Fernando Vega Gámez (Doctor en Economía)
Una de las noticias con más impacto de la semana pasada fue el fallecimiento de Jane Goodall, la increíble antropóloga que, no solo nos enseñó todo sobre los chimpancés, sino que fue inspiración para muchos en la búsqueda del equilibrio y el respeto de la sociedad moderna con la naturaleza.
Hace exactamente 10 años, en 2015, visité Ruanda con mi mujer. Viajamos para cumplir uno de sus sueños de juventud. Gloria había quedado fascinada con la película “Gorilas en la Niebla” en la que la actriz Sigourney Weaver interpretaba el papel de Dian Fossey, la mítica antropóloga y defensora de los gorilas de montaña. Tuvimos la suerte de conseguir dos de los contadísimos permisos para visitar la familia de gorilas que vive en las laderas del monte Sabynyo, en la frontera con el Congo, una de las más conocidas por la imponente presencia de su líder, Guhonda, que tiene exactamente un año menos que yo (en estos días habrá cumplido 54 años), y es uno de los míticos grupos que estudió Fossey. Recuerdo que, cuando comenzamos a subir por el monte el reducidísimo grupo de personas que allí estábamos con los guardas del parque, me sorprendió ver una tanqueta del ejército y una cuadrilla de soldados armados hasta los dientes que nos acompañaban. Pregunté instintivamente por el riesgo de ataque de los gorilas, a lo que me respondieron entre risas que las medidas de seguridad eran por las guerrillas que allí operaban, en algunas ocasiones incluso contra los visitantes del parque. No me dejó más tranquilo la respuesta y, a la vuelta al campamento, comencé a estudiar aquella geopolítica para entender dónde nos habíamos metido.
El M-23 es una guerrilla supuestamente apoyada por la propia Ruanda, un país más pequeño que Suiza, que lucha por el control de las minas de minerales contra el desordenado gobierno de la República Democrática del Congo, a pesar de ser un país de 100 millones de personas, y de extensión mayor que toda Europa Continental. El conflicto se debe fundamentalmente al coltán, esencialmente usado para la fabricación de componentes en la fabricación de teléfonos inteligentes, aunque Congo también tiene el 70% de las reservas mundiales de cobalto. Es de resaltar que China, como no, ha aumentado su influencia en la extracción de estos minerales en la zona, ante la preocupación de EEUU que ve amenazada la cadena de suministro en la fabricación de la totalidad de dispositivos de alta tecnología.
Para ser más precisos, el coltán es una mezcla de columbita y tantalita, y se usa principalmente para obtener tántalo (Ta), un metal estratégico, mediante un proceso de refinado. En un teléfono móvil puede haber varios gramos de tántalo y lo encontramos en la placa base, en el procesador, memoria y chips, y su utilidad reside en la estabilización de la corriente y en la gestión de la batería. Es un componente indispensable para esa industria y es de suponer que, dado su carácter estratégico, nuestra sociedad no está dispuesta a prescindir de su abastecimiento, con el coste que ello conlleve. Los principales fabricantes de teléfonos móviles del mundo aseguran a sus inversores y consumidores la pulcra procedencia de la totalidad de sus componentes a través de la certificación RMAP (Responsible Minerals Assurance Process), un sistema internacional creado por la Responsible Minerals Initiative (RMI) para auditar y verificar si las fundiciones y refinerías que procesan minerales cumplen con estándares de abastecimiento responsable, aunque sus proveedores declarados cuentan obviamente con aprovisionamientos centroafricanos.
Pero volviendo a Congo, que junto con Ruanda produjo en 2024 el 58% del suministro mundial de tántalo, hay que decir que antes de ser envidiado por sus minerales ya era una zona conflictiva. En 1885, en la Conferencia de Berlín en que las potencias europeas se repartieron las colonias, el rey Leopoldo II de Bélgica se adjudicó para su patrimonio personal la región del Congo para lucrarse con el comercio del caucho y del marfil, perpetrando el primer genocidio de la zona, retratado de manera cruda por Joseph Conrad en su gran obra “El Corazón de las Tinieblas”. El otro gran genocidio en la zona tuvo lugar en 1994, cuando el Gobierno hegemónico hutu de Ruanda asesinó aproximadamente al 70% de la población tutsi, es decir, casi un millón de personas. En mi visita por los poblados de la zona en ese viaje todavía era difícil encontrar una persona que no tuviera algún familiar asesinado, mutilado o violado durante aquel conflicto. Una herida difícil de cerrar.
Dicen los cinéfilos que uno de los mejores retratos de la parte más cruel de una guerra la realizó Francis Ford Coppola en su película “Apocalypse Now”. En ella, la cita más emblemática la pronuncia antes de morir en la selva camboyana el personaje del Coronel Kurtz, interpretado por Marlon Brando, “El horror … El horror”. Y no es casualidad que se llame igual que el protagonista de la citada obra de Conrad y que éste pronunciara la misma mítica frase antes de morir en el Río Congo. Todas las luchas por el aprovisionamiento de lo escaso han llevado al conflicto. Esperemos que la diplomacia en el desarrollo tecnológico nos lleve a un mundo mejor, y que el legado de Jane Goodall inspire a los políticos y empresarios de la nueva economía a encontrar el difícil equilibrio entre el desarrollo, la convivencia y la preservación de nuestro increíble planeta.