Por Encarna León
En estos días próximos a la celebración del Día de todos los Santos, 1 de noviembre, los ojos, los pasos, la memoria… vuelven atrás buscando encuentros cálidos de ese tiempo que fue de amor y compañía entre los que conformamos aquella maravillosa familia de la calle granadina, Santa Paula n.º 11 de los años cincuenta. La figura del padre, junto a la madre y los hermanos, se acrecienta y se hace presente en esta fecha. Con estos poemas, dedicados a mi padre, quiero hacer un homenaje a todos los padres que se fueron y habitan en el espacio, en ese cielo desde donde nos siguen protegiendo y orientando en este mundo tan complicado que nos ha tocado vivir en los últimos tiempos.
Los poemas forman parte de mi obra “La lluvia que me habita” (metáfora del llanto) que se editó en 2019 y no fue posible presentarla en Melilla en 2020 debido a la pandemia, que a partir de marzo impidió todo tipo de reuniones. Sí se presentó en Málaga, en enero (2020) y seguro que podré hacerlo en 2022 para los melillenses. La obra es un canto emocionado y lleno de ternura para todos los seres queridos que ya no nos acompañan. Lo pueden encontrar en las librerías de la ciudad.
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Añorando tus pasos
A mi padre
Ha pasado el tiempo y aún sigues en mí
con el pesado letargo de tu nombre.
Me entristece la ausencia; lejanía
silenciosa que se perdió por otras
latitudes del pasado lejano.
Vas y vienes con una constancia
de amor renacido,
creando la urdimbre que nos abraza
siempre a pesar de los años.
Cuánto aprendí de ti, de tus manos
seguras afincadas a todo lo que fuese
trabajo, compañía, silencio o ternura.
Las risas se encendían entre niños
perdidos y encontrados en retratos
ya viejos.
Te fuiste en un mayo no sé si luminoso,
necesario, candente o florido.
Todo se nubló entonces
entre mis pasos frágiles.
Es noviembre y el uno rememora
veinticuatro años de ausencia,
y no sé si llorar o pedirte
un espacio donde juntos podamos
recitar unos versos.
Encarna León
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La lluvia que me habita
A mi padre
Un día imaginé que estabas
en el cielo columpiando las nubes
con tus brazos de hombre.
Una fecha doliente me acercaba
a tu lado donde aún reposabas
en un sueño infinito.
Ahora es octubre de un año ya lejano
del mayo en que te fuiste,
y el otoño ha empezado doliente
a entrar por las viejas ventanas.
Arriba hay nubes más oscuras
que otras, presagian una lluvia
que calmará la sed de campos
muy diversos.
No me importa la lluvia
ni el silencio que habita
cubriendo mis espaldas.
Quiero saberte ahí, sentirte
entre las calles de esta ciudad
marina donde tú encontrabas
refugio y compañía y refrescabas
vida en tiempo de verano
en playas donde, ahora,
solo encuentro un naufragio
de pisadas antiguas.