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El fuego del dragón chino se está enfriando

04 DRAGÓN CHINO

Hace unos veinte o treinta años el resto del mundo redescubrió a China. Se percataron de la enormidad de su mercado potencial, por su mil millonaria demografía; de la ventaja competitiva que podría proporcionar su mano de obra barata; y de las inmensas posibilidades de inversión rentable, por la gran cantidad de sectores económicos poco o nada explotados hasta ese momento. Deng Xiaoping había abierto a la inversión extranjera las puertas de la comunista muralla china, con la ya famosa frase: “No importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato.” Pero Deng también había impuesto condiciones para la entrada al mercado chino que, aplicadas primero y luego incrementadas por los sucesivos líderes, supusieron problemas y desengaños para muchas empresas extranjeras, lo que en el tiempo ha llevado a la aparición de un nuevo concepto estratégico: el “nearshoring”, que busca no sólo capitalizar los beneficios operativos, logísticos y comerciales de reubicar la manufactura y proveeduría a países cercanos al origen de la demanda, pero también implica una diversificación geográfica para la mitigación de riesgos. Por el momento, en perjuicio de China, Méjico se está beneficiando de su posición geográfica junto al gran mercado de los Estados Unidos y también, en menor medida, del de Canadá. Europa, por el contrario, todavía no ha terminado de encontrar su equivalente cercano.

El crecimiento acelerado de la economía china se ha visto interrumpido en los últimos años, entre otras causas por la deficiente planificación económica y las condiciones impuestas al mercado por el glorificado actual ‘líder supremo’ Xi Jinping. La apertura de los mercados, nunca total, ha enfrentado nuevas restricciones, lo que ha dificultado que el ‘gato extranjero’ siga cazando ratones con el mismo éxito. En ese contexto la inversión está cayendo, tanto la extranjera como la nacional; el mercado inmobiliario se está tambaleando, con la entrada en bancarrota del gigante promotor inmobiliario ‘China Evergrande’; las gigantescas inversiones dentro y fuera de China, tanto gubernamentales como privadas, están subvencionadas en gran parte con la adquisición de deuda, que ahora hay que amortizar en condiciones económicas menos favorables.

Este año, la economía china está entrando en la peligrosa deflación, al igual que lo hizo en los años noventa la hasta entonces poderosa y floreciente economía de Japón. Las caídas de precios supusieron entonces una ralentización de su crecimiento, que se está prolongado hasta nuestros días a pesar de que el banco central de Japón está gastando miles de millones de dólares para tratar de reactivar la economía.

Tratando de explicar el concepto deflación de un forma sencilla, se suele llamar deflación a la bajada generalizada de los precios de bienes y servicios. Las causas de la deflación pueden ser varias. Por una parte, puede deberse a una demanda reducida, los consumidores reducen su gasto para incrementar su ahorro por temor al futuro, por lo que los productores primero disminuyen los precios y, en su caso, reducen su producción para ajustarse a la demanda. También pude deberse a un exceso de oferta, los productores han estimado una demanda mayor de la que se ha producido, por lo que deben reducir sus precios para dar salida al exceso de bienes o servicios producidos. En resumen, la deflación evoluciona principalmente en función de la ley de oferta y demanda.

La deflación puede ser peligrosa, porque genera un círculo vicioso de bajada de precios, que hace que la economía se estanque. Las empresas disminuyen la producción porque hay menos consumo y por tanto, se ven obligados a despedir trabajadores. Lo que produce a su vez menos consumo y otra vez un exceso de oferta, que provoca una nueva bajada de los precios. Esto es lo que se conoce como espiral deflacionista. Por esa razón los bancos centrales de todo el mundo se marcan como objetivo la estabilidad de precios, buscando una inflación en torno al 2%.

De entre todas las causas existentes para explicar la desaceleración de la economía china y su posible permanencia en el tiempo, quizás la más importante es la continua disminución de su población prevista para los próximos años. La cortoplacista política del hijo único, que permitió un rápido crecimiento de la renta per cápita en los años pasados, va a ser una rémora difícilmente superable en el futuro previsible. El año pasado, la población del país cayó por primera vez desde 1961, lo que no se esperaba como pronto hasta 2029. A partir de ahora, el declive demográfico de China se acelerará: el número de habitantes del país caerá desde los 1.400 millones actuales a menos de 800 millones a finales de siglo. No se ha visto una disminución tan súbita y significativa desde las plagas y hambrunas de finales de la Edad Media.

El actual sistema socioeconómico de China, con su intrínseca incertidumbre, incita al ahorro y disuade del consumo, lo que hace que las jóvenes y estresadas parejas chinas no quieran tener hijos. Aunque la política gubernamental ha pasado del forzoso ‘hijo único’ anterior a los ‘tres hijos’ pro natalistas de ahora, China es en la actualidad uno de los lugares más caros del mundo para criar una familia, lo que ha provocado que la fertilidad se encuentre en un mínimo histórico de 1,2 hijos por mujer. En el mundo occidental esta carencia demográfica se ve compensada por la inmigración, pero no es ese el caso en China.

Además, el aborto selectivo y el abandono de las niñas, propiciado por la política del hijo único y la incertidumbre futura de un sistema casi sin servicios sociales, como pensiones y atención a los mayores, ha hecho que en China haya aproximadamente treinta millones menos de mujeres que de hombres.

La rápida caída de la población de China supone un doble golpe para las perspectivas del país. Menos trabajadores significa menos crecimiento: en los próximos 75 años, la población en edad de trabajar de China se contraerá incluso más rápido que su población general. Al mismo tiempo, el envejecimiento de la población alimentará la presión para que se gaste más en asistencia social, como lo demuestran las protestas callejeras de este año contra las reformas del seguro médico por parte de decenas de miles de personas mayores.

Durante generaciones, el Partido Comunista Chino se ha mantenido en el poder, en parte, a través de un pacto implícito con su ciudadanía: sacrifiquen sus libertades y, a cambio, garantizaremos un nivel de vida cada vez mayor. Ese acuerdo no se ha sostenido para los jóvenes de hoy.

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Gonzalo Fernández

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