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Sin renunciar a la libertad de pensamiento

Veo una de las grandes películas de Spielberg, The Post, un momento crucial del célebre Washington Post, cuando su editora, Katherine Graham, magistralmente interpretada por Meryl Streep, decide publicar -jugándose todo y en contra de su Consejo de Administración y de sus propios abogados defensores- los Papeles del Pentágono sobre la guerra de Vietnam, en abierta oposición al Gobierno estadounidense, presidido entonces por Richard Nixon, que poco después perdería la presidencia, tras lo ocurrido en el hotel Watergate. Veo una de las grandes películas de Spielberg, The Post, un momento crucial del célebre Washington Post, cuando su editora, Katherine Graham, magistralmente interpretada por Meryl Streep, decide publicar -jugándose todo y en contra de su Consejo de Administración y de sus propios abogados defensores- los Papeles del Pentágono sobre la guerra de Vietnam, en abierta oposición al Gobierno estadounidense, presidido entonces por Richard Nixon, que poco después perdería la presidencia, tras lo ocurrido en el hotel Watergate. El fiscal general llevó a los tribunales al New York Times y al Washington Post, y el Gobierno los llevó hasta el Tribunal Supremo, seis de cuyos nueve jueces absolvieron a los dos periódicos, con una frase que centró su absolución: la prensa debe servir a los gobernados, no a los gobernantes.

José Antonio Jáuregui, empieza su libro “Aprender a pensar con libertad” recordando a la Escuela de Atenas, la de Platón, Aristóteles y Sócrates, “La Escuela del arte libre de razonar, de dudar, de interrogarse, de no tragar ningún dogma sin pasar por el tribunal de la razón y la conciencia individual, sin renunciar a la libertad de pensamiento. Éste es el mensaje que nos dejan en el testamento de sus escritos y de sus vidas Averroes y Tomás de Aquino, hijos legítimos de Sócrates y Aristóteles”.

Leo un artículo de Rafael Latorre en El Mundo. Habla de “la gratuidad de la performance”, de lo que cuesta subsidiar, mantener esta tiranía del “like”, del buenismo, que padecemos, y recuerda que “todos los deseos, por bondadosos que sean, tienen un precio”, a veces muy caro, como le ocurrió al ermitaño Acracio Pérez, en la novela de Wenceslao Fernández-Florez “La siete columnas”, tras pedirle al diablo que desterrase del mundo los siete pecados capitales -lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia- a lo que el maligno accede, con lo que se llega al desastre total, porque la vida pierde también su interés: sin avaricia nadie trabaja; sin lujuria los índices de natalidad se hunden; sin soberbia nadie lucha por mejorar; etc. Los siete pecados capitales resultan ser las columnas sobre las que se sustenta la sociedad, paradójicamente.

De los tres párrafos anteriores destacaría tres mensajes: La prensa debe servir a los gobernados, no a los gobernantes; hay que luchar por y para aprender a pensar en libertad; todos los deseos, por bondadosos que sean, tienen un precio.

Un ejemplo de que la prensa debe servir, y existe para eso, a los gobernados, no a los gobernantes lo tenemos en lo que hizo Katherine Graham en el Post o, con todos los respetos, lo que estamos haciendo en el MELILLA HOY desde hace 35 años.

Un ejemplo de falacia generalmente admitida y ampliamente difundida: la globalización de la economía. Lo cierto es que encontramos a “médicos sin fronteras” y a “capitalistas sin fronteras”, pero no hallamos “trabajadores sin fronteras”. No debemos confundir globalización del capital con globalización de la economía. Si queremos aprender a pensar, salir de la cárcel posmoderna de las falacias perniciosas, tan al uso, debemos descubrir esta gran tomadura de pelo, entre otras muchas, de la “globalización de la economía”. La reciente sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, afirmando que las devoluciones en caliente, en frontera, de los inmigrantes ilegales son legales -que tanto afecta a Melilla- es una demostración más de que no existen, porque no pueden existir ni el Estado del “bienestar” lo puede soportar, “trabajadores sin fronteras”. Solo se puede repartir lo que existe, aunque se pueda prometer lo que no existe, lo que nunca se podrá dar.

Así, prometiendo que se va a regalar lo que no existe, el totalitarismo avanza con cierta sutileza mediante el Estado de Bienestar. Su método: modelar primero las mentes, para finalmente implantar la represión totalitaria. Pero, todos los deseos, por bondadosos que sean, tienen un precio y el modelado de las mentes tiene límites. En la modelada mentalidad progresista-populista-comunista se espera siempre del otro, del o de los que manejan el gobierno, la solución a los problemas propios, bajo la lógica del recibir sin dar. Modeladas así las mentes, dependientes todos, “el pueblo” -como le llaman los totalitarios del tipo Pablo Iglesias- pasa a depender del Estado, del que lo dirige, que dice encarnar al “pueblo”, mientras que el que esté en contra de sus pretensiones estará siempre en contra del “pueblo” y del lado del “antipueblo” (la derecha, en la actual España) lo que significa que puede ser marginado o eliminado y que lo será, si se rinde.

Posdata
Dos políticos en Melilla acaban de demostrar el porqué, con sus propios actos, han ahondado y siguen ahondando el foso de sus profundos fracasos. Uno, el supergafe, mala persona y tonto inmensamente cursi que es Julio Liarte, que, insultando a los que odia -que son legión y entre los que yo me encuentro orgullosamente incluido- se autodefine con precisión e incluso se queda corto (es mucho más tonto y más malo de lo que cualquier ser humano normal se puede imaginar). El segundo, el político traidor primario, tosco, mala persona, mentiroso pertinaz que es Jesús Delgado Aboy, del que su partido, afortunadamente para ellos, se ha desembarazado, aunque los melillenses tardaremos en recuperar el puesto de diputado local que, amparado por su expartido, logró y del que tan absurdo y pernicioso uso -quizás como del dinero del Colegio de Médicos- ha hecho.

Enrique Bohórquez López-Dóriga

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Sin renunciar a la libertad de pensamiento

Enrique Bohórquez López-Dóriga

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