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Ventana al mundo

El conocimiento, razón para la esperanza de un futuro mejor

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Reformas educativas y desarrollo sostenible (VI)
Los sistemas educativos, por fuerza de la situación real en que hoy se hallan, están abocados ineludiblemente al cambio y a la transformación, ya que no pueden soportar por más tiempo los agobios de una tecnología anticuada y de unos sistemas de gestión tan poco eficaces que hacen de la Educación una empresa ruinosa por su bajo rendimiento.

No obstante ser la más importante «empresa» de muchos países, la Educación es también la «empresa» con mayor inercia y con más acusado conservadurismo.

De la difundida preocupación por abrir los sistemas educativos a ese cambio que se juzga absolutamente necesario, han surgido multitud de fórmulas en los últimos tiempos. Valgan los ejemplos de «la ciudad educativas, «el mundo como maestro», «la sociedad estudiosas, «la Educación desescolarizada», «la economía de la cultura», "aprender a ser", "aprender: horizonte sin límites" o "la Educación encierra un tesoro", todas muy influidas por las ideas de la Educación permanente o de la Educación recurrente a lo largo de la vida.

Es notable a este respecto que las grandes ideas educativas surgidas a lo largo de la historia no hayan sido producto tanto de los profesionales de la pedagogía como de pensadores, hombres de fe u hombres de Estado, es decir, hombres con vocación de educadores abiertos a los temas más trascendentales y a las corrientes más amplias de la cultura y de la organización social. En sus obras pueden encontrarse, en esencia, muchas de las ideas que hoy aparecen como más originales y «modernas».

El progreso humano a lo largo de la historia es impresionante para cualquiera que se percate de los logros alcanzados por las más diversas civilizaciones y, desde luego, por la Occidental. Sin embargo, los desafíos a los que está expuesta la Humanidad, a causa del impacto de sus propias acciones y por la perversión del comportamiento de muchos, dan razones sobradas para sobrecogernos a veces y, en todo caso, para producir un gran desasosiego.

Ahora, de todos modos, las razones para la esperanza de un futuro mejor son abundantes ante el conocimiento disponible, siempre y cuando cooperemos todos para que fructifiquen. Para ello es preciso profundizar y extender el saber, además de vivir acordes con valores éticos y morales, comenzando por una auténtica solidaridad y tolerancia. Tal ha sido siempre la convicción profunda de los educadores y de cuantos han tratado y tratan de trabajar honestamente en favor de la paz y del bienestar de los pueblos.
Últimamente, lo que ha faltado, una y otra vez, ha sido una visión amplia, unos objetivos prioritarios bien definidos, realismo en las estrategias y tácticas para la ejecución de los planes, autonomía suficiente de los centros educativos para el logro de una calidad total, medios financieros y materiales adecuados, aprovechamiento sensato de las nuevas tecnologías disponibles, actitud positiva y responsable en favor de la creatividad y de la innovación. Tampoco han predominado el buen sentido necesario para adaptar todo ello a la respectiva identidad cultural y a las legítimas aspiraciones y modelo de convivencia y progreso de cada sociedad en el marco de una cooperación internacional activa y operante.

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