El pasado 14 de abril, el grupo terrorista nigeriano Boko Haram secuestró a más de 200 niñas. Una que logró huir ha denunciado 15 violaciones en un solo día, y el líder de la secta islamista ha dicho que su intención es vender a sus rehenes como esclavas o como esposas. Casos anteriores sitúan el precio de venta en torno a 9 euros. Las niñas secuestradas en abril estudiaban en un internado. En febrero, en otro internado, 52 menores fueron masacrados por el mismo grupo. Boko Haram significa "la educación occidental es pecado", y es responsable de unas 3.000 asesinatos en los últimos años. El Gobierno de Nigeria no puede localizar a las rehenes y ha pedido ayuda internacional.
Europa necesita una política exterior común no sólo para defender sus intereses, sino también para ayudar a los países que luchan contra el terrorismo fundamentalista
Mientras tanto, en España, lo que abre los programas de televisión y radio (con honrosas excepciones como la de Carlos Alsina) son las estúpidas declaraciones de un cura de pueblo. Es muy probable que Nigeria no haya pedido ayuda a un pequeño país como el nuestro que cuenta con los medios justos para protegerse a sí mismo. En cambio, el Gobierno nigeriano podría haber acudido a las instituciones europeas si hubiera sabido a quién. Nadie puede desentenderse de algo así en el año 2014. Otra cosa es lo que se pueda hacer. Europa necesita una política exterior común no sólo para defender sus intereses, sino también para ayudar a los países que luchan contra el terrorismo fundamentalista. Un terrorismo que, además, no conoce fronteras.
Europa es un espacio de convivencia democrática. El terrorismo no le es desconocido. Tampoco el fanatismo religioso o nacionalista. Pero ha sabido dotarse de unas reglas y de unas instituciones que protegen a los individuos contra estos males. Por supuesto, Europa no está terminada, y los populismos amenazan ahora con abrir peligrosas grietas en lo construido. Sin embargo, es ya desde hace mucho tiempo un ejemplo para el mundo, y en especial para los países que luchan por salir de la oscuridad, de la pobreza y del terror. Sólo hace unas décadas que nuestro continente se destruía a sí mismo en dos guerras mundiales. Ahora, aquellos tiempos parecen una pesadilla que nunca ocurrió. La responsabilidad de Europa con el mundo es, por tanto, doble. Su poder económico es todavía muy superior al de los países emergentes. Su capacidad de influencia podría llegar a ser mayor que la de Estados Unidos si lograra actuar como una unidad. Si es capaz de dotarse de las instituciones adecuadas, será un agente decisivo en los conflictos mundiales y tendrá la capacidad de fomentar el avance de la democracia, la prosperidad y los derechos humanos. Por otra parte, su simple existencia da esperanza y un modelo a seguir a millones de personas. Debe estar a la altura de su propia ambición. ¿Está Europa preparada para los retos económicos, sociales, humanitarios y de seguridad del futuro? África no significa ya sólo crimen y pobreza. Es una tierra de oportunidades en la que se abre paso el deseo de libertad, crece la clase media y triunfan empresas tecnológicas. ¿Está Europa preparada para comerciar con economías emergentes como la de Kenia o iremos cada país por nuestra cuenta? ¿Podemos garantizar la estabilidad de estos países, evitar que el crecimiento se quede en manos de pocos con el siguiente riesgo de inestabilidad? ¿Está Europa preparada, en definitiva, para los retos económicos, sociales, humanitarios y de seguridad del futuro?
Si Europa funciona, si hemos llegado hasta aquí, no es sólo porque sea una idea atractiva y excitante, sino porque se ajusta a la realidad del mundo mejor que los pequeños países del pasado. La lógica de Europa no se detiene en Ceuta, sino que pide extenderse por el mundo. Un mundo cada vez más pequeño poblado por personas que comparten una misma naturaleza y a las que no podemos dar la espalda sin dárnosla a nosotros mismos.