Esta mañana, camino del morro de Levante, me encontré una fiesta republicana a la altura de El Peñón del Cuervo. Y me acordé de aquel acontecimiento del 8 de febrero de 1937 que tan hondamente marcó las vidas de mis padres y abuelos…, y la mía.
"Dolores, Dolores -decía mi abuelo materno a mi abuela-, coge rápido a los niños, cierra la puerta de la casa y vámonos para Almería, que vienen los moros cortando los pechos de las mujeres y los dedos para quitarles los anillos"… Y se incorporaron a la marcha de entre cien mil y ciento cincuenta mil personas que huían desesperadas hacia la todavía Almería republicana para salvar sus vidas amenazadas desde tierra, mar y aire por las tropas franquistas y sus aliados italianos y alemanes. Así, a la altura de Lagos, cerca de Nerja, El Canarias, El Baleares y El Cervera, barcos al servicio de los golpistas, comenzaron a bombardear a la población indefensa para cortar el paso de la carretera nacional 340. La aviación y las tropas de infantería hacían el resto. Murieron entre cinco mil y siete mil quinientas personas, según estimaciones de los estudiosos de aquel genocidio.
Dos recuerdos familiares especialmente impactantes: uno por parte de mi abuela paterna, quien con una hija enferma en brazos y varios de sus hijos agarrados a su delantal, pidió al conductor de un camión cargado de gente que se apiadara de ellos y los subiera, porque no podía más. Se negó y la maldición de ella: "Permítalo Dios y la Virgen del Carmen que te estrelles en el camino"…, al parecer, se cumplió… Pudieron contemplar, más adelante, el camión destrozado. Otro de los recuerdos que traumatizó a mi madre y que siempre nos contaba: una señora muerta, alcanzada por la metralla con su bebé de pecho, rodeada de tomates fuera de su canasto.
Luego vino el campo de concentración, la casa familiar paterna ocupada a la vuelta por otra familia de Melilla, las cartillas de racionamiento, la humillación, el dolor y la angustia de vivir bajo la bota militar de los vencedores.
Antonio Caparrós Vida