El pasado 28 de julio un misil golpeaba para siempre la vida de Belal Aljaial mientras dormía en su habitación junto a sus dos hermanas, de tres y seis años de edad. Belal, con tan sólo cuatro años, no puede apoyarse sobre sus pequeñas y frágiles piernas, el cuerpo lo tiene lleno de heridas y en la cabeza una brecha que me transmite con una claridad manifiesta la violencia con la que le cayeron los escombros del edificio en el que vivía aquella fatídica noche. Entro en el hospital Al-Shifa de Gaza con la única intención de visitar a los niños heridos por esta cruel e inútil guerra. Quiero estar cerca de ellos, sólo cerca de ellos, el tiempo que pueda. En la tercera planta me dicen que se encuentra la zona de pediatría. Llena de niños, desde el pasillo del ascensor solo se les oye llorar. Se escucha el llanto amargo, el dolor que han sufrido y que están sufriendo estos días. Niños que no han conocido otra guerra que esta, niños que no entienden que pasaba aquí antes de su llegada al mundo. Niños a los que poco o nada les importa sí Moisés compró o dejó de comprar la tierra en la que viven sus padres y a los que tampoco les preocupa sí la ONU tomó esta o aquella decisión respecto a la repartición del terreno en el que vivieron sus antepasados. Niños. Niños con rostro asustado por lo que han visto pero con miradas llenas de paz y con la fortaleza que les da la infancia para salir adelante. Unos gritan y otros lloran. A todos se les escucha desde los pasillos. A todos menos a Belal. Él aún no lo sabe pero sus hermanas ya no están. Las dos perdieron la vida. Tampoco está ya su abuela. Su madre logró salir con vida y hoy está en otra planta del hospital a la que no puedo acceder. También lograron salvarse sus dos primos y sus tías. La madre del pequeño Belal, sin embargo, resultó gravemente herida. Quizás esta ausencia la note más a pesar del profundo cariño que recibe de sus tías, presentes en la habitación. ¿Quién no siente la ausencia de una madre? Cuando entro Belal sonríe y me mira con cariño, sus tías me dicen que seguramente me haya confundido con su padre, también a salvo de la desgracia familiar. Sus ojos no necesitan altavoz, su mirada me intenta transmitir lo ocurrido. Brilla y hace que la mía empiece también a brillar. Nos miramos. Le beso y sonríe. Le vuelvo a besar para que vuelva a sonreír y así en repetidas ocasiones durante el breve espacio de tiempo que hemos estado juntos. Su sonrisa vale más que el silencio y sus ganas de vivir más que todo el dolor que pueda sentir en su cuerpo, lleno de heridas. Belal lleva puesta una camiseta de la UNRAW que dice "Summer Games". Y pensar que los juegos de este verano, los de sus mayores, han acabado con la vida de sus hermanas y con la de su abuela… Antes de marcharme, que no me ha resultado fácil, le dejo un mensaje junto a su almohada y el boli con el que lo he escrito. Lo aprieta fuerte con su mano izquierda, no lo suelta. Es el regalo de un periodista que un día fue a visitarle y a darle su cariño. Ojalá Belal nunca más vuelva a pasar por esto, ni él ni sus futuros hijos. Nadie. Ojalá no crezca con deseos de vengar la muerte de sus hermanas, ojalá. Es con lo que soñamos él y yo aunque la fea realidad sólo nos pida guardar silencio.
1 El pequeño Belal retratado en la cama de un hospital por el reportero melillense
2 El periodista afincado desde hace varios años en Melilla está ayudando en Gaza
3 Fernando Gutiérrez lamenta que miles de niños en Gaza lo han perdido todo