El esperpéntico esqueleto del depósito de agua que corona la carretera que separa el nuevo Averroes de Tiro Nacional es el mudo testigo de una de las jornadas más tristes vividas en Melilla en las últimas décadas: la riada que el 17 de noviembre de 1997 arrasó barrios y calles, llevándose por delante la vida de once personas, incluidos varios infantes. Dieciocho años después del siniestro poco queda de aquella luctuosa y pavorosa jornada. Sólo los que la vivieron la siguen rememorando, sabedores que aunque el tiempo todo lo cura, hay heridas que nunca llegan a cicatrizar. Dieciocho años han pasado desde aquella aciaga mañana. El barrio de Averroes arrasado por el agua se demolió hace quince años y en su lugar se levanta una nueva urbanización con el mismo nombre. De la torrentera por la que discurrió el agua tras escapar de las paredes de hormigón del depósito no queda nada, puesto que su lugar lo ocupa una calzada amplia y asfaltada de varios carriles que conduce a los melillenses desde Cabrerizas hasta la barriada de Tiro Nacional (lugar al que fueron trasladados los damnificados casi en su totalidad), la nueva Averroes y, calle abajo, García Cabrelles. Pero queda en pie el peor de los fantasmas, el macabro esqueleto del propio depósito que parece mantener abierta al infinito, a modo de boca tétrica y desdentada, el lugar por el que reventó la pared de hormigón y escapó la ola mortal.
Siniestro
El recuerdo que mantienen presente los antiguos moradores del barrio de Averroes es el del sonido de una detonación y seguidamente, una cortina de agua rugiendo cayendo sobre sus cabezas. De nada sirvió que corrieran, porque la ola se llevó cuanto pudo a su paso y continuó, embravecida por la pendiente que le facilitaba el tránsito, en dirección a García Cabrelles.
Arrancó muros, como el del Comedor San Francisco en el que una de las trabajadoras perdió la vida, entró en el Colegio Mediterráneo y arrolló a viandantes y vehículos. Los alumnos de Educación de Adultos, en el Centro Mezquita, fueron testigos desde el piso superior de cómo la ola de agua sucia y lodo de cuatro metros de altura iba perdiendo altura a medida que avanzaba por la estrecha calle y arrastraba cuanto encontraba a su paso. La riada, ya con menos fuerza, continuó su tétrico recorrido por la Avenida hasta morir en la Plaza de España, sembrando el pánico entre los transeúntes que se lanzaron a la carrera buscando refugio. El desconcierto general fue mayúsculo. Nadie sabía qué había ocurrido, de donde venía esa riada cuando el sol castigaba con fuerza esa jornada otoñal. Entre tanto, en Averroes y García Cabrelles se vivían los peores momentos. Personas desaparecidas, vehículos amontonados unos encima de otro y barro, mucho barro por todas partes.
La rotura del depósito produjo once víctimas mortales, entre ellas una niña de once meses y un niño de cuatro años y su joven madre, embarazada de ocho meses, y 600 damnificados además de cuantiosos daños materiales cifrados en más de seis millones de euros.
Justicia
La acusación y la defensa del juicio iniciado a raíz del siniestro alcanzaron un acuerdo en el año 2004 por el que los responsables del depósito de agua -ocho ingenieros de Fomento de Construcciones y Contratas, la empresa Forvap y la Confederación Hidrográfica del Sur- aceptaron ser condenados a una pena de 11 meses de prisión y 14 de inhabilitación para cada uno, aunque ninguno ingresó en prisión por carecer de antecedentes penales.
El fiscal y la acusación pedían once millones de euros de indemnización para los perjudicados pero las contraprestaciones económicas a los 600 damnificados fueron asumidas por las aseguradoras Le Mans, Royal Sun Alliance y Plus Ultra dentro de los límites de sus pólizas. Por su parte, el Ministerio de Medio Ambiente asumió la responsabilidad patrimonial a la espera de que la vía judicial depurase las responsabilidades. El ministerio entregó casi cinco millones de euros para cubrir los daños sufridos por los damnificados.
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