo de una calle. Y así llenaban de color un sentimiento o escribían con el verde una palabra mientras te acogían comunicándose también con el gesto, la mirada o los silencios. Encarna González emprendió su viaje más largo hace hoy ocho días. Se enmudeció su garganta, aquella que en noches de Viernes Santo acompañaba a la Soledad de la Madre, cuando más cerca tiene a sus hijos en su callejón. Y en Melilla se extendió ese Domingo de Octubre tu adiós, y recogiste el cariño de este pueblo, a quien fue buena, natural, sincera, que oraba también al cantar una salve a la Pastora de las marismas. Tus compañeros del Coro, pusieron sentimiento en la despedida de quien también sembró con esos otros tan suyos. Tu oficio heredado no pudo venirte mejor… quien comunicaba empleaba el lenguaje de las flores con la sencillez, el amor y la cercanía que a todos nos diste. Sé que cumpliste el sueño de ver tu nuevo hogar y eso solo pueden decirlo aquellos elegidos que vuelven cálido cualquier momento y solo con su presencia. Regalaste a los tuyos (Félix y su mujer, Encarni, Quique, María y Sonia) tu ejemplo, sin olvidarnos de quienes sentías igualmente muy dentro, Dris y el Paloma, y con todos formaste un equipo ganador. El estilo de Encarna era el trato familiar con un buen género, casi sin darse cuenta que asesoraba a todos desde el apego. Y esa escuela ya ha germinado en Encarni, quien recibió el testigo para continuar con el profesión sacrificada de ese mostrador que está pendiente del tiempo y de los transportes para que lleguen los productos. Castelar, hoy guarda silencio y no será la misma sin Encarna la de las flores.

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