La traición

TRAICIÓN

Por Manuel de la Rosa García,

Profesor de Educación Secundaria. Melilla

 

Que la traición es inherente a la vida y está arraigada a nuestra sociedad es un hecho. No por ello deja de ser grotesca. La vemos y experimentamos a diario aunque no la valoramos positivamente ni se castiga como debiera… o como nos gustaría.

Traicionar es romper un acuerdo. Dinamitar un compromiso construido y basado en la confianza, la fidelidad y la lealtad hacia una persona a la cual supuestamente querías. Traicionar es defraudar a alguien cercano por medio de maquinaciones y manipulaciones mostrando una inmensa ingratitud y falta de respeto. Se actúa a traición con engaños, con ese “yo nunca…” que, finalmente, se convierte en hacer justo lo contrario de lo que se espera y dar a la víctima la patada como a una lata vieja.

Todos hemos traicionado y sufrido traiciones: abandonos, vejaciones, robos, infidelidad en pareja, deslealtad en el trabajo, en la política… pero siempre hay nuevas formas de vender a alguien. Hablaré, por ejemplo, de la traición por capricho.

La traición por capricho es aquella que podría haber sido evitada ahorrando sufrimientos innecesarios pero que se comete igualmente porque el orgulloso u orgullosa infiel “puede y quiere” arrasando con todo. Un antojo muy caro para quien lo costea.

El traidor o la traidora es esa rata inmunda a la que canta Paquita la del Barrio recordándonos que no vive en la oscuridad. Como animal rastrero, el felón se gana el afecto y la confianza de la víctima para después aprovecharse (a veces durante años) de su buena voluntad e intenciones, de una personalidad con rasgos humanos de la que obtiene beneficios. Actúa de forma absolutamente ruin y deshonesta demostrando lo que es: una culebra ponzoñosa.

Esa escoria de la vida, en un acto desesperado por nadar y guardar la ropa, intenta justificar la injusticia que va a cometer, pide que se la entienda con pretextos o chantajes emocionales, busca la empatía en el traicionado y, en el colmo de la desfachatez, espera que este o esta bendiga y acepte de buen grado su vileza ya que ha racionalizado su comportamiento, ha construido sus pensamientos e ideas y se ha convencido de que lo que va a hacer es correcto. Se ha tomado su tiempo para crear el argumento perfecto pero en su egoísmo y deleznable mezquindad la rata de dos patas ha fallado, como Efialtes de Tesalia, al honor, al compañero, al hermano.

En su infinita soberbia, este ser infrahumano se da golpes de pecho arropado por el alto concepto que de sí mismo o misma tiene y, tal vez, en una posición social o económica solvente creyéndose inviolable y superior cuando, en realidad, no es, bajo ningún concepto, mejor que aquellos a los que cada día trata y juzga. No en vano llamamos psicópata a esta indigna figura. Carece de coherencia ética y moral.

En la obra La Divina Comedia, Judas Iscariote recibe el más insoportable de los castigos por su conspiración que, según el autor Dante Alighieri, es el peor pecado de todos porque incluye premeditación y alevosía. Colocado en el último nivel del infierno, Judas es eternamente roído, despedazado y devorado por Satán.

Le acompaña otro histórico espectro del infierno, el general norteamericano Benedict Arnold que fue repudiado por aquellos que le conocían. Como traidor demostrado ya nadie podría volver a confiar en él.

¿Son justas condenas? ¿Es suficiente castigo? Puede que en el pasado o en la mitología pero en el presente impúdico e impune que vivimos, parece que todo vale y nada tiene consecuencias. Sí, pero no.

Mencionaré también la traición por omisión o, aquella en la que los desleales guardan silencio, mirando hacia otro lado, escondidos como musgaños en su oscuro agujero, resguardados bajo su pretendida ejemplaridad o neutralidad pero definitivamente igual de cómplices y traidores (como Marco Junio Brutus, representante de la traición a la familia). Saben lo que ocurre, conocen el alcance del impacto y callan. Y los que callan, consienten. Otorgan.

Para la traición no hay límites e, indudablemente, ambos casos son ejemplo de una incuestionable falta de clase e integridad.

Las secuelas del acto llevado a cabo por estas alimañas en el damnificado o damnificada son emocionales, traumáticas y tienen nombre: trastorno de adaptación con estresor o estresora identificado. El perjudicado o perjudicada pierde autoestima y confianza y gana dolor, enojo, frustración, decepción, tristeza, una apabullante ansiedad, angustia y deterioro en la salud de quien, hasta ahora, consideraban de su círculo más estrecho. Como de la familia, vamos. Sin merecerlo. Pudiendo, repito una vez más, ser evitado.

Por todo esto, ¿le gusta al traidor o traidora lo que ve cuando se mira al espejo? ¿Vive con tranquilidad? ¿Duerme bien sabiendo que ha cambiado y perjudicado de manera drástica la vida de otras personas (muchas, directa o indirectamente)? Yo pienso que sí. Debería sentir un gran pesar, mucho miedo y aún más asco pero para eso hay que tener escrúpulo, conciencia y vergüenza. Y no se da el caso. Así también deberían tener cuidado y temerle aquellos que rodean a este patético y tóxico personaje porque, ¿quién les asegura que cualquiera de ellos no será el siguiente o la siguiente en ser sacrificado?

La distancia y el tiempo son siempre la solución más indicada. Cuanto más, mejor. Extirparlos de nuestras vidas como si de un tumor maligno se tratase. No hay más. No ameritan más.

En conclusión, las excusas, sean las que sean y a pesar de que estos tipejos de mala sombra pretendan hacerlas parecer lícitas, sabemos que son excusas y, al fin, la falta cometida seguirá siendo una sucia, miserable e imperdonable TRAICIÓN.

…maldita sanguijuela, maldita cucaracha, que infectas donde picas, que hieres y que matas…

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