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Montando el Belén

Tradición belenista de siglos en España

Por Maribel Pintos Mota

Una de las manifestaciones navideñas más típicamente latina es la de instalar el belén; montar una escenografía del nacimiento de Jesús mediante el concurso de figuritas de barro o de otros materiales, dispuestas en medio de un imaginario paisaje construido a base de arena, piedras, piezas de corcho, musgo, papel de plata arrugado, imitando el curso de un río, harina o algodón haciendo las veces de nieve, fondos de cartulina azul con minúsculos agujeros que dejan pasar destellos de una iluminación posterior con la intención de fingir un firmamento estrellado.
La escenificación del belén llegó por primera vez a España en el siglo XVIII cuando el rey Carlos III hizo traer esta tradición italiana desde Nápoles. A pesar de tan reciente incorporación a nuestras Navidades, un siglo después, sin embargo, los belenes ya habían arraigado con fuerza de costumbre por todo el país.
La tradición belenista, estrella indiscutible de la Navidad hasta mediados de este siglo se ha mantenido entre las familias católicas practicantes, en las instituciones eclesiales y en los actos festivos populares de la mayoría de nuestros pueblos y ciudades.

La iconografía que San Francisco de Asís convirtió en un belén
Las representaciones figurativas del nacimiento de Jesús arrancaron al mismo tiempo que la Iglesia Católica comenzó a hacerse con el control de la ortodoxia cristiana, tras el Concilio de Nicea (325). Así, por ejemplo, en un pedazo de sarcófago, datado en el año 343, ya encontramos representada la adoración de los pastores, el buey y el asno.
Y en otro fragmento de sarcófago, también del siglo IV, figura una escena de la Epifanía, con la Virgen, el Niño y los Reyes.
Esas primitivas representaciones del natalicio de Jesús, ya fueran esculpidas o pintadas, se basaron en la descripción de los acontecimientos de Belén tal como fueron relatados en los Evangelios de Mateo y Lucas,
Una curiosa característica de las pinturas naturalistas de la Navidad que fueron realizadas en el interior de diversas Iglesias a partir del siglo VI, es que en ellas la Virgen suele estar representada como una mujer que está descansando sobre una litera, después de haber parido con esfuerzo y dolor, teniendo a su lado a las dos parteras- que el texto apócrifo identificó con Zeloní y Salomé- lavando al niño recién nacido dentro de un barreño.
Desde el siglo XIV, sin embargo, las dos comadronas desaparecieron de la escena y la Virgen dejó de ser una mujer debilitada por el parto para ser representada como una noble matrona, arrodillada en actitud de adoración y servicio hacia su divino hijo.
Pero en cualquier caso, el mérito de los belenes debe atribuirse al pío San Francisco de Asís que, unos tres años antes de su fallecimiento, tras haber asistido a la celebración de la Navidad en la ciudad de Belén, regresó a su pueblo tan profundamente impresionado por lo que había visto allí, que quiso celebrar en Greccio una fiesta de Navidad, que fuera lo más solemne y brillante posible, a fin de exaltar la devoción popular hacia esa conmemoración.
Para realizar su propósito, Francisco de Asís solicitó autorización al papa Honorio III y una vez obtenida, hizo instalar un pesebre de paja dentro de una cueva, colocó en él una imagen de piedra del Niño Jesús y puso un buey y un asno vivos, junto al mismo.
Al oficiar en ese mismo lugar la misa de medianoche de Navidad del año 1223, San Francisco incitó a los congregados a rezar por el nacimiento del rey de los pobres y según una leyenda, la figura del niño Jesús que había en el pesebre cobró vida, un milagro que, naturalmente, sirvió para catapultar e impulsar la costumbre de poner el belén por estas fechas.
Santa Clara logró que en todos los conventos e iglesias de los franciscanos se comenzara a instalar un pesebre, muy a menudo mezclando imágenes de madera policromada, ataviadas con ropa verdadera, con actores humanos, durante la Navidad. De esta forma fue descartándose la iconografía fastuosa de la Navidad, propia de los pintores medievales para imponerse la visión rústica y sencilla del belén franciscano.
Hasta el siglo XVII, las figuras del pesebre solían ser de trapo, seda, algodón, madera o papel recortado; las elaborados con arcilla, yeso o porcelana no aparecieron hasta el siglo XVIII y se difundieron desde Nápoles.

El belén en España: el rey Carlos III
En la primera mitad del siglo XVIII, Carlos III, rey de España que también lo era de Nápoles, importó la tradición del Belén desde esa ciudad italiana. De la mano del monarca llegó a la capital española el llamado “Belén del Príncipe”, compuesto por San José, la Virgen María, el Niño Jesús, el buey y el asno que así se conserva en el Salón de Columnas del Palacio Real de Madrid.
Durante el último tercio del siglo XVIII en grandes ciudades como Barcelona, los belenes se convirtieron en exposiciones en templos, talleres y casas particulares.
En la España del siglo XIX, el belén fue extendiéndose por parroquias, instituciones públicas, escuelas, etc.
La tradición de montar el belén pervive actualmente en Italia, España, Austria, la antigua Checoslovaquia católica, toda Latinoamérica y Estados Unidos.

Bendición del Belén

Oremos:
“Señor mío, Padre nuestro, que tanto amaste al mundo, que nos entregaste a tu Hijo único, nacido de María, la Virgen, dígnate bendecir este nacimiento y a la comunidad cristiana que está aquí presente para que las imágenes de este Belén, ayuden a profundizar en la fe a los adultos y a los niños.
Te lo pedimos por Jesús, tu Hijo amado, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.”

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