Carta del Editor

De la unidad de España a la españolidad de Melilla

Algo parecido ocurre, por cierto, en el ámbito melillense: una oposición desnortada y con el terrible caso del juicio por los fraudes del voto por correo en lontananza, es la mayor garantía del mantenimiento en el poder local de aquel a quien quieren desalojar del poder, Juan José Imbroda. A Mariano le basta con mencionar la unidad de España. A Juan José con mentar la españolidad de Melilla. Guardiola siempre me ha parecido un estúpido engreído y un entrenador de fútbol más que sobrevalorado, además de un farsante que jugó durante muchos años en la selección nacional de un país, España, al que desprecia. El estúpido que se considera un genio -para cobrar desde luego lo es- dice que nuestro país, no el suyo -en cuanto que no lo siente como tal- es un "Estado autoritario" que "abusa". Guardiola, noticia el pasado domingo, es el antihéroe, el simplón, el destructivo banal. Nadal, noticia el mismo día por su extraordinario décimo título en Rolland Garros, por su naturalidad y por su contrastada españolidad, es todo lo contrario, es el héroe de la superación como inspiración.

Oigo, y me parece muy acertado, que para la destrucción de España no votamos una Constitución, que es la base de cualquier democracia. La Transición fue el paso de la dictadura a la democracia. Lo que está pasando ahora – con una izquierda comunista venezolana, unos populismos rourianos y un Gobierno mucho más pasivo que autoritario (como dice el farsante engreído)- es un paso de sentido contrario, un paso de la democracia a la dictadura, a las cadenas, a la cheka (según Wikipedia: instalaciones que durante la guerra civil española fueron utilizadas en la zona republicana al margen de las leyes para detener, interrogar, torturar, juzgar de forma sumarísima, incautar bienes y ejecutar a sospechosos políticos). Es, en resumen, una catástrofe.

Policía corrupto, juez corrupto, y así una y otra vez, han conseguido que la presunción de inocencia -la base sobre la que se sustenta la Justicia- se haya casi terminado en nuestro país. Ahora más bien todo el mundo es culpable de cualquier acusación promovida por cualquier imbécil resentido y envidioso, mientras el calumniado no demuestre lo contrario. Y más que en un Estado abusador, como dice el estúpido Guardiola (un ignorante sabelotodo), estamos ante un Estado asustado, ante una Administración pública, a todos los niveles, aterrada, que no se atreve a tomar decisiones importantes, unas decisiones necesarias -por las que cobran- pero que, naturalmente, implican un riesgo. Catástrofe, de nuevo.

Desorden empresarial, dependencia de lo público, intervención partidista en la economía empresarial, odios y revanchas. La suma de todos esos factores lleva inevitablemente a un resultado: el caos. El caos en el que, después de un larguísimo proceso de hibernación suicida, ahora se encuentra la economía de Melilla, con lo de las fronteras, el comercio atípico o fronterizo (como se prefiera llamarlo), la seguridad, las asociaciones fantasmas, etc., y con el agravante del Rif en llamas como fondo. Melilla está situada donde está. El Rif marroquí, para desarrollarse, para salir de la pobreza extrema y la ausencia de futuro, necesita una Melilla española y fuerte. Los que, por odios africanos (nunca mejor dicho) quieren romper Melilla, si no consiguen gobernarla ellos, son unos verdaderos suicidas y serán los primeros "muertos", en el sentido social y económico de la palabra. O empezamos a organizarnos y privatizarnos, o empezamos a utilizar instrumentos empresariales modernos (como SODEMEL, en vez de reuniones de plataformas heterogéneas recién creadas, partidistas a veces y peticiones individualizadas a la administración pública, o sea, lo de siempre, lo que nos ha llevado hasta la situación actual), o hacemos eso, canalizamos bien las justas ansias de la sociedad civil de ser oída y lo hacemos ya, o no habrá futuro para nuestra ciudad, ningún futuro, para nadie.

Nos pasará, y aún peor, lo que le ha ocurrido al Banco Popular, que de ser el sexto banco de España -que era mucho- ha llegado a no ser nada. Nada al menos para los más de 300.000 accionistas (entre ellos yo) que, confiados en los test europeos y la presunta vigilancia pública a la que se somete a los bancos, pusimos dinero en el Popular -como cortesía a una larga relación, en mi caso- y nos encontramos con una inexplicable e inexplicada catástrofe -para los pobres accionistas- que no creo que deba ni pueda quedar impune. Ahora el ministro de Guindos dice que el Popular era "un banco zombi". Poco tiempo atrás decía todo lo contrario. Tampoco debería quedar impune el ministro de Economía, como tal ministro, salvo que se produzca el más que improbable caso de que pagara, de su bolsillo, el dinero perdido por los más de 300.000 accionistas que, en muchos casos, han perdido casi todos los ahorros de sus vidas.
"Matoncillos vociferantes de facultad", "tarasca de la dictadura venezolana", así califican a "Pablenín y la Pablenina" tras el terrible fiasco de la moción de censura de Pablo Iglesias y sus secuaces (o secuazas) de esta semana pasada. Mariano Rajoy, que es un gran parlamentario, incluso extraordinario comparado con los Iglesias y compañía, lo tuvo muy fácil, la verdad. La tesis de que la garantía de continuidad de Rajoy en la presidencia es la existencia y mantenimiento televisivo de una oposición tan lamentable como la de Podemos, gana adeptos, tras la moción de censura que se convirtió realmente en una moción de apoyo al presidente del Gobierno y/o de censura a Iglesias. Algo parecido ocurre, por cierto, en el ámbito melillense: una oposición desnortada y con el terrible caso del juicio por los fraudes del voto por correo en lontananza, es la mayor garantía del mantenimiento en el poder local de aquel a quien quieren desalojar del poder, Juan José Imbroda. A Mariano le basta con mencionar la unidad de España. A Juan José con mentar la españolidad de Melilla.

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