Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Logo de Melilla hoy

Tribuna Pública

Carta abierta al presidente del Centro Hijos de Melilla

Estimado Don Feliciano Palomo:

Estoy convencido de que comparte conmigo la idea de que el papel de un entrenador de fútbol base es clave en el desarrollo de las habilidades de sus pupilos, tanto a nivel futbolístico como humano. Yo personalmente lo creo así y, además, lo he podido ver desde que mi hija juega en el equipo femenino de La Espiguera. He visto de manera continuada cómo su entrenador, Ramón, le enseñaba a ella y a sus compañeras no sólo sobre fútbol sino sobre todo acerca de valores relacionados con la capacidad de esfuerzo y superación, el compañerismo, la deportividad, etc.Así es y seguro que ambos pensamos que es como debería ser en todos los equipos del deporte base de nuestra ciudad.
Los niños entrenan para aprender y mejorar sus habilidades competitivas. Esto es cierto, pero el entrenador o entrenadora tiene, además, el encargo y la responsabilidad de que sus jugadores no pierdan la perspectiva de que el juego no es más que una competición local (para lo bueno y para lo malo). Más allá del propio carácter competitivo del juego, la competición es una oportunidad increíble que tienen los entrenadores para educar y enseñar a sus jugadores en un entorno lúdico tanto sobre fútbol como sobre valores que necesitarán usar a lo largo de sus vidas.

Hace algo más de un año (11/12/15) pudimos leer, por ejemplo, acerca de la actitud de un equipo, el CF Ayelo, cuyos entrenadores y jugadores,frente al CD Contestano, representaron de forma ejemplar los valores que el fútbol base debería representar.

Sin embargo, hoy domingo siete de mayo, he observado en las instalaciones de la Ciudad del Fútbol, en el partido entre el Centro Hijos de Melilla (CHM) y el equipo femenino de la Espiguera, conductas que representan todo lo contrario de lo anteriormente expuesto. Las niñas jugaron con una jugadora menos desde el principio, lo cual no fue óbice para que el entrenador del CHM decidiera presionar a todo el campo, incluso cuando la diferencia de goles en el marcador superaba los ocho tantos. No contento con ello, mandó subir a su portero a rematar y a jugar como un jugador más, dejando a todo su equipo en el la mitad del campo que defendían las chicas. Entiendo que esto se puede hacer pero, ¿es realmente necesario?
Si todo hubiese sido una actitud de máxima competitividad no me hubiese molestado en escribir esta carta. Puedo llegar a entenderlo aunque no lo apruebe. El motivo principal de mi carta es hacer público los comentarios machistas de los entrenadores durante todo el encuentro. Me refiero a las frases dichas a sus propios jugadores del tipo: "qué vergüenza que te regatee una niña", "no os da vergüenza que os marquen un gol las niñas", "hay que ver lo que te ha hecho una niña", etc. Cuando el árbitro pitó un penalti a favor del equipo femenino uno de los entrenadores del CHM gritó: "lo pita porque son niñas".

Hasta tal punto fueron hirientes los comentarios vertidos que otro padre al irse del partido al terminar, dijo: "lo único que les ha faltado decir era que el sitio de las niñas es la cocina".

Al terminar el partido, de manera sosegada y tranquila me he dirigido a uno de los entrenadores, que estaba al lado de un menor y le he dicho que quería hablar con él, diciéndole que si quería podíamos hablar a un lado. Ha rechazado la oferta y le he comentado que creía que su actitud durante el partido no había sido la correcta, así como que sus comentarios eran en su mayoría machistas. Ambos entrenadores, dado que el otro entrenador se ha unido a la conversación, no solo no han aceptado mi crítica sino que además ambos han tenido muy malos modos, comenzando el más joven primero a alzar la voy posteriormente a gritar: "no pongas una reclamación, pon cuatro. ¿Qué me va a pasar? ¿Voy a ir al talego?" (sic). Al ver que no se podía hablar con ninguno de ellos me he marchado, lo que no ha impedido que siguiera gritando mientras me marchaba. Quiero hacerle constar que jamás subí el tono de mi voz y que me dirigí de la forma más educada posible, haciendo de mi intervención una relación de sugerencias como crítica constructiva, más aún cuando había un menor delante, intentando que viera que los comentarios despectivos eran una forma de educar en valores contrarios a los deseables.

Cuando, además, le dije que no creía que hubiera sido correcto lo que había hecho, de ordenar presionar en todo el campo y hacer subir a su portero, me respondió que los niños son niños y tienen hambre de gol. Ahí comprendí que no tenía sentido seguir hablando y decidí marcharme. Era obvio que me encontraba ante alguien con un pensamiento rígido, sin capacidad de autocrítica y con claros indicios de poseer un pensamiento más propio de comienzos del siglo pasado que de éste.

Si no me hubiera indignado tanto lo que he visto hoy le aseguro que no le habría escrito esta carta. Se me ocurren mil cosas más divertidas, bonitas y entretenidas que hacer en el día de la madre que sentarme frente al ordenador.

Espero, y le pido, que pueda mantener una reunión con dichos entrenadores y les solicite una actitud más adecuada y acorde con los tiempos que vivimos. La coeducación es básica hoy.

Más allá de la mera versión de estos entrenadores, que con toda seguridad no aceptarán su responsabilidad, deseo que les invite a reflexionar acerca de por qué entrenan a niños y piensen en el papel tan fundamental que tienen en la educación indirecta de valores a través de sus propias actitudes tanto verbales como no verbales durante el juego.

Atentamente,
Rodolfo Ramos.

Loading

Más información

Scroll al inicio

¿Todavía no eres Premium?

Disfruta de todas
las ventajas de ser
Premium por 1€