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Moll de Alba: La muerte en un abrazo (VII)

… Con fuerzas de la Policía Indígena asiste a la ocupación y fortificación de los blocaos de Mehosen y Bu Handul. Pasa o Regulares y toma parte el combate de Uad Lau, en que se le citó como distinguido No hay combate de importancia en donde el teniente Rodríguez Bescansa no esté presente: Casa Hamido, en Beni Arós, Magán, Mura Tahar, entre otros muchos, señalan las huellas de su paso. Con la columna Marzo es citado nuevamente como distinguido en Selalen y Zoco del Jemís. Actúa en Tazarut, la residencio del Raisuni, y en Zoco Telata.
Con la columna Saliquet, en Das el Assef, y no quiere retirarse del combate después de resultar herido. Actuó ahora en una columna volante y con ella acude o todos los sitios que necesitan auxilio.

No hay posición ni blocao a los que no llegue su compañía, siempre en vanguardia. Asciende o capitán en 1922 y pertenece al tabor del comandante don Juan Yagüe. Hace el curso de carros de combate. Más tarde interviene con la harca de Muñoz Grandes en numerosas acciones y resulta herido en Zoco el Sebt, negándose o ser evacuado por segundo vez. Con la columna del coronel Orgaz lucha en Buharrás y en Beni Hozmar y es públicamente felicitado por el mando. En el bosque de Sidi Dauetz, con su valor escribe una página legendaria. Durante 1925 realiza increíbles proezas: ocupa poblados enemigos, reprime y castiga agresiones, contesta a las emboscadas del enemigo con emboscadas que terminan en victoria. Se convierte en el terror de las harcas enemigas. Solicita realizar las prácticas de Aeronáutica, pero no puede realizarlas porque el combate le retiene y le reclama. Pide que se le aplacen hasta después del desembarco de Alhucemas, en el que interviene con la harca de Muñoz Grandes.

El fue el primer español que pisó tierra en la operación de desembarco. El fue el primero que clavó una bandera de España en la nueva tierra conquistada. El 22 de septiembre escribe otra página gloriosa en Malmusi, y allí resulta herido definitivamente. Su vida, su valor, no caben en un simple bosquejo biográfico. Pocos héroes hay tan definidos y con tan señalada estrella.
La Patria le premió con dos Laureados, pero el premio mayor se lo concedió la Historia, que lo hizo legendario e inmortal.

Concesión de la Laureada al capitán Rodríguez Bescansa

Decidida por el Alto Mando una operación que había de realizar el general Saro con su columna, y dispuesta por éste la concurrencia de todos sus elementos, entre ellos y en primer término las harcas, del capitán don Miguel Rodríguez Bescansa, que se hallaba con la suya en Tu-Tamed, recibió orden de salir para Malalien, a las dos de la madrugada del día 17 de julio de 1925, lo que efectuó en vanguardia de su harca con una Mía, dirigiéndose con ella a Silleras; desde donde, a las siete de la mañana, inició el avance sobre el bosque de Sidi-Dauetz, que realiza este capitán con tal decisión y rapidez que, salvando en pocos minutos el espacio que le separa del enemigo y sufriendo sólo tres bajas en su tropa, sorprende a aquél, arrojándole del bosque con bombas de mano, y ocupa en él difíciles posiciones, en las que se mantiene.
No obstante, repuesto el contrario de su sorpresa, contraatacó rápidamente con brío; durante toda la mañana continúa atacando el enemigo, que favorecido por el terreno accidentado y cubierto, se concentra, reuniéndose los contingentes huidos de las cabilas de retaguardia, los de Beni-lder, y nutridos grupos de rifeños mandados éstos por Abdelkrín el Hachi. Varias veces intentan romper nuestras líneas, haciendo desesperados esfuerzos para conseguirlo, hasta que mediada la tarde, cubriéndose en las barrancadas y espesa gaba, en número imponente y con resolución, se lanzan sobre toda la línea..
Nuestras fuerzas vacilan ante el empuje contrario e inician el retroceso, pero los jefes y oficiales logran imponerse y el enemigo es contenido. Un nuevo e impetuoso ataque de éste le lleva hasta el bosque, que ocupa en parte; toda la línea fluctúa y en algunas partes cede; el enemigo presiona fuertemente el flanco izquierdo, constituido solamente por la harca de Bescansa, para desbordarla y cortar lo retirada de todas las demás fuerzas; mezclados unos y otros, en lucha cuerpo a cuerpo; unas bombas lanzadas par la Aviación sobre el enemigo caen entre los harqueños, quienes huyen en desorden…

Cuando la situación adquiría los caracteres del principio de un desastroso combate, el capitán Bescansa, consciente de su deber y dueño de sí mismo, aún en la mayor confusión, pistola en mano, logra imponerse a su gente, y arrancando el banderín de lo harca de manos de quien lo lleva, se pone al frente de los suyos, los arenga con grandes gritos en árabe, avanza y les hace avanzar, y lanzándose de nuevo contra el enemigo con impulso arrollador, les hace retroceder y, persiguiéndoles, se apodera de unas peñas desde las cuales durante todo el día e impunemente, por hallarse en ángulo muerto, habían hostilizado a nuestras fuerzas.

Cogió al enemigo entre dichas peñas, muertos y armamentos, salvando con tales hechos la comprometida situación. Herido el capitán Bescansa en este choque, oculta su herida para no dañar la moral de sus harqueños y se mantiene en la posición conquistada, rechazando nuevas acometidas del contrario hasta la llegada de refuerzos; demostrando lo duro del combate el número considerable de sus bajas, la mayoría muertos, y la gran superioridad de las fuerzas entre las que tuvo que combatir el que, para restablecer la situación, hubo que enviar en su auxilio, primero la Mehal-la de Tetuán, seguidamente dos tabores de Regulares y a continuación una Bandera del Tercio. Es de señalar que, herido y retirado el único oficial que llevaba la harca, tuvo el capitán Bescansa que atender él solo a todas las contingencias. De acuerdo con lo informado por el Consejo Director de las Ordenes Militares de San Fernando y San Hermenegildo, este Ministerio ha resuelto conceder al capitán de Infantería don Miguel Rodríguez Bescansa la Cruz Laureada de San Fernando.
Madrid, 15 de diciembre de 1931. Diario Oficial nº 281. AZAÑA

Todo más largo de contar que de pasar. La situación se ha restablecido inmediatamente sin que se haya perdido un solo soldado ni una pulgada de terreno.
Pero los cabileños aún no están diezmados ni desmoralizados. Al contrario, han concebido esperanzas de que, insistiendo, la retirada se producirá definitivamente. Y el contraataque siguiente es casi inmediato, sin dar reposo a los defensores para respirar. Atacan a fondo otra vez contra el centro de la línea. Bescansa siente que la defensa es menas briosa, como con cansancio moral. Una voz grita:
-Mira, paisa, ya estar arriba los pájaros tontones. Es verdad. La aviación sobre sus caberas, alegra el alma de los marroquíes de Bescansa. Han llegado en un momento crítico, cuando hay enemigo a diez metros de las guerrillas del tabor. Caen las bombas con oportunidad. Pero, tan cerca están unos de otros, que dos bombas caen dentro del bosque y causan bajas propias. Eso indigna a los moros españoles. En esas condiciones se consideran desligados de un combate donde no se puede confiar en los amigas del aire, y otra vez fluctúa la línea, cuando sólo ha pasado un cuarto de hora.
Hay un peligro suspendido en el aire, un despliegue que zigzaguea amenazando deshacerse, disolverse en regueros de hombres. Lo malo es empezar. El Fantasma de una desbandada flota en el ambiente como un augurio fatal, más que como un fenómeno en desarrollo. La presión de los cabileños es muy fuerte y el movimiento de retroceso se ha iniciado ya en toda la línea.
Varios jefes y oficiales lo contienen. Allí grita, pistola en mano, el comandante Larrondobuno del regimiento de África; más allá, el teniente coronel Hernández Francés consigue restablecer el orden de combate de sus mehasníes de Tetuán; García de la Herranz sujeta a los Zapadores en su sitio, y en el otro extrema de la larga panorámica del despliegue, alza los brazos, mientras grita «¡Quietos!», el teniente coronel Santiago, del Estado Mayor nada menos. Se comprometen y convencen más con el ejemplo que con el gesto y la voz, pero todo es preciso. Los cabileños atacantes tratan de envolver el bosque por la izquierda. La harca sufre ya muchas bajas, muertos la mayoría, y las guerrillas retroceden. Francamente en el primer momento. El capitán Bescansa lo tenía previsto. Por eso ha podido cortarlo. El momento es decisivo y en un gesto, en un alarde, hay que jugarse la vida propia y la de los hombres, pero también está en juego el honor militar, algo muy difícil de explicar, que Bescansa entiende muy bien. Salta de entre las rocas hacia fuera de la linde del bosque, en busca de la muerte. Ha cogido a su paso la bandera de la harca al harqueño que la lleva y la tremola en alto. -¡Todos conmigo! ¡A ellos!
Le siguen unos cuantos harqueños al asalto. No son muchos ni pocos, suficientes. La estampa del capitán con la bandera en alto, tiene en Bescansa a reminiscencias clásicas, electrizante. No es momento de pararse a pensar. De pensarlo, recordaría a Hernán Cortés en Otumba, A Napoleón en Arcole, a Prim en los Castillejos, no muy ejemplo lejos de allí. El grupo sobre el que flota la roja bandera de la harca va lanzado hacia la posición enemiga; ya está fuera del bosque: ya lo asalta. Retumban los bombazos, pero los enemigos buscan el cuerpo a cuerpo inmediato, que hace inútiles las granadas. Unos y otros, los fieles y los rebeldes, se traban en pelea mortal.
El capitán ha de emplearse a fondo; ya no hay mando, sino duelos singulares. Lo ha comprendido bien cuando tratando de dirigir el conjunto del combate le ha sorprendido una mora con la gumía presta a cercenarle y ha tenido que ensartarle el sable. Luego ya a la ofensiva, otro cae muerto de un sablazo muy limpiamente ejecutado. La esgrima no olvidada, que aprendió en la Academia, ha salvado la vida al capitán Bescansa y ha sido buen ejemplo para el ánimo de quienes le ven luchar.
-Mi capitán. Le sale sangre de la cadera.
-Ya no importa. Esto está rematado. ¡Adelante!
Se lo han dicho porque ahora sus hombres, que son ya todo el tabor, han quedado suspensos un momento, indecisos por terror a quedarse sin jefe, sin su único oficial. Bescansa atiende a todo el tabor por sí solo. Ya reaccionan. Ya han recuperado sus viejas peñas. A lo largo de la línea se ha producido la misma reacción. El ejemplo del capitán Rodríguez Bescansa es eficaz para toda la columna. Gracias a él se han salvado todos de la situación difícil. La línea se ha establecido íntegramente. Se ha evitado un desastre. Se organizan otra vez sobre aquel rocoso enclave nacional, unte el que se ven cadáveres enemigos en las forradas posturas de los que mueren luchando al arma blanca. Nunca se supo cuántas fueron las bajas adversarias, ni valía la pena el macabro recuento, cuando se había conseguido el objetivo táctico y el moral, que era más importante. La harca tuvo unas 60 bajas, la mayoría muertos, durante el contraataque enemigo. De ellas, 32 fueron del tabor de Bescansa, que salió con 177 hombres y volvió con 143, que mantuvieron la posición durante todo el día y el siguiente. Al amanecer, los grupos de harqueñas de Bescansa no hablaban de otra cosa que de la hazaña en que su capitán se ganó la Laureada. Se sentían orgullosos de estar a sus órdenes y de que con la bandera de su tabor hubiese salvado a la columna. Un hecho previsto en el caso 3º del artículo 41 del reglamento de la Orden de San Fernando, como apreció el fiscal del expediente: «no sólo contener sus Fuerzas desmoralizadas, sino reanudar seguidamente la ofensiva, rechazando y persiguiendo al enemigo». En el juicio contradictorio, el general Saro, el teniente coronel Mena, el comandante Muñoz Guí, el capitán Barroso y el teniente Arce, testificaron que eso mismo hizo el capitán don Miguel Rodríguez Bescansa al ganar su primera Laureada.
Duelo artillero en la isla de Alhucemas
Entre los arqueños se extiende un rumor alarmante: el desembarco. Corre de aduar en aduar, y todos dan como segura la fecha del 20 de agosto de 1925. Muchos factores dan cuerpo al rumor, entre ellos la serie de preparativos que se llevan a cabo en la isla desde hace una temporada. Y sobre todo, el miedo, al derrumbamiento final, si se lleva a cabo el desembarco. Dándolo por seguro, ese día todos sus cañones apuntan hacia la isla y la cañonean intensísimamente. En los primeros instantes muere su comandante militar, coronel Monasterio, pero la guarnición escribe una página de heroísmo. La artillería española adquirió aquel día un renombre glorioso. El fuego que los cañones enemigos hacen sobre la isla desde diversos puntos de la costa alarma un poco a los mandos militares de Melilla. El general Sanjurjo vuela en hidro sobre Alhucema y observa las fortificaciones rebeldes. Después amara próximo al acorazado «Alfonso XIII» y, una vez embarcado en él, ordena que se acerque a la costa y que los cañones de grueso calibre rompan fuego para castigar la hostilidad enemiga. Por la noche desembarca el general Sanjurjo en la isla, felicita a la guarnición y, sobre todo, alaba la eficacia del luego de la artillería que, en un duelo, a muerte, contesta sin cesar a los cañones enemigos. La artillería de la isla, mandada por el capitán don Joaquín Planell Riera, cuenta con las siguientes baterías:

(Continuará)

José Antonio Cano

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