Francisco Benítez ha optado por desempolvar de sus baúles todos esos fósiles que ha reunido a lo largo de décadas, con el objetivo de compartir su apreciado patrimonio con los melillenses, residentes en la ciudad y visitantes.
De nuevo Francisco Benítez vuelve a adquirir protagonismo. En esta ocasión, por la cesión de una de sus posesiones más mimadas y queridas. Una colección de fósiles que ha ido atesorando con constancia y cariño desde hace más de cuatro décadas y que lucía con orgullo en el desaparecido y emblemático Restaurante Los Salazones, en el barrio Industrial. Un local en el que ha atesorado multitud de vivencias y también de objetos que dan muestra de una prolífica trayectoria profesional y además reconocida públicamente, ya que una vez cerrado el establecimiento, el presidente Imbroda puso su nombre a la calle donde se ubicaba. Un importante reconocimiento que muy pocos melillenses poseen. Y es que Los Salazones hizo una gran promoción indirecta de la ciudad, ya que numerosos visitantes asociaban, en cierta forma, a Melilla con el establecimiento comercial,
Ahora, el empresario ha optado por desempolvar y sacar a la luz todos esos fósiles que ha reunido y que proceden de localizaciones diversas, aunque mayoritariamente del Norte de África. El objetivo no es otro que compartir con los melillenses, residentes en la ciudad y visitantes, estos 80 restos fósiles, sobre todo de origen marino, que se encuentran en buen estado de conservación y que abarcan las tres eras geológicas, Paleozoico, Mesozoico y Cenozoico, con ejemplares que representan los fósiles-guías de muchos de los períodos que las componen. Llaman la atención los peces de grandes dimensiones y las placas de cefalópodos empotradas en las paredes por el número de ejemplares y su tamaño.
La intencionalidad de Paco Benítez con el museo, es compartir su patrimonio particular con todos aquellos interesados en la evolución de las primeras criaturas que poblaron la Tierra para despertar en el público la conciencia y sensibilidad por la protección y defensa del medio ambiente, como manifestación de respeto a la necesaria conciencia cívica y social de los ciudadanos y de su entorno.
Y es que el carácter inquieto y vital del conocido melillense le lleva continuamente a “maquinar” nuevas iniciativas y la forma de hacerlo es, soltando parte del lastre acumulado a lo largo de su vida, para el disfrute de todos. Ya donó el gran mural de contenido náutico del prestigioso pintor Fernando Meliveo, para su instalación en la vía publica, en concreto en la Plaza de los Pescadores, frente al Puerto. Asimismo, el pasado año mostró en una interesante exposición en el Real Club Marítimo de Melilla otra de sus colecciones. En este caso de fotografías sobre la historia del “deporte rey” en la ciudad, que también fue acumulando durante la etapa en que mantuvo una estrecha vinculación con el fútbol local, otra de sus pasiones, que le llevó a presidir el Industrial Melilla, el Melilla C.F y con posterioridad la U.D. Melilla. Un período que también plasmó en su libro “Historia y estadística del Fútbol en Melilla”, una obra que vino avalada por José Rodríguez Marín, melillense afincado en la Península y gran conocedor del panorama futbolístico, que contribuyó con su aporte literario y Francisco Benítez, con el documental.
El melillense, que acaba de lograr su intención de perpetuar en lo posible su colección de fósiles ya da vueltas a su próximo proyecto, un Museo del Vino al que contribuiría con numerosos caldos de su propiedad. A eso se llama seguir en la brecha.
Y si la jornada de ayer comenzó con un centro museístico de interés para la ciudad convertido en realidad, finalizó con un homenaje al doctor en Medicina granadino, Manuel Ruiz Morales, al que la Ciudad Autónoma, merecidamente impuso en un emotivo acto en el salón dorado del Palacio de la Asamblea, la distinción de Hijo Adoptivo de Melilla por su dilatada y más que reconocida trayectoria en pro de la formación continuada, a través de los Cursos Internacionales de Verano. Enhorabuena a ambos.
