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CARTA DEL EDITOR

Despejar incógnitas y no mezclar religión y política

Ilustración de la Carta del Editor del 11 de agosto de 1996

Mantuve hace veinticinco años y reafirmo ahora, “mi disgusto por los partidos de corte confesional, como es Coalición por Melilla, porque sus hechos cotidianos, sus declaraciones y las acciones de la mayoría de sus líderes son una continua mezcolanza de religión y política”. / Las lamentables decisiones de los delegados sanchistas (mas que socialistas) del Gobierno español (todavía). Una cosa es segura: la delegada del Gobierno en Melilla, con la que solo he cruzado exactamente dos palabras (“buenos días”) desde que fue nombrada, se debe de estar riendo mucho, como hace siempre. En una de mis Cartas del Editor, que ahora estoy releyendo y resumiendo para lo de mi libro de los treinta y seis últimos años de Melilla, escribí cómo de la palabra árabe “shay”, que significa “cosa”, transformada en “xay” en las obras científicas españolas, se quedó para siempre la “x” como símbolo universal de la incógnita. Fue el 22 de enero de 1996 cuando escribí aquello, que les gustará, supongo, a amigos como Abdelkader Mohamed Ali, siempre tan interesado, e informado, sobre la influencia musulmana en la cultura española y mundial.
Hay mucha “x”, muchas incógnitas, en la vida, en general, y en la vida politica -que hoy en España es un autentico disparate- en particular. Qué pasará con lo de los indultos a los golpistas catalanes condenados y en prisión,esa es hoy una de las incógnitas sin despejar. El Tribunal Supremo acaba de rechazar, tajante y claramente, los indultos que Sánchez pretende y cuya única conveniencia se reduce a la de un español, Pedro Sánchez, que necesita para mantenerse él en el poder el voto de los separatistas golpistas antiespañoles. “Ni justicia, ni equidad, ni arrepentimiento”, dice el alto Tribunal. Ni concordia alguna en perspectiva, más allá de la que Sánchez pueda encontrar consigo mismo y su sillón presidencial.
Sánchez -que cada vez tiene más complicado mantenerse en ese poder que tanto ansía, aunque no sea consciente todavía de la progresiva debilidad de su posición- tendría aún, suponiendo que fracasara en su intento de golpe de Estado a la democracia, el recurso de la medida de gracia, un recurso que habría de firmar el Rey, quien se tendría que tragar, de hacerlo, no un sapo, sino un rebaño de ese poco atractivo alimento. O puede intentar involucrar al Parlamento contra del poder judicial, rompiendo así la separación de poderes y el equilibrio resultante, que es la base de cualquier democracia y que sería, muy probablemente, el fin del ciclo Sánchez, el final del sanchismo, que es el final de la democracia en España, que camina ahora hacia esa Confederación de Repúblicas Socialcomunistas Separatistas, en las que Sánchez pretende convertir a la que fue gran España, previsiblemente muerta si sigue alimentando a los que la quieren, sin disimulo alguno, destruirla, no sin convertir antes a Colón en un catalán separatista más.
Un ejemplo más, en este caso en Melilla y Ceuta, del disparate sanchista en el que nos hallamos ha sido el de las decisiones de los delegados sanchistas (mas que socialistas) del Gobierno español (todavía), que primero alentaron contramanifestaciones en las dos ciudades a las mismas horas y días que Vox había pedido para manifestarse, y, a continuación, prohibieron las de Vox (su verdadero objetivo) argumentando que podían producirse desórdenes públicos al coincidir las de Vox y las de antiVox, que ellos, los sanchistas, prepararon. Es tan burdo el argumento y tan evidente la mentira que cualquiera, que no fuera sanchista, se avergonzaría de utilizar tal argumento, aunque se pueda creer -como yo creo- que la manifestación de Vox, con el tema de la frontera como fondo y en estos momentos, no era oportuna. Una cosa es segura: la delegada del Gobierno en Melilla, con la que solo he cruzado exactamente dos palabras (“buenos días”) desde que fue nombrada, se debe de estar riendo mucho, como hace siempre.

La confusión entre religión y politica
El 11 de agosto de 1996 -hace ya casi 25 años- escribí una Carta del Editor, con el nombre de “La confusión entre religión y política”. “Me parece -escribí ese día- que lo importante y lo positivo para Melilla es que su población tenga arraigo; que sea de aquí y que de aquí se sienta; que actúe como si se fuera a quedar aquí siempre. Tanto da que sean de piel clara u oscura; de una, otra o ninguna religión; procedentes de una u otra etnia. Pero, eso sí, lo importante es que no sean ni la religión, ni la etnia, ni el color de la piel, el nexo de unión entre ellos. Ni siquiera, y especialmente, el nexo de unión política”.
Añadí entonces: “Aquí no hay buenos por una parte y malos por otra. Aquí los buenos no son los ‘cristianos’ y los malos los ‘moros’. Aquí sigue habiendo mucha endogamia entre los políticos con poder, que son (eran) ‘cristianos’ mayoritariamente. Mucho mirarse el ombligo y demasiada poca preocupación sincera por los más necesitados… y así dejan el terreno abonado no solo a los que intentan luchar contra la marginación, sino también a aquellos que, mezclando religión y política y con actitudes prepotentes y antidemocráticas -especialmente contra la Prensa- utilizan métodos que repelen e incluso llegan a aterrar a muchos melillenses”
Por eso mantuve entonces, hace veinticinco años, y reafirmo ahora, “mi disgusto por los partidos de corte confesional, como es Coalición por Melilla, porque sus hechos cotidianos, sus declaraciones y las acciones de la mayoría de sus líderes -no me refiero a los militantes, ni a los simpatizantes- son una continua mezcolanza de religión y política”.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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