Cobardía

Aula de un colegio

En noviembre de 1960 una niña negra de seis años, Ruby Bridges, se matriculó en una escuela pública de Luisiana (Estados Unidos) que hasta entonces sólo admitía niños blancos. Tanto la pequeña como su familia fueron amenazados y los profesores del centro se negaron a darle clase, a pesar de que en 1954 el Tribunal Supremo había dictado sentencia contra cualquier discriminación por motivos raciales, El presidente Dwight Eisenhower ordenó que cuatro agentes del F.B.I. escoltaran a Ruby y una profesora blanca de Boston fue enviada a la escuela para dar clase a la niña, que estuvo sola en un aula durante todo el curso. 

   Tres años más tarde, en septiembre de 1962, la Universidad de Mississippi rechazó la matrícula del primer estudiante negro que intentó estudiar en el centro, James Meredith. El presidente John Kennedy intentó convencer al gobernador del Estado, Ross Barnett, para que fuera admitido, sin éxito. Su hermano Robert Kennedy, fiscal general (ministro de Justicia), envió entonces a 500 policías para garantizar el derecho de Meredith a cursar estudios en la Universidad. Fueron recibidos con hostilidad, hasta el punto de que el presidente movilizó a la Guardia Nacional (el Ejército de la metrópoli), que desplegó a 23.000 soldados. El joven negro pudo cursar estudios universitarios y seis años después, en 1968, culminó la carrera de Derecho en la prestigiosa Universidad de Columbia (Nueva York). 

   Sesenta años después, una escuela pública catalana, respaldada por la Generalidad, padres de alumnos y militantes separatistas, ha proscrito a un niño de seis años en Canet (Barcelona), cuya familia ha conseguido una sentencia favorable del Tribunal Supremo para que al menos una cuarta parte de las clases se impartan en español. 

   No hay nada nuevo bajo el sol, excepto en la respuesta de la autoridad nacional. Para empezar, surgen brotes de totalitarismo en muchos ámbitos, incluso en democracias. El fundamento puede ser de carácter racial, como en la Alemania nazi, los estados norteamericanos del Sur o el apartheid sudafricano; de odio ideológico, como en los sistemas comunistas; o de fundamentalismo religioso, como en ciertos países musulmanes y la India. También los hay de idioma, como en Bélgica. 

   En Cataluña el fundamento totalitario es el idioma, frente a la libertad proclamada en la Constitución. Las autoridades locales y los nacionalistas suelen afirmar que no hay problema con la inmersión obligatoria en catalán establecida en los años Noventa por Jordi Pujol, pero es una reiterada falsedad. Si en efecto no hubiera problema establecerían la libertad de elección y no lo hacen, en favor de la coerción, porque saben que muchísimas familias rechazarían la inmersión. Van en contra de lo que proclamaban hace 40 ó 50años, cuando denunciaban lo que llamaban diglosia, cuando un niño catalanoparlante era escolarizado en español. Ahora, cuando ocurre lo mismo, pero al revés, no hay diglosia que valga. 

   Existe en Cataluña, por tanto, un foco totalitario que sólo puede ser combatido y superado por la aplicación del Estado de Derecho. Lo fundamental, entonces, es que al contrario de lo que ocurría en Estados Unidos hace más de medio siglo, el Gobierno nacional renuncia a proteger el derecho de las personas. La conveniencia del Gobierno de Pedro Sánchez -mantenerse en el poder con el apoyo de los separatistas- está por encima del ejercicio de unos derechos reconocidos en las leyes y avalados por los tribunales. Sabíamos que el sanchismo es una combinación perversa de mentiras, sectarismo y mediocridad. Ahora sabemos que otro de sus componentes fundamentales es la cobardía. 

   Por lo demás hemos asistido esta semana a la mamarrachada anual de separatistas y ex terroristas contra la Constitución. Alguna vez, para variar, los informativos de las televisiones podrían llamar a las manifestaciones políticas por su nombre. Lo que rechaza esa tropa no es la Constitución de 1978, sino la democracia. La descalificación de la Carta Magna es el medio, pero el objetivo es el sistema democrático, en favor de chiringuitos autoritarios. También en esta cuestión el Gobierno Sánchez, con sus evidentes pulsiones autoritarias, prefiere mirar para otro lado. Los valores políticos y sociales más básicos están en retroceso. La coalición Frankenstein es lo que tiene. 

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Miguel Platón

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«Enshittification» y «Weaponification» en Melilla: Reflexión sobre los ataques a Guelaya-Ecologistas en Acción Ricardo Dominguez Llosa El pasado 19 de diciembre de 2024, Juan Carlos Montoya publicó un artículo titulado en Tribuna de opinion, en el que vertió duras críticas hacia la asociación Guelaya-Ecologistas en Acción, una ONG que lleva años trabajando de manera activa y comprometida en la defensa del medio ambiente en Melilla. Este tipo de ataques no solo desvirtúan el trabajo de una organización que ha demostrado con hechos su compromiso con la sostenibilidad y la justicia climática, sino que también representan un fenómeno más amplio y preocupante que podríamos calificar como «enshittification» y «weaponification» del discurso público. ¿Qué significa «Enshittification» y «Weaponification»? El término «enshittification» se utiliza para describir el proceso mediante el cual algo que inicialmente tiene un propósito positivo o constructivo se degrada hasta convertirse en un espacio o herramienta tóxica. Por otro lado, «weaponification» hace referencia a la instrumentalización de ciertos discursos o ideas para atacar, desacreditar o deslegitimar a individuos o colectivos. En este caso, ambos conceptos parecen aplicarse al contexto de las opiniones vertidas por Montoya, que no solo atacan sin fundamento a Guelaya, sino que también reflejan una tendencia preocupante hacia la polarización y la desinformación en temas tan cruciales como el cambio climático y la protección medioambiental. Guelaya-Ecologistas en Acción: Una labor encomiable Guelaya-Ecologistas en Acción lleva años trabajando en Melilla para promover la sostenibilidad, proteger la biodiversidad local y concienciar a la ciudadanía sobre la importancia de actuar frente a la crisis climática. Su labor incluye actividades de reforestación, limpieza de entornos naturales, campañas de sensibilización y propuestas de políticas públicas orientadas a la sostenibilidad. Estas acciones no solo benefician al medio ambiente, sino que también contribuyen al bienestar de la comunidad melillense. La ONG forma parte de una red nacional de Ecologistas en Acción, que se rige por principios de transparencia, participación y rigor científico. Sus informes anuales y actividades están respaldados por datos y análisis que buscan incidir en la toma de decisiones políticas y sociales. El ataque de Montoya: Una crítica sin fundamento En su artículo, Montoya recurre a un lenguaje incendiario y descalificativo, calificando a los miembros de Guelaya como «provincianos», «terraplanistas» y «negacionistas del cambio climático». Estas acusaciones no solo son infundadas, sino que también resultan irónicas, dado que Guelaya ha sido una de las voces más activas en Melilla en la lucha contra el cambio climático. Este tipo de críticas parecen más bien una estrategia para desviar la atención de los problemas reales que enfrenta la ciudad, como la falta de políticas públicas efectivas para abordar la crisis climática o la degradación de los espacios naturales. Al atacar a quienes trabajan por el bien común, Montoya no solo desacredita su propia posición, sino que también contribuye a perpetuar un clima de desinformación y hostilidad que dificulta el progreso colectivo. No matar al mensajero, pero sí escuchar el mensaje El título del artículo de Montoya, resulta paradójico, ya que su texto parece precisamente un intento de desacreditar al «mensajero» que trae un mensaje incómodo pero necesario: la urgencia de actuar frente a la crisis climática y la necesidad de proteger nuestro entorno natural. En lugar de atacar a quienes trabajan por el bien común, sería más constructivo abrir un diálogo basado en el respeto y la evidencia científica. La crisis climática es un problema global que requiere la colaboración de todos los sectores de la sociedad, y descalificar a quienes están en la primera línea de esta lucha solo nos aleja de posibles soluciones. Reflexión final El caso de las críticas de Montoya a Guelaya-Ecologistas en Acción es un ejemplo de cómo el discurso público puede ser utilizado de manera tóxica para atacar a quienes trabajan por el bien común. Sin embargo, también es una oportunidad para reflexionar sobre la importancia de defender a las organizaciones y personas que, con esfuerzo y dedicación, luchan por un futuro sostenible. Es fundamental que, como sociedad, aprendamos a distinguir entre las críticas constructivas y los ataques infundados, y que apoyemos a quienes, como Guelaya, dedican su tiempo y energía a proteger el planeta y garantizar un futuro mejor para todos. En un mundo donde el cambio climático es una realidad innegable, no podemos permitirnos el lujo de desviar la atención de los problemas reales con discursos vacíos y descalificaciones sin fundamento.

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