Hoy, domingo, estará Albert Rivera en Melilla, durante unas horas y para, supongo, liderar un "acto", como lo define su partido, en nuestra ciudad. Llega, lamentablemente, un poco tarde su atención hacia Melilla, porque si antes de las últimas elecciones locales hubiera estado aunque fuera sólo un poco atento a Melilla, si hubiera prestado sólo un poco de atención a nuestra ciudad, sólo un poco, su partido no estaría como está ahora aquí, sino que sería mucho más fuerte y hubiera podido tener una gran influencia, no como ahora, en la política local. Una influencia positiva, probablemente, pero eso hoy es indemostrable, gracias a la desconsideración y la escasez de estructuras humanas que demostró Ciudadanos en el caso de Melilla, deficiencias que culminaron en que su partido, en mayo, se quedó aquí prácticamente en la nada, impidiéndose, eso es lo importante, que el cambio profundo, que nuestra ciudad y en buena medida España entera necesitan para sobrevivir, se produjera al ritmo mínimamente deseable.
Oía el jueves en una emisora de radio a Albert Boadella y a Arcadi Espada comentar cómo había llegado Albert Rivera a la cabeza de Ciudadanos. Fue por casualidad, decían, porque nadie se propugnó para acceder al máximo cargo del partido y se decidió que lo fuera el primero de una lista, por orden alfabético, que resultó ser Albert Rivera, por su nombre no por su apellido, evidentemente. De ahí a mantener en Cataluña, contra viento y marea, contra amenazas e insultos, la postura de que Cataluña es España -algo muy elemental pero que el PP no supo, o, más bien, no quiso, hacer en Cataluña- el camino de Rivera, el que con sus indefiniciones le brindaron PP y PSOE en la política nacional, quedó abierto y él, a trancas y barrancas, con errores tan evidentes como lo que no hizo en Melilla, ha ido recorriendo ese camino, quitando votos a los desilusionados de uno (el PP) y otro (el PSOE) partido, hasta llegar a la posición de romper el bipartidismo y colocarse, según casi todas las encuestas, como el árbitro, en el peor de los casos para él, o el protagonista máximo, en el mejor de esos casos, de la política española. No ha hecho mucho hasta ahora, excepto el destacable hecho de ser valiente -algo muy raro en la política y hasta en la vida en general de la actual sociedad española- y decir con claridad , y a veces con brillantez, cosas sensatas. No ha creado, es evidente y además tampoco ha tenido mucho tiempo, una estructura sólida de partido en muchos lugares de España (como en Melilla) y ha tenido que nutrirse, en muchos casos, de personas de aluvión, pero supongo que irá limando las cosas y que, con las inmensas posibilidades que por deméritos ajenos y méritos propios se le han presentado, terminará por lograr un partido sólido que verdaderamente contribuya a cambiar esta España atascada, en riesgo de ruptura, con los valores desorientados, con una administración pública monstruosamente grande e impagable, sin metas claras y, como consecuencia, sin esperanza.
Al hablar de esperanza me ha venido a la mente el recuerdo de lo que un gran español, un orgullo y un lujo para nuestro país, como es el economista Daniel Lacalle, me dijo en el desayuno que tuvimos y disfrutamos con él el martes pasado, y lo que leí en sus libros. En uno de ellos, "Viaje a la libertad", Daniel propugnaba no perder la esperanza, a base de "poner las bases para crear un futuro en el que seamos los dueños de nuestro destino, una viaje a la libertad". En otro de sus libros, "Nosotros, los mercados", Daniel se lamentaba de que en España falta, y mucho, más cultura de trabajo, más meritocracia, más esfuerzo por atraer capitales y menos ataques a empresarios e inversores. Y, me dijo en el desayuno, sobra mucha envidia. Coincidimos, también, en que es imprescindible "desmontar las soluciones mágicas que nos proponen -tantos malos políticos, por ejemplo- para que entreguemos nuestra alma, nuestra libertad y nuestro bolsillo a cambio de una seguridad que (además) no recibiremos".
Jaime Mayor Oreja, aquél que tanto luchó contra ETA y contra el independentismo vasco, publicó hace unos pocos años un libro titulado "Esta gran nación". Esta gran nación es España y, coincido de nuevo con Daniel Lacalle, aún no debemos creer que hemos perdido la oportunidad de hacer de España un líder global, mundial, donde se creen los próximos Google, Amazon o Apple. No debemos perder la esperanza, es cierto y hay fundadas esperanzas para mantener esa esperanza, pero es necesario que cambie drásticamente la manera en la que estamos siendo gobernados, es preciso que iniciemos, despreciando a los liberticidas, nuestro viaje hacia la libertad.
Posdata: No favorece nada para poder viajar hacia la libertad que el terrorismo quede impune. No hemos insistido más últimamente sobre el terrorismo del que fui objeto porque, insisto, tenemos confianza en el trabajo que está llevando a cabo la Policía y esperamos tener pronto buenos resultados acerca de los autores y los instigadores. Sobre lo que no tenemos demasiada confianza es sobre las actitudes y las, como mínimo, extrañas decisiones de algún que otro miembro de la fiscalía melillense, un organismo que depende del Gobierno y al que parece preocuparle más el ejercicio de la libertad de prensa que el terrorismo callejero. Y, por cierto, tienen razón los que en este periódico denuncian que la inseguridad ciudadana está creciendo en Melilla: el aumento de los delitos, como se puede leer diariamente en nuestro periódico, es evidente.
FRASE:
“Hoy, domingo, estará Albert Rivera en Melilla, durante unas horas. Llega, lamentablemente, un poco tarde su atención hacia Melilla, porque si antes de las últimas elecciones locales hubiera estado aunque fuera sólo un poco atento a Melilla, su partido no estaría como está ahora aquí, sino que sería mucho más fuerte y hubiera podido tener una gran influencia, no como ahora, en la política local”
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Viaje hacia la libertad
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