En esta encrucijada es evidente que el sistema educativo y de aprendizaje de cada país debe depender esencialmente de la sociedad que los conciudadanos deseen para ellos mismos y para sus descendientes, sin olvidar la creciente globalización de la realidad supranacional que se va imponiendo.
Asimismo, la formación, el aprendizaje y el entrenamiento de los futuros docentes de esa educación permanente renovada deben tener muy en cuenta sus propios derechos y responsabilidades.
Los hombres y, sobre todo, los jóvenes quieren ser maestros y dueños de su destino. Por lo tanto, el futuro lo podemos y lo debemos tomar en nuestras propias manos desde nuestros derechos, empezando por asumir todos nuestros deberes. En este empeño necesitamos estar informados, disponer de conocimientos básicos interdisciplinarios y del conocimiento más avanzado en el campo de nuestra respectiva vocación y afanes concretos, siempre espoleados por el saber y la cultura universal.
El hombre moderno sabe que necesita esa elevada formación así como criterios para ejercitar coherentemente los valores que proclama. Para poder ser plenamente hombre y convivir en paz, libertad y progreso en el siglo XXI, necesitamos educación, es decir, aprendizaje, formación y profesionalización, además de adquirir hábitos y actitudes positivas. Y para que así sea, la sociedad en la que vivimos, empezando por la familia, las empresas, los gobiernos, las fundaciones, las instituciones culturales científicas y educativas, tienen que estar convencidas de que es necesario un esfuerzo colectivo para que cada cual y todos a la vez podamos hacer realidad este sueño, esta esperanza.
Sin embargo, sólo un debate abierto y continuo puede mover la voluntad política para lograr los recursos humanos y materiales, instaurar la sociedad del conocimiento y convertir en principal recurso del planeta los hombres y mujeres en los que se ha invertido para que se disponga de los mejores bienes del espíritu y para que puedan contribuir al progreso así como al bienestar general y personal.
De todo lo anterior se desprende la necesidad de una práctica educativa que ofrezca, a la vez, una visión e información global a todos los ciudadanos del mundo, junto con los conocimientos apropiados al correspondiente nivel de formación. Todo ello debe estar relacionado con los valores de la respectiva sociedad para contribuir a la convivencia social, así como la formación específica que permita a cada cual identificarse con la identidad cultural de su entorno.
Sin embargo, una visión e información global no se ofrece aún de forma generalizada e integral, ni siquiera en la educación superior donde empieza a introducirse tímidamente junto con programas de estudios interdisciplinarios y prospectivos. En la educación básica y secundaria es aún dramática la parcialidad de tales programas que, en cambio, se van prodigando en la educación no formal de adultos. Una contribución muy positiva a esta deseable atención futura son, por ahora, las enseñanzas transversales de ciertos aspectos prioritarios tales como el medio ambiente, la salud o la ética, enseñanzas que merecen un tratamiento horizontal sistémico a través de los planes y programas de estudio de cada nivel y modalidad educativos. La adecuada formación del profesorado para estos fines y la disponibilidad de libros de texto que integren tales enseñanzas globalizadoras son una ayuda decisiva para el éxito de tales programas.
Hay que reconocer, sin embargo, que el gran cambio de mentalidad que implican estas políticas y medios educativos sólo se logrará hacer realidad a lo largo de años, gracias a un creciente consenso que garantice la continuidad del proceso de innovación a través de la formación del profesorado, de los planes y programas de estudio, así como de las estructuras de gestión y de planificación del sistema educativo, evitando la tentación de frecuentes reformas globales.
En concreto, la formación para la convivencia es parte de esa deseable educación y aprendizaje a lo largo de toda la vida, a modo de educación permanente o continua. Esa tarea solamente puede llevarse a cabo con plena eficacia si el sistema educativo así como la educación no formal cuentan con el compromiso y el apoyo de la familia y de la comunidad respectiva en su concepto más amplio, además de la colaboración activa de otras instituciones preeminentes tales como la correspondientes comunidades espirituales y sus pastores, las empresas y sus órganos de gobierno, la administración pública y los políticos, los medios de comunicación y los periodistas, etc. En resumen: Educar para la convivencia democrática es responsabilidad y tarea de todos, porque requiere sustentarse sobre sólidas bases sociales y nutrirse en una profunda fundamentación moral, en vez de limitarse a un simple adiestramiento o a reflejos artificiales. De hecho, también resulta fundamental una participación responsable y progresiva de los propios discentes o educandos.
Más específicamente, la educación para la convivencia ha de tender a facilitar el desarrollo armónico personal y social apropiados al adquirir los conocimientos y hábitos para tratar de vivir dignamente en un contexto social grato, sin que surjan conflictos dentro del propio grupo humano ni con otras personas ajenas al mismo. En consecuencia, la convivencia ha de tener muy en cuenta las diferentes confesiones religiosas, las diversas expresiones lingüísticas, las ideologías políticas antagónicas, los diversos grupos étnicos o culturales, etc. Por otra parte, toda convivencia democrática sincera debe atender tanto el ámbito familiar, escolar y de la comunidad local, como el regional, nacional y el de la comunidad internacional, todo ello basado en el respeto a cada individuo y a la comunidad a fin de lograr el pleno desarrollo de la dimensión individual y social del educando.
Tal es el mejor modo de facilitar también el conocimiento de las libertades y de los derechos y deberes de la persona, junto al conocimiento de las estructuras sociales y políticas en las que se ha de desenvolver cada cual. Desde un punto de vista formativo, se trata igualmente de desarrollar actitudes de tolerancia y comprensión hacia los diversos grupos y manifestaciones sociales en conflicto. Así mismo, es esencial infundir hábitos de colaboración junto con un sentido de responsabilidad, de defensa de los principios que inspiran y sustentan a la comunidad respectiva, además de la actitud de cooperación activa y de mutua ayuda o solidaridad.