El estrés, la vida ajetreada en las ciudades lejos del contacto con la naturaleza, las dificultades y conflictos parecen habernos transportado lejos de nuestra verdadera existencia. La naturaleza, los animales, los elementos son entonces explotados sin sentimiento alguno. Insensiblemente comemos la carne de animales que han vivido su corta vida en establos crueles, echamos pesticidas, …
…herbicidas, fungicidas y semillas manipuladas a los campos para que nuestros bolsillos saquen el mayor beneficio posible, vaciamos los mares de peces con una pesca cruel, cazamos animales que en realidad necesitan nuestra ayuda a causa de tanto desequilibrio ambiental, llenamos la atmósfera de antenas de comunicación que emiten ondas que afectan a la vida y todos contribuimos a ello, porque nos dejamos llevar por el tren de nuestra sociedad en gran parte orientada al consumo e influenciada por los medios de comunicación. Es como si el hombre hubiera dejado de existir como ser individual capaz de pensar por sí mismo.
Jesús de Nazaret caminó sobre las agua, condujo los vientos y convivió con los animales salvajes. Tal vez recordar un pasaje de Su vida en base al libro `Esta es Mi Palabra´ nos muestre una perspectiva diferente que cada uno puede aplicar en su vida: “Y Jesús llegó junto a un árbol bajo el que perma¬neció varios días. Y llegaron también María Mag¬dalena y otras mujeres, y Le servían con sus bienes, y enseñaba diariamente a todos los que iban a Él. Y los pájaros se agrupaban en torno a Él y Le sa¬lu¬daban con sus cantos, y otros animales se acercaban a Sus pies, y Él los alimentaba, y comían de Sus manos. Y cuando partió, bendijo a las mujeres que Le ha¬bían dado testimonio de su amor, y volviéndose ha¬cia la higuera también la bendijo, diciendo: “Me has co¬bi¬ja¬do y dado sombra frente al calor sofocante, y ade¬más Me has dado alimento. Bendita seas, crece y fructifica y que todos los que se te aproximen encuentren reposo, sombra y ali¬mento y que los pájaros del aire encuentren su alegría en tus ramas”. Y he aquí que el árbol creció y fructificó sobre¬ma¬nera, y sus ramas se extendieron poderosamente hacia arriba y hacia abajo, de modo que no se hallaba ningún árbol parecido de tal tamaño y belleza, ni nin¬guno de tal abundancia y de tal calidad de los frutos.
Quien deja fluir a través de sí la bendición, la fuerza del creador, es manantial de fuerza para hombres, anima¬les, plantas y piedras. Cuando Dios puede traspasar a un hombre éste es bendición para todos y todo. Aquel a quien Dios traspa¬sa ama desinteresadamente y quien incluye en su vida a los hom¬bres y los reinos de la naturaleza está en co¬muni¬cación con la vida del Universo. La vida en su multi¬pli¬cidad se lo agradecerá regalándose en pleni¬tud, y obse-quia¬rá a todos los que vayan al manantial de la vida. Quien respeta la vida conoce el Hogar eter¬¬no y ya en la Tierra vive en medio del paraíso, pues le sirven los reinos de la naturaleza y los ele¬mentos le obedecen.
Los cuatro elementos forman el sistema de respiración de la Tierra. Si este ritmo regular es perturbado por el ser humano, con el correr del tiem¬po todo el organismo terrestre será alterado. A raíz de esto tanto los campos magnéticos de la Tierra como las corrientes magnéticas se¬rán influenciados, éstos constituyen la ley de la Tierra y de los planetas. Cada cambio en la Tierra produce por su parte un cambio en el ser humano, y en el mundo ani¬mal; provoca también una reacción corres¬pon¬dien¬te en el mundo vegetal y transforma inclu¬so la irradiación de los minerales.
Debido al comportamiento contrario a la ley se produjeron repetidos agrietamientos polares, erupciones y cosas semejantes. La Tierra no se tranquilizó ni ha llegado a tranquilizarse incluso en el tiempo actual. Quien interviene entonces en las leyes cós¬micas y las altera, crea irremediablemente disonancias en todos los planos de vida de la Tierra y en la Tierra misma. Debido a que cada pensa¬mien¬to, cada palabra y cada acto es energía y como ninguna energía se pierde, tanto la positi¬va como la negativa, recae entonces sobre el cau¬sante, o sea sobre el hombre y sobre su alma.