Yo tengo un amigo, que de vez en cuando, suele llamar a mi casa, sea la hora que sea. A él le importa poco si son las 8 de la mañana, las 4 de la tarde o las 10 de la noche. Pero lo más curioso, y desconsiderado por su parte, es que jamás me pregunta: “¿Qué tal, cómo estás?”.
Creo que su querida esposa e hija, (dos santas), ya lo han dejado por imposible, por lo pelma que es con todo el que lo escucha. A él le da lo mismo que no le hayas visto desde hace dos o tres días, o meses, o que te hayan operado de una fístula en el “anillo de cuero”, como la sufrió un amigo común. El primero que tiene que hablar es él, pero de sí mismo. Y así siempre; y si le comentas sobre algún libro que hayas leído recientemente, o de los borregos, tan de actualidad en Melilla, te suelta: “¡Ah! bueno, sí, vale, pero si llegas a verme el otro día en la ventanilla del banco lo que me ocurrió…”, y a continuación te suelta una absurda retahila que no viene al caso. Siempre le duele algo, y dice que no mea bien, y que su esposa no le comprende; lo que muy bien puede ser de sus imaginarios problemas. Es el clásico pelmazo que cuenta chistes malos e inapropiados en momentos inoportunos. Nació en una casa con resabios de palacio, pero con honores de un mesón de comidas “potajeras”. Tiene los ojos pardos, bajo unas cejas angulosas y revueltas, en las que cada pelo mira para el lado que ellos quieren, y la nariz de “experto oledor de comida”, es como el de una “cotorra monje”; o sea, que es feo de cojones. Se puede decir también que es un santurrón meapilas, de misa de 12. Va por la vida de beato candoroso, como el que ciñe en su barriga un cíngulo monacal, buscando su añorada gloria, sin encontrarla. Y si hablamos de política: ¡Madre mía!, sigue siendo un casposo desde que su santa madre, pobrecita ella, lo parió. Fíjense que una tarde me propuso rezar un rosario, con los 15 misterios, y además, por teléfono: Si señor, por teléfono. Como está muy puesto en el tema, me dijo que sería cortito, que los Gozosos, se rezan los lunes y sábados; los Dolorosos, martes y viernes; los Gloriosos, miercoles y domingos; los Luminosos, los jueves. Y al final el nº 15, con la Letanía de Virgen: “Señor ten piedad, Cristo ten piedad…”. Yo le advertí que como intentara hacerlo, le colgaría el teléfono, y me contestó que como su tarifa era plana, (como su cerebro), que no me preocupase, que solamente me limitara a contestar las segundas partes del Padrenuestro, y la Salve. A pesar de mis súplicas él, sin hacerme ni puñetero caso, comenzó las interminables letanías. Fue tremendo. Al día siguiente, para rematar la jugada, me llamó solamente, para relatarme los nombres de todos los papas, desde San Pedro, hasta el actual. Yo creo que lo estaba leyendo de un libro de historia. La verdad es que me encontraba muy avergonzado, hasta que le indiqué que no podía hacer eso: ¡Por el amor de Dios!, le dije. Muchas noches tengo que arrojar el yogourt con trocitos de fruta, a la basura, con lo que me gustan, y todo por este pelmazo. No me deja ver una película, que me agrada, en la tv. Mi esposa apenas ve su número en la pantallita del teléfono, se echa a temblar, aunque por educación, siempre lo descuelga. Y si es la hora de la siesta, que a mí, como a cualquier españolito, me encanta como decía Cela: “de cama, pijama y orinal”, radicalmente me jode la tarde. Así hemos decidido, que a las horas que suele dar el coñazo este pesado mascabrevas, desconectar el teléfono, para poder descansar, y los móviles dejarlos encendidos, operativos y “conticuere omnes”, o sea en silencio, solo para casos de urgencias, y llamadas de familiares. Solamente espero, si es que lee el presente artículo, que tome buena nota; y le aconsejo que cuando tenga deseos de rezar el rosario, entre en el Sagrado Corazón, se siente en un banco y se explaye con todo el martirologio romano, y nos deje en paz, tanto a mi esposa, como a un servidor.
