En una ciudad donde el mar lo impregna todo, la festividad de la Virgen del Carmen trasciende lo religioso para convertirse en un poderoso símbolo de identidad. Cada 16 de julio, Melilla se detiene y se vuelca en cuerpo y espíritu a honrar a la patrona del mar. Lo vivido este miércoles es mucho más que una tradición, es una reafirmación.
La procesión marinera, con la Virgen navegando entre flores blancas y banderas, no es solo una estampa visual de incalculable belleza. Es la representación de una ciudad que recuerda su historia pesquera, que honra a sus mayores, y que mantiene viva una espiritualidad popular que no se oxida ni con el tiempo ni con las mareas. Cuando la imagen fue alzada al cielo entre gritos de “¡Viva!” y “¡Guapa!”, no se trataba de un ritual vacío: era un grito coral que tejía memoria y esperanza, fe y pertenencia.
Las escenas vividas en la playa de la Hípica/Cárabos, abarrotada por melillenses y visitantes, son imposibles de describir sin que se erice la piel. Familias enteras, turistas emocionados y embarcaciones acompañando la travesía dieron sentido a una de las fiestas más queridas de Melilla. Una ciudad que, aunque diversa, encuentra en momentos como este un lenguaje común: el de la emoción compartida.
Mención especial merece también el gesto en la Plaza del Callao, donde se entregó un ramo a la hija de Carmen Leal, en memoria de Francisco Gil Castro, quien en 1986 arriesgó su vida por salvar la de un joven. Este tipo de gestos convierten la procesión en algo más que una fiesta: la elevan a un acto de justicia histórica, de reconocimiento silencioso y sentido.
La Compañía de Mar, la unidad militar más antigua del Ejército español, escoltó a la Virgen con solemnidad. Y en paralelo, se celebró en la ULOG 24 una emotiva misa en su honor. No es casual que la devoción por la Virgen del Carmen sea tan fuerte entre quienes surcan las aguas o las defienden: ella es faro, es consuelo y es promesa de regreso.
Tampoco podemos olvidar la sensibilidad que mostró el Imserso, implicando a los usuarios del Centro de Día de Melilla en una jornada de recogimiento, flores y plegarias. Este tipo de iniciativas no solo fomentan el bienestar emocional de nuestros mayores, sino que los reintegran en la vida comunitaria activa, recordándonos que la devoción también es inclusión.
Y es que la Virgen del Carmen no distingue entre edades, barrios ni ocupaciones. Une a militares y civiles, jóvenes y ancianos, creyentes fervorosos y nostálgicos de una infancia marinera. Su imagen recorriendo el barrio de Corea o navegando entre las olas no es solo parte del calendario festivo, sino del alma misma de Melilla.
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Virgen del Carmen: fe, mar y memoria colectiva en Melilla
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