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Sobre España inacabada y no tener miedo

A propósito de Podemos, el diario La Razón publicaba en portada la semana pasada que "Sólo el 18,7% de los españoles quiere que Podemos llegue al Gobierno", portada que recibió una acertada respuesta de uno de sus principales colaboradores, Alfonso Ussía: "¿Sólo? Se me antoja que ese 18,7% son una barbaridad de españoles. Que en pleno siglo Veintiuno, un porcentaje tan alto de la ciudadanía muestre su confianza a Podemos me parece un desastre". Y añade Ussía, con su habitual tono irónico, que el "leninismo amable" (como los líderes de Podemos se autodefinen) es lo mismo que una "catástrofe encantadora" o el "terrorismo sonriente".

Albert Rivera es uno de los pocos políticos que, además de tener buena pinta, cae bien y parece una buena persona. También ocurre que ser político y español en estos tiempos y en Cataluña tiene bastante mérito, un mérito reconocido por la mayoría de los españoles que, parezca lo que parezca, siguen siendo más que los anti españoles, en España, aunque bien es cierto que, como acertadamente dice Albert Rivera, en nuestro país hay 47 millones de naciones en la concepción de cada uno de los españoles. Tan cierto como que, vuelvo a Rivera, "la gente quiere ser más ciudadana y menos súbdita".
Si eso, que es así, lo fuera también en la vida política y social española, movimientos como el de Podemos no tendrían ni la más mínima relevancia y, como decía José María Carrascal en su interesante libro "España inacabada", no sería cierto que "de momento, en España, lo que tenemos es una monarquía sin monárquicos, unas nacionalidades con ínfulas de naciones y una España sin apenas españoles" y los ciudadanos, que no súbditos, nos daríamos cuenta, y actuaríamos en consecuencia, de que "el sueño de todo auténtico nacionalista es crear una nación y, a ser posible, un Estado propio. Si no, no serían nacionalistas", amparados en que "todas las autonomías, ricas y pobres, creen dar más de lo que reciben. Un imposible matemático, pero una áspera realidad político-social". Y entonces, en una España en la que, a pesar de lo que dice (quejándose) Carrascal, hay muchos más españoles que nacionalistas, con los españoles actuando como ciudadanos, no como súbditos, no habríamos llegado a los niveles de descomposición a los que estamos llegando.
A propósito de Podemos, el diario La Razón publicaba en portada la semana pasada que "Sólo el 18,7% de los españoles quiere que Podemos llegue al Gobierno", portada que recibió una acertada respuesta de uno de sus principales colaboradores, Alfonso Ussía: "¿Sólo? Se me antoja que ese 18,7% son una barbaridad de españoles. Que en pleno siglo Veintiuno, un porcentaje tan alto de la ciudadanía muestre su confianza a Podemos me parece un desastre". Y añade Ussía, con su habitual tono irónico, que el "leninismo amable" (como los líderes de Podemos se autodefinen) es lo mismo que una "catástrofe encantadora" o el "terrorismo sonriente". Podemos, añade Ussía, quiere crear una nueva moneda en España, "quizá el rublo español, que se fabricará en Venezuela o Cuba", y se suprimirán los recortes, consecuencia lógica de la nueva situación, porque "no habrá nada para recortar". También "se abrirán las puertas de par en par en Ceuta y Melilla para acoger a todos los emigrantes, de los que se hará cargo la Sanidad pública y amable". Y se disolverán las Fuerzas Armadas, porque "un comunismo cariñoso no puede mostrarse ante el mundo como un sistema belicista. Ahí tenemos los ejemplos de Corea del Norte, Cuba y Venezuela". También "quedará terminantemente prohibida la propiedad privada…exceptuando las propiedades privadas de los dirigentes y militantes con carné de Podemos". Y, "por decreto, se establecerá en las competiciones deportivas un similar presupuesto en los diferentes clubes, para equilibrar el mercado. Además, el Real Madrid pasará a llamarse Partisano de Madrid, el Atlético el Locomotora de Madrid, el Betis el Estrella Roja de Sevilla, y el Villarreal el Villasocial. El Barcelona se llamará como quieran ellos porque lo primero que harán los de Podemos será conceder la independencia a quienes la soliciten. Los presidentes de los clubes serán comisarios políticos, pero se elegirán amables y sonrientes, para no defraudar los planes de Podemos".
En Melilla, si los melillenses fuéramos realmente más ciudadanos que súbditos, nos habríamos rebelado contra la mezcla de religión y política que cada día es más evidente y más preocupante en ciertas capas de nuestra sociedad. Y no toleraríamos, por ejemplo, que desde los altavoces de las mezquitas se siga atronando varias veces al día llamando a la oración (una práctica, la de orar, muy elogiable, pero que pertenece al ámbito de lo privado, no de lo público), contraviniendo las ordenanzas municipales y el sentido mismo de nuestra Constitución, que, a diferencia de prácticamente todos los países musulmanes, no contempla un Estado laico. Y seríamos más contundentes contra los que pretenden el imposible de que nuestras fronteras con Marruecos se abran poco menos que de par en par (acercarse a la valla ya es estar en Europa), lo que haría imposible la vida en Melilla, primero, y en Europa, más tarde. Y lucharíamos más contra los abusos de poder provenientes de la administración pública, tan extraordinariamente numerosa y con tantos tics provenientes de otras épocas ya pasadas, en nuestra ciudad. Y seríamos más activos contra los que, como decía el vicepresidente Miguel Marín, amparándose en perfiles anónimos en redes sociales, insultan, calumnian e incurren en el delito de imputación falsa de un delito (artículo 456 del Código Penal) hasta lograr que "paguen por ello".
Hay que tener menos miedo, en suma. Y si, por ejemplo, no se está de acuerdo con que en Melilla se organicen manifestaciones callejeras en favor, o en contra, de Gaza, hay que decirlo, sin temor. Porque lo que realmente hay que temer es que el relativamente débil y cambiante equilibrio étnico en el que se sustenta la vida diaria melillense se llegue a romper. Y se sabe cómo se empieza, pero no cómo se termina. Por cierto, releyendo el otro día algunos pasajes de las memorias de Golda Meir ("Mi vida"), me llamó la atención lo que, preguntada, como siempre, sobre la paz en Oriente Medio, respondió: "La paz llegará cuando los árabes amen a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros". Y añadió: "No me gustan las guerras ni cuando las ganamos". El personaje puede gustar más o menos, pero es evidente que su frase hace pensar, sobre la innegable base de que la vida, la sociedad, no es una historia de buenos absolutos y malos infinitos.

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