No sé si alguna vez han oído el nombre del Cte. de Infantería, D. Eduardo López-Nuño. Bien, pues él va a ser el que se dirija hoy a ustedes, y dice así: “Queridos melillenses: Soy el Comandante Eduardo López-Nuño Moreno, y pertenezco al Bon. de Infantería, Cazadores de las Navas nº 10.
Les estoy escribiendo desde la fila 4 nº 16, en el Panteón de Héroes, de este bonito camposanto, que más bien es un silencioso jardín. Nací en Granada, hace 45 años; y desde el 28.08.1880, cuando contaba tan solo
16 años, ingresé como Cadete en el Ejército. El día 27.07.1909, en las lomas bajas del Monte Gurugú, caí muerto de varios disparos en la espalda. Algunos soldados creen que fue un francotirador el que acabó con mi vida. Tengo a mi lado a dos soldados que me dicen que así fue como ocurrió. Estos muchachos pertenecían a mi mismo batallón, y por los años que llevamos juntos, les he tomado un cariño muy especial, y más aún, porque será para toda la eternidad. Uno se llama: Camilo Jacinto Sánchez; nacido en Coria, un pueblecito de Cáceres, y tenía 21 años cuando los moros lo mataron en el Barranco del Lobo. El otro es:
Federico Jiménez, también con 21 años; pero dice que no se acuerda, ni del apellido de su madre, ni del pueblo donde nació. Yo le digo que no importa, ya que mientras que la pena la embargó durante toda su vida, enlutada, ella lloró siempre su muerte. Pero lo más curioso es que él no sabe que la que lo trajo a la vida, es la anciana que lo visita cada día; la que le habla, y le besa la herida de muerte que tiene en la frente, acariciándole la cara, de mirada a ninguna parte, embelesada, en su sonrisa de azúcar. Estos dos soldados fallecieron en el mismo lugar, y el mismo día que yo, como tantos compañeros que nos encontramos aquí. Debo decir que también se acerca a nuestra reunión un chavalillo, que dice llamarse: Juan López Jardín, de unos 14 años, que murió en un accidente en la construcción de una casa en la Calle Chacel, junto a tres personas más. Resulta que éste niño es el hijo del constructor que dirigía la obra; y la verdad es que me agrada mucho cuando, muy respetuoso, se acerca a nosotros, para oír, sin participar, en las charlas que mantenemos, haciéndome recordar la ilusión del hijo que no tuve con Teresa, mi esposa. Y como esto se ha alargado un poco, debo darles infinitas gracias por la lectura de esta humilde carta; y reciban un fuerte abrazo de todos nosotros, y muy en particular, del chavalillo Juaneles López, que con una sonrisa me lo está agradeciendo. Si cuando alguno de ustedes visita a algún familiar en este cementerio, acuérdense de rezar una pequeña oración por nuestras almas. Todos se lo agradeceremos. Un abrazo”.
El accidente que se refiere el Comandante López Nuño, ocurrió en la calle Chacel, en realidad fue en la actual Avenida, la que rotularon con el nombre de ese general.
Imagínense ustedes, los chorros de las fuentes, del Cementerio, donde se recoge el agua, para baldear las lápidas de nuestros muertos, enterrados en esos patios tan silenciosos, donde el sol de la mañana, presenta su hermoso y dorado rostro, a los héroes, extendiendo las auras de Favonio, que vienen sonrientes desde las vecinas rocas de los “Cortados”. Esas lápidas, aunque permanezcan calladas por los siglos, los nombres esculpidos, siempre lo dirán todo. También pienso que La Purísima, nuestro Cementerio, es la residencia fija de todos los Ángeles buenos, como lo fueron mis padres; que se encuentran junto a los héroes. Lo que ellos desearon siempre. Y para tener encendida la llama de mi perenne petición, repito que el Cementerio de La Purísima, debe denominarse: “CEMENTERIO NACIONAL DE HÉROES”.
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