Todo lo que sucede después de la muerte, en uno u otro sentido es lo que se denomina como escatología, doctrina con la que ningún teólogo se había enfrentado abiertamente, hasta la llegada de Joseph Ratzinger en 1950, y lo hace con una radicalidad en doble sentido, se sumerge en el problema hasta la raíz misma y lo hace con contundencia: “La escatología ha ocupado el último lugar en los tratados teológicos. Durante siglos ha estado durmiendo el sueño de los justos. Hace unos años Von Balthasar la calificó como frente meteorológico”. La alternativa a la propuesta de la resurrección es “la pura nada, la destrucción completa y para siempre de la persona”.
Con todo, observa Ratzinger, no hay una sola doctrina, sea del tipo que sea, que ofrezca de modo abierta esa “pura nada”, siempre se adereza con algo. Todo lo relacionado con la muerte se enmascara bajo diversas formas, desde el ocultamiento hasta la banalización, Porque es algo que no se atreve a afrontar claramente, “porque la muerte es una amenaza directa a la integridad de la persona”.
Cristo fue crucificado en el Gólgota junto a dos personas más, los evangelistas Mateo y Marcos dicen que ambos le increpan, incluida la gente que presenciaba la ejecución. Solo Lucas varía el relato y afirma que uno de ellos le dice: “acuérdate de mí cuando estés en el paraíso. Esto indica que su fama era ya notoria y que los aspectos más importantes de su novedosa predicación se habían extendido, como el de la resurrección, el de la vida más allá de la muerte. Para Ratzinger “la resurrección de Jesús es un hecho que experimentaron y transmitieron los testigos”.
La respuesta de Jesucristo es suficientemente conocida: “En verdad te digo, que esta noche estarás conmigo en el paraíso”. Hay una solución en tres direcciones en este pasaje; Cristo resucitó, según la creencia al tercer día. El buen ladrón todavía la espera y del otro no sabemos nada.
El final del tiempo fijado
Había abierto la puerta a la esperanza a los gentiles, tras una vida probablemente dura, la que debieron llevar sus compañeros de crucifixión, y una muerte espantosa. Si la vida concluye con la completa destrucción de la persona, entonces hay preguntas a las que no se puede encontrar sentido ni explicación. A lo largo de 2000 años, son muchas las formas que ha tomado la doctrina y la creencia de la resurrección, que algunos sitúan en el mismo momento de la muerte, sin embargo, Ratzinger trae a colación un texto de un rabino judío del siglo III que dice que Dios dijo a los israelitas: “Pues para el final he fijado un plazo concreto en el cual ha de llegar, hagan penitencia o no, el final del tiempo fijado”. Nada puede adelantarse, pese a que el propio Cristo y muchos de los cristianos del siglo I pensaron que la llegada del fin de los tiempos y del mundo era cosa de aquella generación. Incluso para el Hijo, eran desconocidos los tiempos del Padre. Muchos conceptos científicos han avanzado, y nuestro conocimiento del mundo y del Universo hacen inviables antiguas creencias y nociones., como la resurrección física de la corporeidad, descrita en la resurrección de Lázaro (mencionada en un anterior escrito) y que Lutero, citado por Ratzinger, calificaba como “porquería”.
La nueva oración
Cristo, el rabbí Jeshua, Jesucristo, propone una nueva oración, el Padre Nuestro, en el que según Ratzinger, se concentra toda la radicalidad y novedad del mensaje de Jesús, desde el mismo “venga a nosotros tu reino, petición que se fijaría en el hundimiento del mundo y la irrupción de lo que únicamente Dios puede hacer”, para añadir que “la última petición del Padre Nuestro sobrepasa a la segunda petición y a la primera, que es la que resume y culmina toda la oración, el
Muerte y resurrección, presentes a lo largo de todo el tiempo cuaresmal que se abre con el miércoles de Ceniza, supone la gran novedad de la propuesta de Jesús, en el análisis de Ratzinger: “la resurrección se sitúaa en el centro del Credo, ya no es uno de los muchos enunciados de la fe, sino que se identifica con el concepto de Dios. La fe en la resurrección se identifica con el concepto de Dios. Lo nuevo que Él ofrece no consiste tanto en ideas desconocidas sino en la plenitud del poder que caracteriza su misión, poder con el que separa el trigo de la paja”.
La característica esencial de Cristo es su atemporalidad, Él siempre habla en presente y por eso hace afirmaciones tan sorprendentes como “Antes de que existiera Abraham, yo soy”. Frente a la magnitud del acontecimiento que supone la muerte, solo queda la esperanza de la linealidad de la propuesta Cristo, que es Dios de vivos. Traspasada la frontera de la vida física, del final del tiempo, ya siempre será ahora, en una atemporalidad en la que solo hay presente, eso sí, como dice Ratzinger, los tres días que separaron su propia muerte de Cristo, de la resurrección, quieren indicar que hay un necesario tiempo de espera, antes de la llegada del reino de Dios. La gran advertencia de Ratzinger es: “La postura que escojamos frente a la muerte, determina también nuestra postura frente a la vida”.
PIE DE FOTO:
Cruz del Cementerio de la Purísima Concepción