Carta del Editor. MH, 22/6/2025
Enrique Bohórquez López-Dóriga
El retablo de las corrupciones
Sí, el actual gobierno español se parece cada vez más a El retablo de las maravillas, el entremés de Cervantes, convertido ahora en el retablo de las corrupciones. En el retablo de Cervantes, unos pícaros (Chanfalla, el propietario del retablo, y su compañera Chirinos) entran en un pueblo pequeño con la idea de ofrecer una función insólita, porque realmente no hay función. En el retablo (teatro pequeño en el que los actores son marionetas) se verá/no se verá una historia con la particularidad -dicen los dos pícaros- de que no puede ser vista por hijos bastardos o por gente de sangre no pura, es decir, por aquel que no fuese cristiano viejo y tuviese ascendencia mora o judía. No hay historia, no hay representación, es solo una burda comedia para timar a los asistentes, conscientes los timadores de las cadenas que les imponen a los asistentes y sabiéndoles convencidos de la imposibilidad de romperlas. Los espectadores son conscientes de que les están tomando el pelo, pero no reaccionan.
El actual gobierno español se parece cada vez más a El retablo de las maravillas, el entremés de Cervantes, convertido ahora en el retablo de las corrupciones
Esa es la situación, el retablo de las corrupciones, de la España actual. Los políticos en el ejercicio del poder nos engañan, nos roban, se gastan nuestro dinero… pero no rompemos las cadenas y el timo continúa.
La historia de Melilla
Aburrido, asqueado de la actualidad política, vuelvo mi atención -siguiendo una sugerencia de mi amiga Esperanza Aguirre- a la historia de Melilla, con la intención de que, conociendo nuestro pasado, podamos actuar sobre el presente y tener algún futuro. “Los que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”, escribió el gran filósofo español George Santayana (Madrid, 1863), autor de “La vida de la razón” -una exquisita combinación de la aristocracia del Mediterráneo con el individualismo de Nueva Inglaterra- el “Escepticismo y fe animal” o su obra maestra, “La razón en la religión”.
Asqueado de la actualidad política, vuelvo mi atención a la historia de Melilla, con la intención de que, conociendo nuestro pasado, podamos actuar sobre el presente y tener algún futuro.
Recurro a un libro que me ha regalado el catedrático Ignacio Ruiz Rodríguez, “Curso de historia del derecho y de las instituciones españolas” y resumo: Rusadir en el siglo VI a.C. era una factoría de cartagineses y fenicios que, tras la hecatombe de Cartago, pasó a manos de Roma. Vespasiano la denominó Flavia y le concedió el estatus de colonia romana en el año 70. Más tarde fue cabecera de la región Oriental de la Mauritania Tingitana, hasta que en el año 439 desembarcaron los vándalos (en Ceuta y Melilla), huyendo de los visigodos, arrasándolo todo y destruyendo Melilla, que fue reedificada más tarde por visigodos y bizantinos.
Rusadir siguió siendo, durante el siglo VII, escenario de luchas entre pobladores e invasores árabes, defensa capitaneada por una mujer, Cahuna (La Hechicera), hasta que su población se sometió a sus invasores, en el año 696, y cambió de nombre: de Rusadir a Melilla, palabra quizás heredada de un prestigioso bereber llamado Melil, “que debió existir en realidad, puesto que en la cabila de Ulad Setut existe una tribu denominada los Ulad Melil, los hijos de Melil, en árabe”.
Los invasores árabes reedificaron y restauraron Melilla, que alcanzó un floreciente comercio hasta que en el año 859 los vikingos saquearon e incendiaron la ciudad, y así de mortecina quedó hasta que en 926, según los historiadores árabes, Melilla fue ocupada por las tropas del califa Abderramán III.
Melilla floreció en los siglos XIV y XV, hasta que la guerra entre los sultanes de Tiemencen y los de Fez forzó el abandono de los moradores de la ciudad. En octubre de 1493, finales del siglo XV, desembarcaron en Cazaza, a 18 kilómetro de Melilla, el rey Boabdil y su séquito, tras perder Granada, y en el año 1497 Melilla se incorporó definitivamente a España, tras tomar el Duque de Medina Sidonia la decisión de conquistar la ciudad para conseguir seguridad en el Mediterráneo, y encargarle la tarea a su comendador, Pedro de Estopiñán Virues, que cargó sus navíos, además de con 5.000 hombres de a pié, con gran cantidad de cal y de madera para reedificar la abandonada ciudad. El 17 de septiembre de 1497 el territorio de Melilla se incorporó definitivamente a la Corona de Castilla.
“Los que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”, escribió el gran filósofo español George Santayana
Un capitán, Gómez Suárez, fue el primer Alcalde de Melilla. Dedicó todos sus esfuerzos a perfeccionar su sistema defensivos y sus murallas. En 1556, a consecuencia de “los cuantiosos gastos que les ocasionaba la ‘guarda e proveimiento de Melilla’, los Duques de Medina Sidonia renunciaron la plaza a favor de la Corona y Felipe II designó como Alcalde a Alonso de Urrea, al que sucedió Pedro Venegas de Córdoba.
En 1672 subió al Trono de Marruecos el Sultán Muley Ismail Ben Cherif, que recrudeció las tradicionales hostilidades contra las plazas del litoral ocupadas por los europeos, Melilla incluida, a la que salvó, en 1687, el Tercio Viejo de la Armada Real. Los ataques de Muley, continuaron, hasta que en 1715 se apoderaron de los cuatro Fuertes melillenses, Santiago, Santo Tomás, San Lorenzo y San Francisco, pasando a cuchillo a sus defensores, pero en febrero de 1716 las fuerzas del sultán, desesperadas por no poder lograr su propósito, levantaron el sitio. El 30 de mayo de 1780 se firmó el tratado de paz con Marruecos, ratificado por el Sultán el 25 de diciembre de ese año.
Así llegamos, siguiendo el cauce del libro de Ignacio Ruiz, a la Melilla de los siglos XIX y XX, que comentaré en mi próxima Carta, para no hacer demasiado extensa esta. Lo último lo dedicaré a la MELILLA del siglo XXI, terminando con los últimos 40 años de la Historia de Melilla, los que resumí en mis tres libros de la historia local, desde abril de 1985 hasta finales de 2024.