Hace muy pocos días, leía yo algo sobre lo conveniente y sano que es comer legumbres unas dos veces por semana, o incluso tres. ¿Y cómo no? Se me fue la mente y mis recuerdos a aquellos años de mi infancia melillense, a aquellas sabrosas lentejas que tanto mi madre, o incluso mejor, mi tía Ani sabían hacerla. Con su tocinito, morcilla, chorizo, una cabeza de ajo y algún que otro ingrediente más, pero como todos sabemos, había a quién les gustaba menos, aunque como casi no había otra cosa detrás pues había que comerlas. Quizás, no siempre, detrás nos ponían nuestras santas madres unos jurelitos o boquerones sueltos o en manojo, y de postre una buena naranja, pera o mandarina, los yogures casi ni los conocíamos.
Sobre todo, en aquellos años 50 o los años anteriores que yo no conocí, antes de condimentar las “dichosas lentejas”, recuerdo el ritual en la misma mesa de “caza y captura” expurgando aquellos cartuchos marrones de papel de estraza que contenían las lentejas para detectar unos bichitos “de crianza” color negro, nada apetitosos que muchas de aquellas lentejas contenían: ¡Antoñín! Ve al “moro” (con perdón, pero era así y no hay ningún ánimo de molestar a nadie, siempre he sido muy respetuoso con todos nuestros paisanos y amigos musulmanes) de la cuesta del rastro (creo que existían dos o tres tiendas de aquellas de ultramarinos y de vez en cuando cambiaba donde comprarlas), o bien las adquiría en la calle Margallo frente a Tejidos Valencia.
Lentejas, habichelas, potajes de garbanzos y acelgas y con un poco de suerte el domingo un excelente cocido. Mirad por donde, ahora, sí ahora, lo que era habitual en aquellos tiempos por necesidad y escasez de “fondo de hucha” es recomendado como muy sano por los expertos nutricionistas. También era muy recurrente sobre todo por la noche, una sopita de Avecrén o Gallina Blanca y unas patatas fritas y huevo, para mí siempre ha sido mi plato preferido. Patatitas largas, anchitas solas o con cebolla o cebolleta, una tortilla francesa o de patatas.
Uno que tiene ya sus nietos, y cuando no es uno es otro, resfriado va y resfriado viene, urgencias, venga medicinas y pérdida de clases o guardería. Que yo recuerde, y posiblemente fuese por ese recurso obligado de las legumbres, casi no faltábamos al colegio de Ataque Seco u otros, y eso que pasábamos mucho rato jugando en la calle y no tan abrigados como ahora. Si ocurría alguna vez, pocas medicinas. Más bien la medicina santa casera que nuestras madres heredaban de las suyas: cataplasmas en el pecho o garganta de algodón y un pañuelo con aceite caliente. Vapores con hojas de los eucaliptos cercanos y otros recursos caseros.
Eran tan socorridas aquellas lentejas y habichuelas, que las que sobraban ya que se hacía una buena olla, al día siguiente se les añadía arroz. A mí hasta me gustaban un poco más, con ese añadido, a las lentejas un poco de vinagre y a las habichuelas limón. Yo les troceaba un poco de cebolla.
Como no quiero extenderme mucho para no abusar de nuestro Diario decano y aprovechando que hablamos de comidas y cenas, pero qué poquísima vergüenza y de ser ruines y malas personas esos políticos catalanes del procés o no, como Torrent, Colau (ésta como los gallegos, ni se sabe cuándo va o viene) por creerse muy chulos y comprometidos con la “república catalana” y ese menosprecio al Jefe del Estado, al Rey. A la recepción oficial NO, pero a la cena NO FALTARON. Lo dicho, malos políticos y peores personas y lo dice alguien que no se siente monárquico precisamente, pero, en democracia hay una cosa que se llama respeto y sentido común.
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