En la dictadura, Manuel Azaña era el innombrable, la II República se encontraba algo lejana y oscura, la memoria una infranqueable barrera, y el olvido obligado por cojones, algo común en muchos españoles de aquéllos años grises. Un compañero de Correos, a punto de su jubilación, con el Diccionario Geográfico Postal (sic) de España, de 16.01.1942, en la mano, me comentaba que Numancia de la Sagra, no era el verdadero nombre que tenía ese pueblo toledano, sino que era: Azaña, así, a secas. El bueno de Gomila me dijo que el topónimo Azaña procedía del árabe “Al-sâniya”, que significa la aceña, la noria. Este nombre desapareció misteriosamente del Diccionario Geográfico de España, que dirigía, Rafael Sánchez Mazas entre 1956 y 1961. El misterio no era tal, ya que la villa de Azaña ha existido siempre, claro que sí, pero como en la Guerra Civil, al ser tomada por las tropas rebeldes franquistas, se le borró el nombre por coincidir con el de Manuel Azaña, Presidente de la II República, se le impuso el del regimiento que la ocupó, llamándose desde entonces Numancia de la Sagra. Numancia por el regimiento, y la Sagra por la comarca, donde está enclavado el pueblo -La Sagra Baja-. Y, en efecto, este es el nombre con el que figura en el diccionario ofrecido al dictador, por los editores, bajo los auspicios de la “sonrisa del régimen”, José Solís Ruiz. Sin duda, con esa maniobra tan delirante y ese odio al Presidente de la República, se le quiso borrar del mapa, solo porque coincidían los nombres. Y así tampoco figura en el Indice Toponímico del Atlas Nacional de España, publicado por el Instituto Geográfico y Catastral, de 1965. Ya hubo en 1980, un articulista que pedía que se le devuelva a la villa de Azaña su nombre, injustamente usurpado en la Guerra Civil, porque “A tal señor, tal honor”. En una exposición celebrada por el Cincuentenario de la muerte de Manuel Azaña, del Ministerio de Cultura, en noviembre de 1990, en un panel de dicha exposición aparecía una fotografía de Numancia de la Sagra, y un pie de foto que decía: “De la antigua Azaña procedían los antepasados de D. Manuel, que se trasladaron a Alcalá de Henares…”
En el Acta que se conserva en el Ayuntamiento de ese pueblo, acerca del cambio de nombre, de fecha 19 de octubre de 1936, se da cuenta de que el Comandante Militar del Regimiento Numancia, recibe de una comisión gestora, nombrada y presidida por él mismo, claro está, la solicitud al Jefe del Estado, de que en lo sucesivo la Villa lleve el nombre de Numancia de la Sagra. A pesar de que el Secretario encabeza el acta, como es costumbre: “En la villa de Azaña…”. Y se sella con un tampón que dice: “Alcaldía de Azaña”. Cerrándose el Acta con: “Numancia de la Sagra, a 19 de octubre de 1936”. Es decir, que la petición surte efectos inmediatos, sin esperar a que nadie de más arriba conteste nada. Así se escribe la historia. Así se apañó el arreglo jurídico del cambio de nombre de Azaña, con toda la poca vergüenza, sin el menor rubor, y el mínimo respeto. Pero como la Historia es tozuda, y la verdad, al final, siempre sale a la luz; muchos ancianos, en “sotto voce”, seguían llamando a su pueblo, Azaña. Dicen que durante muchos años en el Ayuntamiento había dos sellos, uno que rezaba “Ayuntamiento Constitucional de Azaña”, y otro que decía “Alcaldía de …….”, con la palabra Azaña borrada.
Este compañero, que por desgracia ya no se encuentra entre nosotros, como un triunfo me decía: “Fíjate chico, que la burocracia franquista, aún no ha puesto al día nuestro Diccionario Geográfico Postal de 1942, que cita el topónimo del pueblo toledano con el nombre del que fuera el político que trajo “la Niña Bonita”, -decía a la II República-, que tanta falta hacía en España”. Como anécdota cuentan que en muchas cárceles, donde se encontraban detenidos presos políticos, después de los preceptivos gritos de rigor: “Franco, Franco, Franco, ¡Viva España!”, los últimos de las filas, en vez de gritar: ¡Viva España!, decían: ¡Viva Azaña!.
Esto viene a colación a mi enésima reivindicación, para que retiren el nombre de Napoleón de una de las calles de nuestra ciudad, y así también aprovecho para saludar a mi amigo Paco, que hace unos días me recordaba, lo “mosca cojonera” que soy con este tema. Y le digo: Paco, tú sabes que eso no está nada bien, y que el político responsable de ese desaguisado debiera repararlo, y pedir disculpas a todos los melillenses.