Se suele decir que los homenajes deben realizarse en vida, para que el destinatario pueda disfrutar de ese inolvidable momento. No podrá ser en el caso de Javier Imbroda y su más que merecida Medalla de Oro de Melilla, que viene, en cierta manera, a paliar otros momentos menos buenos que tuvo que sufrir en varios momentos de su vida a causa de un fango político con el que él no tuvo que ver y en los que se vio salpicado por su apellido
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