Carta del Editor

Del blanco al negro, de Nadal a la selección de fútbol, de Imbroda a los antisistemas

melillahoy.cibeles.net fotos 875 ilustracion peligra el oro hispano

La tristeza deportiva, profunda por inesperada (aunque temida) la ha ocasionado el debut de la selección española de fútbol. Se podía pensar que, como sucedió en el anterior campeonato del mundo que España terminó ganando, era posible una derrota inicial, pero lo que era inimaginable es ver/padecer tamaña impotencia, tan inmenso hundimiento de un equipo aparentemente formado por grandes jugadores dirigidos por un duque. ¿Se recuperará la selección española? Llueve y hace calor en Madrid, donde empiezo a escribir esta Carta. Hago una pausa en la lectura de un estremecedor libro de Fernando Aramburu, "Los peces de la amargura", sobre el que el siempre tan fino académico de la Lengua que es Arturo Pérez Reverte dice, en la contraportada del libro: "Créanme: no hay discurso de político ni información de prensa alguna que logre transmitir de forma tan contundente, estremecedora, el hecho de haber vivido y vivir la realidad vasca. La de verdad. La que nunca hay cojones para expresar en voz alta".
Aramburu, nacido en San Sebastián en 1959, escribió el libro en el año 2006 y va ya por la tercera edición este libro que es una crónica, carta o conjunto de relatos con el fondo de tantas víctimas del crimen basado en la excusa política y apoyado por la cobardía y la irracionalidad de una sociedad enferma, que da la razón, casi cien años después, a lo que escribió Ortega y Gasset en el más famoso de sus libros, "La España invertebrada", un estudio, un ensayo sobre "el estado de descomposición en el que ha caído nuestro pueblo", idea sobre la que Ortega profundiza en la segunda parte de su libro, con el título de "La ausencia de los mejores", en la que deduce que "la gran desdicha de nuestra Historia española ha sido la carencia de minorías egregias y el imperio imperturbado de las masas".
Si al acertado diagnóstico de Ortega añadimos el inexorable cumplimiento de la famosa ley de Murphy, que afirma que todo lo que es susceptible de empeorar tiene una tendencia irreparable a empeorar efectivamente, comprenderemos mejor lo que nos está pasando y el porqué nos está ocurriendo. Comprenderemos, en suma, que sin libertad no somos nada y que la libertad es individualismo (no masa) y derechos humanos (individuales, no colectivos). Y que no hay sociedad decente alguna, en este mundo imperfecto, sin que se cumplan esos dos requisitos: individualismo y derechos humanos.
Por eso me alegra leer que el ya muy próximo Felipe VI insta a las diferentes, numerosas, excesivas, Administraciones públicas españolas a "actuar en apoyo de la sociedad civil" y a frenar el éxodo, cada vez mayor, de talentos, sobre todo jóvenes, fuera de España, un drama para nuestro presente y, sobre todo, para nuestro futuro. Y aprovecho lo que dice nuestro próximo Rey para insistir en algo que debería ser obvio, pero que es, con frecuencia, por no decir siempre, olvidado en la práctica: que la Administración está al servicio de los ciudadanos, no al revés; que las leyes, los decretos y demás parafernalia legal están para ordenar y tratar de mejorar la vida de los ciudadanos, no para entorpecerla, amargarla o dificultarla. Y que cumplir con el verdadero deber social es la obligación de todo funcionario, no el ponerse de costado para intentar evitar posibles críticas, ni filtrar información pública (que es un delito) para, después, dejarse "asustar" por la utilización, asimismo ilegal, distorsionada y falseada, de esa información filtrada.
Es obligación moral y social de todo ciudadano, y muy especialmente de los que cobran del dinero que se extrae a los ciudadanos, luchar, no dejarse vencer ni acobardar por los liberticidas, alejar el influjo del miedo de su forma de actuar. Lo cómodo, con frecuencia, no es lo justo y, repito, la obligación de todo ciudadano es luchar contra la injusticia y a favor de los derechos humanos. Es la única manera de poder demostrar que incluso lo cómodo, lo fácil, si es injusto, se puede convertir en incómodo y difícil para el miedoso y acomodaticio.
Retomo esta Carta tras ver/padecer el debut de España en el campeonato mundial de fútbol de Brasil. Aunque es bien cierto que el deporte, como la vida misma, nos depara alegrías y tristezas.
La alegría, inmensa, nos la proporcionó a la gran mayoría de los españoles el inmenso Rafael Nadal el pasado domingo tras ganar a Djokovic en París y adjudicase su noveno Rolland Garros, una hazaña inigualada y, muy probablemente, inigualable. Rafa es un admirable ejemplo de dedicación, concentración, buenas maneras y capacidad única para superar todas las dificultades, empezando por los problemas físicos, inherentes a cualquier deportista de élite, que, según la mayoría de los expertos, iban a terminar con su carrera tenística muy pronto. Sus continuas y aparentemente casi milagrosas recuperaciones son, en realidad, el resultado de una voluntad de hierro, envuelta en un guante de seda, por cierto. Rafa merece todo el respeto y la admiración que mundialmente se le profesa y su imagen llorando, abrazado al trofeo de campeón del open francés mientras oía resonar el himno español, es otro ejemplo admirable más del mejor deportista español de todos los tiempos, un ejemplo aún más valioso para los españoles en estos tiempos convulsos de separatismos y antisistemas disparatados que están destrozando España.
La tristeza deportiva, profunda por inesperada (aunque temida) la ha ocasionado el debut de la selección española de fútbol. Se podía pensar que, como sucedió en el anterior campeonato del mundo que España terminó ganando, era posible una derrota inicial, pero lo que era inimaginable es ver/padecer tamaña impotencia, tan inmenso hundimiento de un equipo aparentemente formado por grandes jugadores dirigidos por un duque. ¿Se recuperará la selección española? Todo es posible, en teoría, y ojalá ocurra eso, pero me parece, me temo que tal cosa no va a ocurrir. Ojalá me equivoque.
Posdata. Noté muy triste el lunes a Juan José Imbroda en una reunión que mantuve con él. La pregunta que se hacía es si esto, tener que aguantar tanta suciedad, merece la pena. Mi respuesta es que sí, que merece la pena luchar por una Melilla, y una España, mejor. Y que él, como presidente de la Ciudad, ha cometido errores, sin duda, y ha tenido aciertos, pero que ahora que se ha puesto de moda entre algunos grupúsculos insultarle y difamarle (no criticarle) es el momento menos adecuado para abandonar su cargo, en el que se ha afirmado con claridad y firmeza y en el que ha tenido más aciertos que errores.

Loading

Más información

Scroll al inicio

¿Todavía no eres Premium?

Disfruta de todas
las ventajas de ser
Premium por 1€