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Atril ciudadano

El buchómetro

Leo en información.com lo siguiente: “El pensador y escritor vasco Fernando Savater dijo hoy (8/02/2016) que lo ocurrido en Madrid con la compañía ‘”Títeres desde abajo”’ es un anticipo de lo que puede pasar en España con la cultura y la educación “el día que las cosas estén regidas por alguien parecido a Pablo Iglesias”.

Por otra parte, leo en el muro de Facebook de mi estimado Alberto González (el actor que encarna al “hombre del sombrero” en la película “La isla mínima”), a modo de respuesta a mi admirado Fernando Savater: “Si esto es verdad, qué mal envejecen algunos y van…

Imprecación laica: dioses, que no existís, no permitáis que este humilde mortal librepensador, tome camino hacia lo rígido, lo inflexible, lo dogmático, antes bien permitidle la flexibilidad del junco del río, que a la menor brisa, permite la inclinación y el movimiento, aun en su fijeza”. Me ha llamado la atención, en la contestación de Alberto, algunos de los calificativos y expresiones utilizadas en clave crítica hacia el pensador vasco, a saber: “rígido”, “inflexible”, “dogmático”, “junco del río”…
El caso es que creo tener una hipótesis explicativa de estos fenómenos de giro hacia posiciones conservadoras que pudiera explicar el porqué de estos sorprendentes posicionamientos en personalidades tan extraordinarias como la de Fernando o, por ejemplo, Felipe González. Verán ustedes: desde hace tiempo tengo la intuición de que el grado de conservadurismo de un individuo es directamente proporcional a su edad y a la curva de su panza, de su buche, de lo que se llama eufemísticamente “curva de la felicidad”. Por cierto, ya le encargué a un compañero de matemáticas que elaborase algún tipo de fórmula logarítmica para que, aplicada a un instrumento (que podríamos muy bien llamar “buchómetro”), pudiésemos determinar, en una escala, el grado de desviación de un fulano o fulana en el terreno de las ideologías políticas. Bien es verdad que va a resultar complicado elevarla a teoría por las excepciones a todas luces evidente: Aznar por ejemplo con sus años y su musculado vientre, resultado de varios miles de abdominales diarios. En este sentido el falangismo, nazismo y fascismo, con su culto griego al cuerpo, me despistan ciertamente. Bien considerado, también existen otras dignas excepciones.

Mi aparato-instrumento de medida podría consistir en una varilla de unos dos metros aproximadamente (metálica o no) modulada de manera que un metro sea recta y el otro semicircular. Así, aplicada verticalmente al vientre de alguien, y en función de su acoplamiento o no, marcaría un número según escala aún por definir. No sé si me estoy explicando. Así, si medimos el vientre de un tipo “Sancho” de cincuenta años nos dará una medida de conservadurismo bien distinta a si se lo medimos a un tipo de la misma edad pero tipo “Quijote”.

El fundamento teórico de mi idea reside en que un individuo de buche sumamente abultado prefiere que nada se mueva a su alrededor, que todo se “conserve” tal cual está, porque los cambios que pudieran producirse (pensemos en una revolución por ejemplo), le impedirían reaccionar en virtud de sus obvios límites motrices a la hora de dar una respuesta activa a favor de las supuestas agitaciones a su alrededor o, por el contrario, para atarse los cordones de los zapatos y salir corriendo. Es decir, sus limitaciones físicas tendrían una versión ideológica, una manera de ver la realidad. Y no quiero ni pensar si, además, sufre continuamente de acidez de estómago. No sé si me explico.

El caso es que, observando empíricamente la edad y el buche del citado Felipe González y sus últimas opiniones públicas por poner otro caso reciente, veo que se confirma mi planteamiento. Es lo que parece sucederle también a mi admirado Savater a propósito del elástico y delgado Pablo Iglesia y de los canijeras titiriteros que han provocado su reacción mental de origen más bien físico o fisiológico.

Para terminar, y en el terreno de las demostraciones empíricas, decir que mi buche de cincuenta y ocho años, cada vez que se abulta por sedentarismo o dejadez en el tiempo provoca en mí cierto amor por la monarquía y cierta compasión caritativa por nuestros “compatriotas” encarcelados por corrupción. Entonces, inmediatamente, me pongo a dieta y echo mano de mi bicicleta… Y vuelvo a pensar con cierta normalidad, si bien es verdad que me amenaza de manera permanente… Mi alma concupiscente no cesa a la hora de jugármela; Parménides y Platón siempre intentando golpear a Heráclito a lo largo de la historia del pensamiento occidental. ¡Ay!

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