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DIPUTADO POR MELILLA: La vuelta a la normalidad

Por Fernando Gutiérrez Díaz de Otazu

Hace casi dos años que empezó a sonar en nuestras vidas la promesa de una nueva normalidad, que nadie sabía muy bien qué era, pero era lo que se nos prometía. Parece que fue ayer, pero la promesa es del primer semestre de 2020, cuando pasamos la primera fase del confinamiento, la más leonina de todas, que nos tuvo dos meses encerrados en nuestras casas con muy pocas excepciones.

Desde aquel primer estado de alarma, que después hemos sabido que no se atenía a las formalidades de nuestra legislación, hemos sido sometidos muchas más veces al espejismo de la promesa de la superación definitiva de la pandemia del COVID-19. Hemos superado, incluso, un estado de alarma de 6 meses, que finalizó, como es sabido, el pasado 9 de mayo de 2021. Todo ello en el marco de grandes pronósticos triunfalistas del estilo de “salimos más fuertes”, acuñado en junio de 2020 por la fábrica de eslóganes en la que ha convertido el Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el círculo mas próximo de su estructura de ejercicio del Poder, el Gabinete de la Presidencia del Gobierno.

Son ya innumerables las promesas incumplidas, o los objetivos no alcanzados, si se prefiere ser más benévolo, por parte de este Gobierno, que rige los destinos de nuestro país. No incluir a Unidas Podemos en el Gobierno, no pactar “nada” con EH-Bildu, controlar a la baja el precio de la energía eléctrica, derogar (no actualizar, sino derogar) la reforma laboral del Gobierno del Partido Popular de 2012, a pesar de tener que agradecerle la minoración de los daños en la estructura laboral de nuestra nación como consecuencia de la pandemia y la desbocada política de gasto público de este Gobierno, sin que tenga un mínimo de vergüenza torera para reconocerlo. Y así, sucesivamente. Para colmo, su llamada “corrección” de la reforma laboral, de la que cabría esperar alguna mejora, pues toda norma es susceptible de ser mejorada en algún aspecto, se centra en reducir la flexibilidad en la contratación laboral, lo cual, no sólo no la mejora, sino que la empeora y los efectos de este empeoramiento no tardarán en ponerse de manifiesto en la forma de un incremento en las tasas de desempleo, al crear obstáculos a la contratación por la vía de la rigidez.

En fin, una nueva normalidad bastante poco satisfactoria y poco estimulante, a la que se unen perspectivas de inestabilidad bastante alarmantes, como consecuencia del mercadillo de negociación de prebendas para los nacionalismos radicales en que el Presidente Sánchez decidió convertir su acción de Gobierno.

Frente a esta nueva normalidad, tan frustrante, deberíamos ser capaces, entre todos, de promover una sencilla vuelta a la normalidad, la de siempre, no una nueva, ni revestida de aspectos irreconocibles. La vuelta a la normalidad de toda la vida. Aquella normalidad en la que los Gobiernos eran capaces de hacer una mínima autocrítica (ya que no aceptan ni asumen las críticas de los demás, empezando por las de la oposición) y enderezar el rumbo de una trayectoria, evidentemente nociva y alejada de los intereses generales de los españoles.

Es evidente que la huida del Presidente Sánchez hacia la extrema izquierda, configurando un gobierno de coalición con comunistas visionarios, que están provocando unos daños cada vez más notables al interés general de los españoles, al tiempo que nos aíslan del entorno global de toma de decisiones en los que nuestra nación había encontrado su espacio desde la transición hasta nuestros días, unido al sometimiento de la voluntad de la mayoría de los españoles al capricho de las demandas secesionistas, es un error de bulto, sin cuya reconsideración es difícil, si no imposible, volver a la senda de la normalidad en nuestra nación. Pero en este ejercicio de “sostenella y no enmendalla”, en el que se encuentra el Presidente del Gobierno, incapaz de asumir sus errores, poco cabe esperar de su disposición al arrepentimiento y la rectificación.

Por otra parte, ante esta perspectiva tan oscura, que mueve a la desesperanza, brotan por doquier corrientes de opinión que nos presagian el apocalipsis, el sometimiento a una nueva jerarquía mundial oculta tras los algoritmos de las redes, frente a la que no cabe más alternativa que la desobediencia y el descrédito de toda estructura institucional que, a lo largo de los siglos de construcción de nuestra realidad, nos hemos dado.

A mí me da la impresión de que en este mundo de información desmesurada (en cantidad y en calidad) en el que vivimos, tendemos a creer que todas las adversidades que experimentamos son absolutamente novedosas, olvidando que nuestro mundo y nuestras sociedades, en todos los niveles, han experimentado reveses y contrariedades muchísimo más graves que los que hoy vivimos y los que se nos vaticinan para el futuro a corto plazo.

Es bueno valorar, por otra parte, que nuestra realidad actual, desde el punto de vista global, es objetivamente mejor que la de hace cien años y la de entonces, mejor que la de hace doscientos. Y es que la cercanía a los hechos que se nos presentan como dañinos, que sin duda lo son, nos hace perder, en ocasiones, la perspectiva de que todo progreso tiene etapas de estancamiento e incluso de retroceso, como, sin duda, lo es la etapa en la que nos encontramos. Pero es preciso no perder de vista que el balance final, que depende de todos y cada uno de nosotros en las actuaciones de cada día, será positivo si a cada error contraponemos una medida correctora, que ha de comenzar, como decía, por adquirir conciencia del error cometido y asumir las actuaciones correctoras necesarias. En nuestras manos está.

En mi opinión, es mucho más sensato no precipitarse, abstraerse de la presión ejercida sobre nosotros por estas corrientes de opinión que se limitan a ser críticamente destructivas de lo que existe, pero sin ofrecer alternativa constructiva alguna. Busquemos esas alternativas constructivas y de esa manera, todos juntos, seremos capaces de recorrer el camino de vuelta a la normalidad. delay: 30m

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