Han pasado unas seis semanas de ello y tenemos la primera de las consecuencias: la “invasión” de Ceuta. Sí, “invasión” porque no se puede llamar de otra manera a la entrada violenta de cientos de inmigrantes usando cal viva, sprays con ácido y “lanzallamas” caseros Se sabía que iba a ocurrir y que era cuestión de días o semanas. Ya lo anunciamos en esta misma sección: la decisión de Pedro Sánchez de acoger a los inmigrantes del barco Aquarius, que se hallaba frente las costas de Italia y Malta, iba a dar un mensaje claro, tanto a los "sin papeles" como sobre todo a las mafias de la inmigración que se lucran con las necesidades de esta personas: España es el país de entrada de inmigrantes de Europa.
El deseo del actual presidente del Gobierno Pedro Sánchez de dar un "golpe de efecto" para relanzar su imagen internacional, dando a conocerse en toda UE por una decisión que no adoptó ningún país del viejo continente, iba a salirnos caro a nuestro país y sobre todo a Ceuta y Melilla, que son las dos ciudades más expuestas a la inmigración irregular.
Recordemos que corría el 11 de junio de 2018 cuando el presidente del Gobierno daba la orden para que España acogiera al barco Aquarius, con 629 inmigrantes a bordo, con el fin de "evitar una catástrofe humanitaria" y cumplir con los compromisos internacionales en esta materia. El barco se encontraba a 27 millas de Malta, a 34 de Italia y a alrededor de 700 del puerto de Valencia, pero aún así el Ejecutivo socialista dio las instrucciones para que fueron llevados a España.
Han pasado unos seis semanas de ello y tenemos la primera de las consecuencias de este "efecto llamada": la "invasión" de Ceuta. Sí, "invasión", porque no se puede llamar de otra manera a la entrada violenta de cientos de inmigrantes que usaron cal viva, sprays con ácido y "lanzallamas" caseros para hacer frente a la Guardia Civil que custodiaba la valla ceutí. El resultado fue más de una veintena de agentes del Instituto Armado heridos, muchos de ellos con quemaduras, trastornos respiratorios o conjuntivitis, tras haber sido rociados con cal viva, sprays de ácido e incluso "bolas con heces", además de usar radiales, cizallas y lanzallamas caseros. Es la primera vez que los inmigrantes usan este tipo de sustancias contra los agentes.
Pero lo peor parece que aún está por llegar si se confirman las informaciones publicadas por medios nacionales que hablan de unos 50.000 subsaharianos que están agolpados ya al norte de Marruecos dispuestos a pasar a España. 50.000. Más de la mitad de la población de Melilla. Ya ayer cuatro subsaharianos entraron en nuestra ciudad saltando la valla, pero esto parece que sólo es un “aperitivo” de los que nos espera.
A esto debemos unir las prisas del Gobierno de Pedro Sánchez de quitar las concertinas, un medio que por sí solo no es lesivo -no ataca- sino disuasorio.
Con este panorama -los inmigrantes pensando que España es el camino más fácil para entrar a Europa después de la acogida del Aquarius y un Gobierno de la Nación que quiere quitar las concertinas y derogar los rechazos en frontera a los que llaman "devoluciones en caliente"-, ciertamente nos esperan tiempos que parecían ya olvidados en Melilla en materia inmigración. Todo por la irresponsabilidad de un Ejecutivo más preocupado por contentar a aquellos que creen en la utopía de un mundo sin fronteras más que en la seguridad de esta ciudad y de este país.