Categorías: Opinión

Mesa catalana sin prisas

Las elecciones vascas y gallegas del 12 de julio, las exigencias vacacionales del mes de agosto, la inhabilitación de Torra como precursora de las propias elecciones autonómicas y la condicionalidad de Ciudadanos como eventual costalero del Gobierno, se han convertido en las cuatro coartadas de Moncloa para seguir echando agua al vino de la mesa negociadora sobre el futuro político de Cataluña.
Me explico: La mesa será convocada en la segunda quincena de julio, una vez que se haya desvanecido el clima electoral en Galicia y País Vasco. Es lo hablado. Pero la primera pista del procastinado nos la da Moncloa al precisar que a la cabeza de las delegaciones no sentará el presidente del Gobierno ni el de la Generalitat, Pedro Sánchez y Quim Torra, respectivamente.

Es decir que, más allá de las propuestas, sugerencias o las constataciones de la buena voluntad de las partes, nada concreto va a salir de esa reunión. Seguiremos en las mismas. Luego vienen las sagradas vacaciones del verano y enseguida un otoño marcado por la inhabilitación de Torra en el Supremo (desobediencia, ya saben), las fechas mágicas del nacionalismo (11 septiembre y 1 de octubre) y la subsiguiente convocatoria de elecciones autonómicas, probablemente el domingo 28 de septiembre o el domingo 4 de octubre.

Es impensable una convocatoria de la dichosa mesa en semejantes circunstancias. Se convertiría en un acto más de la campaña. El postureo y la sobreactuación en la carrera de los nacionalistas catalanes por ser más antiespañol que el otro, contaminarían los posibles acuerdos. Por eso Sánchez hace todo lo posible por aguar la reunión de la segunda quincena de julio, mientras que los dirigentes de Cs lo darían por bueno en su reunión semanal con los socialistas. A los de Arrimadas les interesa para seguir en su camino al centro y a los de Sánchez les interesa que los independentistas de ERC se peleen con los independentistas de JxC.

No se trata de que el Gobierno quiera incumplir la promesa de reunir a la mesa en el mes de julio, que es un compromiso vivo a día de hoy. Se trata es de darle cuerda a la cometa, marear la perdiz, estirar el chicle, esperar y ver. De todas esas maneras suele calificarse el viejo truco de dejar para mañana lo que no debes hacer nunca.

Ese es el nudo de la cuestión, porque nunca se ha de ir hasta el final en el cumplimiento de un pacto de implicaciones tan tóxicas como el que parece dejar la puerta abierta a la posibilidad, por remota que sea, de una Cataluña segregada del resto de España. Ni siquiera como señuelo de unas fuerzas nacionalistas en abierta competencia sobre sus respectivos niveles de hispanofobia

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