Desde hace algún tiempo, y poco a poco, como hace apenas un susurro, apareció en nuestras vidas una pequeña joven, que nos incomodó, nos zarandeó, nos planteó retos en nuestro quehacer diario. Nos pidió, hace algún año ya, de la forma más silenciosa posible, sin molestar, conjugando la acción más sencilla que puede proponer una adolescente, se sentó en la puerta de su pequeño colegio sueco, y no una vez, sino que cada viernes por propia iniciativa, nos mostró en su pequeño cartel de cartón, solo una demanda, solo un compromiso, de una forma muy humana y completamente justa, pidió “solo” un futuro, pero no cualquier futuro , uno en el que su vida y la de millones de seres vivos no fueran amenazados por nuestra indolencia, donde la biota terrestre no desapareciera por nuestro conformismo, por nuestra intolerancia a ser “incomodados”. Evitar la extinción fue su mensaje, compartió con nosotros el pensamiento más básico que puede albergar cualquier tipo de vida, “no quiero desaparecer”, “no quiero entrar silenciosamente en la buena noche”, nos reclama sin cesar. Atravesando océanos durante semanas, perdiendo como ella dice, su infancia o reclamando a gritos que “nuestro mundo está en llamas”, nos muestra como solo una persona puede marcar la diferencia.
Greta reclama para sí y para el resto de generaciones que aún deberán poblar la Tierra, que asumamos una conciencia real, biológica, del rumbo que ha tomado el desarrollo de nuestras vidas, de nuestra relación con el medio natural, es cierto, que no fue la primera en su género, pero es la que con más peso mediático a irrumpido entre nosotros, no en vano el IPCC la avala en sus reclamaciones y propuestas. Ella propone un cambio que todavía algunos se cuestionan, sin duda alentados por intereses oscuros de toda índole, desde políticos mal encarados, hasta medios de comunicación comprados, pasando por grandes lobbies, a los que poco o nada le importa lo que ocurra en las próximas décadas, por desestimar cualquier tipo de acción que vaya contra sus intereses económicos, así estos gigantes económicos, que manejan los hilos de nuestras vidas, se creen ajenos a cualquier tipo de disrupción medio ambiental, y lo cierto es que el poder económico del que disfrutan, indudablemente permitirán, que las consecuencias de sus actos no les lleguen con la virulencia que sufriremos más de 95% de la población mundial, sin embargo esa pretendida burbuja, como todas, será temporal y tarde, más o menos en explotar, la realidad es la que sin ninguna duda, también la sufrirán, pues vivimos en un planeta finito y nuestras vidas son a sus ojos insignificantes.
La generación de los 90 también tuvo una Greta, se llamaba Severn Cullis-Suzuki donde ya en Rio de Janeiro, en Junio 1992, proclamaba a viva voz, con toda la sinceridad propia de una niña de 13 años, en un discurso desgarrador y emotivo, acciones que revirtieran el proceso industrial y humano que estaba arrancándoles la vida, a gran parte, de los que silenciosamente comparten el mundo con nosotros, el resto de especies vivas, esas que en perfecta simbiosis, convierten a nuestro planeta, a nuestro entorno, en un lugar sin igual, de todos los sistemas conocidos. El tiempo pasado ya, 27 años después de la “primera” Greta, nos han demostrado que como especie nos queda un largo recorrido en el entendimiento y el desarrollo de nuestra función en este mundo, de que el ser humano no es una isla, y que más allá, de entender nuestra propia naturaleza deberíamos de respetar la que nos rodea.
Greta o cualquier otra, podrá ser elegida Premio Nobel de la Paz, no es esa su meta, incluso canonizada por grupos ecologistas, tampoco es esa su intención, será desprestigiada, incluso odiada por otros, ha demostrado que poco le importa, lo que si desea con toda la capacidad de sacrificio que puede manifestar una adolescente de apenas 16 años, es que “NUESTRO MUNDO ESTÁ EN LLAMAS”.