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Pobre Melilla

Eduardo de Castro, que ahora está más que encantado de conocerse a sí mismo, tras el fallo monumental de sus personales decisiones a la hora de nombrar él mismo a varios de los miembros del Gobierno, incluyendo el asombroso hecho de nombrarse a sí mismo como responsable de Seguridad Ciudadana, hizo público anteayer su deseo de que los melillenses vean este nuevo Ejecutivo como “el Gobierno del cambio que quiere devolver la ilusión a los ciudadanos”.

Eduardo de Castro, que ahora está más que encantado de conocerse a sí mismo, tras el fallo monumental de sus personales decisiones a la hora de nombrar él mismo a varios de los miembros del Gobierno, incluyendo el asombroso hecho de nombrarse a sí mismo como responsable de Seguridad Ciudadana, hizo público anteayer su deseo de que los melillenses vean este nuevo Ejecutivo como “el Gobierno del cambio que quiere devolver la ilusión a los ciudadanos”.

Que Melilla necesitaba un cambio era un clamor ciudadano. Que algunos no quisieron o no pudieron actuar cambiando, fue una evidencia, que les costó perder la mayoría de la Asamblea de Melilla. Que había ilusión entre los ciudadanos en que se plasmara el cambio también es evidente. Pero la manera en la que empezó el ansiado “cambio” ya hizo sospechar que podíamos pasar de lo ya considerado como malo a lo peor, que el “cambio” podía consistir en más y lo peor de lo mismo. Que el cambio pasara por echar a Juan José Imbroda de la presidencia se puede admitir, pero que solo eso representara un cambio capaz de ilusionar a los melillenses es un imposible.

Para empezar, resultó una anomalía democrática que un político como Eduardo de Castro, que ya lleva muchos años en la política y que ha ido pasando de obtener malos resultados electorales a obtenerlos todavía peores, que un político que de nuevo y de cambio no tiene nada y que acababa de cosechar una catástrofe electoral, fuera elegido presidente de la Ciudad, tras poner como condición para aportar su único escaño el ser nombrado presidente. Pero, siendo optimistas, siempre cabía la esperanza de que el milagro, a pesar de la anomalía de la situación de partida, se produjera.

Los hechos pronto empezaron a demostrar que los milagros casi nunca se producen. El único cambio que empezó a verse es que un político conocido, Imbroda, fue sustituido por otro, también conocido y ahora encantado de haberse conocido, De Castro, en la inauguración y presidencia de todos los actos públicos, rodeado de sus escoltas, y que una Administración local lenta y con defectos fue sustituida por la nada, a efectos prácticos. Y después, tras un largo periodo de la nada e innumerables peleas entre los miembros elegidos de la Asamblea que aspiran a gobernar, una tardía presentación ayer de los miembros elegidos que, en el caso de alguno de los nombrados por De Castro, son una barbaridad, una vuelta al pasado, a lo peor de lo pasado, a lo incapaz de generar el más mínimo atisbo de cambio, porque el que ha fracasado en todo y en todos los partidos políticos en los que ha militado, que han sido muchos, quien ha sido incapaz de despertar ni un ápice de ilusión a lo largo de muchos años, no va a despertar, no la despierta ya, la más mínima ilusión ahora.

Advertimos antes del 26 de mayo, y lo repetimos después de las elecciones, que el cambio es un cambio, no más de lo mismo ni sustituir lo malo conocido por lo peor de lo también conocido, como sucedió ayer. Pero la prepotencia y el desprecio a la prensa son habituales entre los malos políticos que se hacen con el poder, aunque el ejercicio de tal poder pueda ser efímero, lo que actuando como lo está haciendo Castro, será.

Es humano equivocarse y todo error puede ser corregido, pero es un sarcasmo que, tras lo que acaba de hacer con sus personales nombramientos Eduardo de Castro, ahora Sr. presidente, hable de “devolver la ilusión a los ciudadanos”. Seguimos esperando el cambio y, como hemos hecho a lo largo de la ya larga vida de nuestro periódico, seguiremos luchando contra los políticos prepotentes y chulescos como ha demostrado ser, en todos los muchos partidos políticos en los que ha intervenido y fracasado, ese eterno odiador gafe que es Julio Liarte, cuyo nombramiento como consejero no solo es una chulería, sino una afrenta a la mayoría de los melillenses y una garantía de fracaso. Sr. Castro: no se puede empezar peor un gobierno tan débil e inestable. Pobre Melilla.

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