Cuando me incorporaba en Málaga, procedente de Barcelona, un colega a punto de su jubilación me contaba, con su «miajita» de guasa, lo que le ocurrió a otro compañero, en los años 40. El cartero protagonista de las anécdotas tenía como misión el reparto en el Puerto. Y como cada cartero repartidor, -los hay de interior y ventanilla-, suele hacer al regreso de su tarea, éste se dispuso a informar, en el reverso de los objetos, lo que debía devolver a sus remitentes, o su entrega en «Lista»; y una de ellas, cuando pasó por las manos del «Sabio» o «Lector», que eran aquéllos carteros antiguos, de visera y manguito, que se conocían las calles, antiguas y modernas, como muchos nombres de personas y empresas, que existían en la ciudad, como la palma de su mano. Estos «Sabios», mientras la cartería permanecía en silencio, solían «cantar» nombres y direcciones desconocidas para la mayoría, siendo como filtros para evitar devoluciones indebidas. Uno de ellos descubrió una carta que éste compañero del Puerto, la tenía para devolver al remitente, y en la misma, respaldándola con el informe, su firma y fecha escribió: «El velero Azafranes no ha tenido entrada en éste Puerto». Resultando que la carta en cuestión, realmente iba dirigida a un señor que se apellidaba: «Melero», que por lo visto tenía alguna referencia con una pequeña empresa de especias y alimentación, para consignaciones de buques. Según decían los compañeros, en el anverso de la carta debió figurar: «… Melero (Azafranes), Puerto de Málaga».
La siguiente anécdota también tiene su gracia, pero al pobrecito, creo que no le sentó nada bien. Me contaba el colega que éste cartero, cada vez que tenía un objeto, para su entrega bajo firma, como era preceptivo, debía subir al barco atracado en uno de sus muelles, para así cumplimentar su trabajo. Esta vez, estando en el camarote donde se hallaba la persona destinataria del objeto, se encontró con un conocido, que por lo visto hacía tiempo no se veían, y como suele pasar siempre en éstos casos: «se le fue el santo al cielo», y cuando quiso acordar, y ya en la cubierta, dispuesto para bajar al muelle, lo único que vio, eran las lejanas playas de San Andrés y Misericordia, embarcado rumbo a Cádiz. Así que todo el correo que llevaba en su cartera reglamentaria A-1, o «suavizalomos», como llamábamos al zurrón de piel de vaca, junto con el dinero de los pagos de los giros, y cobros de reembolsos, tuvo que retrasarse dos días porque ya que su llegada a la «Tacita de Plata», fue vista y no vista, o sea: llegar, desembarcar y emprender viaje por carretera hacia Málaga, con el consiguiente informe y expediente disciplinario.
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Un cartero viajando a Cádiz
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